Santiago de Chile: trabajo, represión de las pasiones y variaciones del carnaval

Javiera Anabalón

Licenciada en letras y estética, magister en estudios latinoamericanos.

Javiera Anabalón

Licenciada en letras y estética, magister en estudios latinoamericanos.

La fiesta y el carnaval corresponden a manifestaciones culturales que han sido tematizadas -Eliade, Bataille, Bajtín, Echeverría, Sepúlveda (1)- en función de una comprensión del tiempo dividido entre dos dimensiones fundamentales: lo profano, tiempo en el cual se llevan a cabo las actividades vinculadas a la productividad y al trabajo (2) y que por lo tanto exigen la represión de las pasiones o necesidades naturales humanas y una priorización del polo racional; y lo sagrado, aquel tiempo y espacio dispuesto para las actividades de religación con lo divino o con la naturaleza y que corresponden a actividades de expresión y re-significación identitarias. Señala Fidel Sepúlveda al respecto: “La fiesta es una zona neurálgica de las culturas. Su acontecer remece, vitaliza sus raíces más allá de lo racional y consciente. Compromete las bases de sus sentimientos, y su revelación expresiva, ontológica: la emoción” (3).

Dada la heterogeneidad geográfica y cultural del territorio chileno, resulta difícil identificar formas transversales de celebración, de fiesta o de carnaval en Chile. Totalmente distintas resultan las cosmovisiones y, por lo tanto, las fiestas y dioses de los pueblos del norte, del sur, de la cordillera, del mar y del valle central. Santiago, ciudad fortaleza de la desconocida y temida naturaleza, centro de operaciones de la mentalidad productiva y capitalista, administradora de los recursos naturales de todo Chile, colapsa ante el desequilibrio que genera la supresión del tiempo sagrado (4), del tiempo de la fiesta en sus habitantes. Sepúlveda, al igual que Bajtín con respecto al contexto europeo, señala que la fiesta tiene que ver con una estrategia de calibración necesaria de represión y liberación de los impulsos que determinan al ser humano como parte -y no distinto- de la naturaleza. “No es descabellada la hipótesis de que la salud de los pueblos se puede medir por la vigencia y calidad de sus fiestas” (5), señala Sepúlveda.

Independiente del proceso de auténtica neo-colonización que significa en muchos casos el turismo a nivel no solo económico sino que sobre todo ecológico, existen algunas iniciativas de recuperación provenientes del turismo comunitario, a partir de las cuales se han reinstalado ciertas formas carnavalescas al borde de la extinción o incluso ya extinguidas en Latinoamérica, como es el caso de los carnavales neo-incas Inti Raymi en Perú, en donde mestizos urbanos del Cusco recrean rituales y fiestas incas a modo de puesta en escena turística. En Chile existen carnavales de comunidades locales del norte y del sur que han recibido cierto “apoyo” institucional (una no persecución) por razones turísticas también, como los carnavales aimaras de Isluga y Cariquima, las fiestas Likan Antay en la región de Atacama, provincias de Copiapó, Vallenar y Huasco; el Carnaval Andino Internacional con la Fuerza del Sol Inti Chamampi, en el cual durante tres días se realizan danzas andinas altiplánicas tanto chileno-peruano-bolivianas, como de las comunidades afrodescendientes y del interior de la Región de Arica y Parinacota, y, en el extremo sur, el Carnaval de Invierno de Punta Arenas y las fiestas costumbristas como las jinetadas de Puerto Ibáñez, por dar algunos ejemplos.

En términos políticos, estos carnavales se enmarcan de todas formas en una lógica asimétrica de dominación, en donde el “apoyo” del Estado/Mercado corresponde en su base al “permiso” de realización de la fiesta propiamente tal. Sin embargo, estas instancias son espacios que el poder ha cedido finalmente a los pueblos y comunidades para la expresión y desarrollo de su identidad -aun cuando lucre con ellas- lo cual no ha tomado lugar aún en la ciudad de Santiago.

En 1816, el gobernador español de Chile Casimiro Marcó del Pont, dicta el siguiente bando que condena y prohíbe los carnavales en la ciudad de Santiago:

“Teniendo acreditada por la experiencia, las fatales y frecuentes desgracias que resultan de los graves abusos que se ejecutan en las calles y plazas de esta Capital en los días de Carnestolendas (carnaval) principalmente por las gentes que se apandillan a sostener entre sí los risibles juegos y vulgaridades de arrojarse agua unas a otras; y debiendo tomar la más seria y eficaz providencia que estirpe de raíz tan fea, perniciosa y ridícula costumbre; POR TANTO ORDENO Y MANDO que ninguna persona estante, habitante o transeúnte de cualquier calidad, clase o condición que sea, pueda jugar los recordados juegos u otros, como máscaras, disfraces, corredurías a caballo, juntas o bailes, que provoquen reunión de jentes o causen bullicio” (6).

Galería de imágenes: fotogramas gentileza de Gerardo Quezada y Gastón Norambuena

Hoy Santiago sigue siendo la ciudad guardiana y conservadora de la “civilización” que era en 1816, esclava de un concepto de “desarrollo” que tiene que ver directamente con la acumulación de capital y el resguardo del orden público. Tal objetivo es solo alcanzable en la medida en que se repriman en lo posible las formas de expresión improductivas, como lo son las fiestas y el arte por ejemplo, ámbitos que el Estado ha intentado subyugar a las lógicas del mercado por medio del concepto “industria cultural”, una forma de arte, que en tanto sea valorizable y consumible, resulta dominable.

El carnaval bajtiniano donde se llevan a cabo los procesos de inversión del poder, en donde las máscaras pueden mostrar el rostro verdadero que ha sido reprimido durante el tiempo del trabajo, de origen y manufactura popular, no se hace presente en las Cumbres Guachacas, la Fiesta del Huaso de Olmué o en las París Parade con los gigantes inflables de Disney, sino que ha tomado paulatinamente la forma de la marcha ciudadana: una instancia de reivindicación popular de derechos, de auténtica expresión cultural, de empoderamiento ciudadano, donde las máscaras cohabitan con las capuchas, en la cual los lanzamientos de agua de los que hablaba Del Pont son remplazados por el enfrentamiento con el guanaco y en la que las marchas devienen en pasacalles.

Por su propia naturaleza, el carnaval no puede ser impuesto por decreto ni por generosa exhibición de recursos; precisamente al contrario, cuando refleja una auténtica identidad, el carnaval se resiste a cualquier tipo de apropiación o utilización por parte de aquellos que no son parte o, incluso, pueden entrar en contradicción con él.

La exigencia, la presión de los lineamientos productivos bajo los cuales se encuentran los santiaguinos, los bajos sueldos, las extensas jornadas, las nociones comerciales del éxito, los estándares de belleza, la competencia, la violenta desigualdad, han instalado un contexto de abuso y miedo en donde solo cabe la organización de las instancias de reivindicación de derechos de las personas y de la naturaleza. Observando impotentes cómo desde el centro se ordena la venta y destrucción de los recursos tanto del norte como del sur del país, cómo se usurpan los territorios a los pueblos originarios mientras que los “dueños” (comerciales) utilizan sus medios de comunicación masivos para amenazar a la ciudadanía, el pueblo consciente de Santiago -estudiante, artista, ecologista, trabajador- confirma a través de sus marchas una nueva marca identitaria reconocida a nivel mundial, el hecho de que hoy en Chile no hay nada que celebrar, sino más bien razones por las cuales enfrentar el modo establecido.

Imagen principal y galería fotográfica: Katherine Vergara

NOTAS

(1) Bajtín, Mijail. Problemas de la poética de Dostoievski. México, FCE, 1986; Bataille, Georges. La parte maldita. Barcelona, Icaría, 1987; Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano. (cuarta edición) Barcelona, Guadarrama/Punto Omega. 1981. Echeverría, Bolívar. La modernidad de lo barroco. México D.F: ERA, 2000. Fidel Sepúlveda. “La fiesta ritual. Perspectiva estética y antropológica”. Colección Aisthesis 16, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2000.

(2) Lo que Bajtín también ha identificado con el mundo de la norma referencia.

(3) Sepúlveda. La fiesta ritual. P.5

(4) El concepto de lo sagrado en este caso tiene que ver con el acto de unión a una continuidad universal, con las formas del ser humano de recordar su vínculo con la naturaleza que es la divinidad misma, propias de las cosmovisiones ancestrales. Muy distinto es el concepto de lo sagrado del modo como lo comprende la perspectiva cristiana y sobre todo sus versiones evangélica y católica en la ciudad de Santiago: fuertes instituciones político-económicas cuyas consideraciones de lo trascendente coinciden más con las lógicas de la productividad y, por lo tanto, también con el apaciguamiento del polo animal del ser humano.

(5) Sepúlveda. p.3

(6) “Historia secreta de Santiago de Chile” de Ismael Espinosa y Temo Lobos. Ejercito.cl http://www.auroradechile.cl/newtenberg/681/article-2533.html