Valentina Villarroel: “Toco sin saber cómo sonarán mis máquinas, es algo azaroso”

El Confesor

Escritor fantasma.

El Confesor

Escritor fantasma.

No es fácil la vida de un confesor. Ir y volver de aquí para allá tratando de parar la oreja para escuchar y, en la medida de lo posible, resolver los dilemas propios y ajenos. Me interesó el caso de esta niña, Valentina Villarroel, proveniente de Concepción. En dos ocasiones la he visto llegar temprano al Centro Experimental Perrera Arte e instalar con extremo cuidado, cual si se tratase de una mise en place como dicen los cocineros formados en Europa, un conjunto de circuitos, aparatos y ampolletas que ella describe como sus instrumentos. Luego la he visto subir al escenario y mover las perillas que ha dispuesto para generar unas extrañas secuencias sonoras que su público y seguidores identifican como música e, incluso, premian con aplausos.

No quiero entrar en polémicas, estoy muy viejo y mis oídos están demasiado cansados para ello, pero al menos pido que se me entienda. Para un confesor como yo, que ha pasado buena parte de su vida escuchando cantos gregorianos y una que otra cumbia en un malón por ahí, resulta del todo legítimo cuestionarse el punto. Por eso seguí atento a Valentina cuando fue telonera de Silver Apples en la Perrera y, un tiempo después, de Nova Materia, esos históricos fundadores de Pánico que también andan desordenando el asunto y utilizando guitarras como baterías y fierros oxidados de la misma Perrera como diapasón.

¿Qué pasa?, le pregunto inquieto a Valentina y ella me sugiere que me tranquilice. Me cuenta con paciencia que las cosas han cambiado, que ha pasado agua bajo los puentes y que, si no me he dado cuenta, hemos llegado a 2016. “Estamos frente a una generación que usa una gran cantidad de tecnologías disponibles para hacer música”, me dice y quedo más sereno pensando que, en el minuto de su invención, de seguro la enorme tuba o el mismo piano también debieron haber sido bichos raros para buena parte de la población.

Sacudido de mis propias dudas, de este enfrentamiento enfermizo que tengo con la realidad, decido escuchar a Valentina, mal que mal, yo soy El Confesor.

“Me gusta mucho usar máquinas, objetos o sistemas de reproducción de sonido del tipo electromecánico analógico ya que hago que se genere sonido de manera inestable. Un ejemplo de ello son el tocadiscos o los circuitos abiertos”, me dice la artista de la Octava Región. “Además de crear sonidos de manera improvisada, se genera un ambiente en donde vas creando muchas texturas en directo. Es más intenso, conoces tus maquinas cada vez más y es una aventura que nunca termina”, agrega.

Me gusta eso de la aventura y mi cabeza comienza a procesar una serie de preguntas que nunca formulo. Decido consultarle por los sonidos de la naturaleza, esos que me rodean en los largos retiros y que ella también tuvo la oportunidad de conocer cuando realizó registros sonoros en los humedales de Concepción.

“Me atrae la idea de captar sonidos en lugares desprovistos de la presencia o de la acción humana, como el mar profundo o los bosques inexplorados. La expresión sonora es algo que me interesa en toda su amplitud: los animales o los espacios dialogan en ambientes que crean matices acústicos sin la intervención de un músico o artista, sino que a partir de los que habitan ese espacio o por elementos como el agua, el viento, la lluvia, etcétera”, me explica Valentina Villarroel.

No se lo digo de inmediato, para que no crea que soy un complaciente, pero me empieza a convencer con sus argumentos. A lo mejor el equivocado soy yo, digo para mis adentros. ¿Talvez las cumbias de la infancia dañaron para siempre mi audición? Con instinto femenino, Valentina decide atacar. Me habla entonces del sonido de la calle, del grito de las masas, del quejido de las muchedumbres y para mí, que siempre he sido un confesor progresista, el Rojo me decían en el seminario mayor, definitivamente esta niña comienza a ser de verdad.

“Durante un tiempo fui a muchas marchas en Concepción, solía grabar los sonidos, cantos, etcétera, de los manifestantes. Son momentos intensos en los que las personas se manifiestan, y creo que debemos escuchar e identificar aquellos sonidos o conjuntos de ellos pues forman parte de nuestra identidad territorial”, explica convencida Valentina. “Algunos de los audios registrados los modifiqué ralentizándolos e interviniéndolos para hacer uso de ellos en alguna presentación en vivo”, añade.

Claro, cómo no se me ocurrió antes. Grabar el sonido de las marchas y manejar ese registro a voluntad. Esa es la verdadera música del pueblo, reflexiono, la secuencia fragmentada de su explotación. Mi problema no fueron las cumbias, ni los pasos de cueca que me enseñaron en el colegio, sino el maldito pop.

Valentina Villarroel observa mi desconcierto y completa la oración. “En estos tiempos tenemos claro que dentro de todos nosotros hay un creador”, sentencia y luego comenta que suscribe los postulados del movimiento “Hazlo tú mismo”, que me define como una gran escuela autodidacta.

“El ‘hazlo tú mismo’ surge de un importante movimiento social ligado al anticapitalismo que, más que ser individualista, intenta evitar tener que comprarlo todo. El DIY promueve la realización de cosas por uno mismo o de manera que se ahorre dinero. Como todos los movimientos tienen su evolución, hoy en día nos encontramos con el término maker, que está basado en el conocimiento libre, en compartir, en reciclar, etcétera. El ‘hazlo tú mismo’ pasa a ser algo como una canalización creativa”, explica Valentina.

Rebobinando, moviendo mis propios circuitos interiores, mermados por la exigencia emocional de mi trabajo y los excesos de variado tipo, recuerdo que de esto mismo habíamos hablado al pasar con Simeon Coxe, el fundador de Silver Apples, cuando estuvo en la Perrera. Se lo comento a Valentina para impresionarla, pero ella ya lo sabía. “Sí, Simeon creó varios ‘instrumentos’ osciladores diseñados y fabricados por él. Además de usar muchos pedales. Él usó circuitos y su manipulación era por ensayo y error, sin saber nada previo de electrónica. Verlo en vivo y darle a conocer mi respeto fue muy importante, ya que en mi trabajo musical hago uso de máquinas fabricadas por mí y son manipuladas en el momento, sin tener claro una pauta o saber cómo sonarán, es algo azaroso”.

Recién comienzo a entrar en calor con el tema e, incluso, pienso en cómo armar mi propio artefacto de sonido, cuando interrumpe el teléfono. Una señora del barrio alto necesita urgente de mis servicios y debo terminar, de manera elegante, con la presente conversación. Le preguntaré a esta niña por su futuro y de ahí me voy.

-¿Cuáles son tus próximos pasos, Valentina?

-Quisiera no dejar de crear música, de encontrar nuevas cosas que se sumen a mis propuestas. Crear alguna banda sonora y seguir con los proyectos de paisajes sonoros e instalaciones sonoras por mucho tiempo más.

Fotografías: Katherine Vergara, Miguel Inostroza Godoy (walkingstgo.cl), Carlos Molina (Noisey.vice.com)