Samuel Ibarra: “Mi desquite es vivir en arte, día y noche, a cada minuto y en cada lugar”

Por Héctor Muñoz

La secuencia fotográfica de Lorna Remmele muestra bastante bien lo ocurrido. Samuel Ibarra se conecta con Jimmy, su sonidista; limpia con un soplido el espacio de su escena; intenta luego unos pasos de flamenco con su manos; se atraganta con una marraqueta; golpea hasta romper dos piedras con un retrato femenino y otro masculino; recibe el tapabocas de una tarjeta de crédito; levanta un letrero con la palabra crisis; hace flamear y termina cubierto por un manto rojo; se refresca y baña con agua transparente y, en el barrial que deja en el Centro Experimental Perrera Arte, se acomoda en el piso para fijar con cinta adhesiva dos cuchillos a las plantas de sus pies, para insistir ahora, encaramado en el filo del metal, en su danza del principio.

“Aullidos fue una convocatoria desafiante pues había que ingresar a la subjetividad imaginal del flamenco y esa cultura”, señala el artista visual y performer Samuel Ibarra.

-El pie forzado era trabajar en torno al flamenco desde disciplinas tan diferentes como la performance, la poesía y la danza contemporánea. ¿Qué reflexión hiciste en la elaboración de tu propuesta?

-Me conecté con ciertas imágenes que tengo de esa estética y tomé algunos elementos como la muerte, el vacío, la contradicción, el decaimiento material como ceremonia, etcétera. Algunos de estos tópicos los crucé en clave irónica, como intentando hacer un anclaje más contemporáneo de un lenguaje clásico. Así pues, por ejemplo, pienso el tema de la contradicción parodiando la promesa de felicidad que hace la tarjeta de crédito en Chile. El humor y su crítica siempre me han parecido una buena herramienta de concienciación.

-¿Qué aspectos del flamenco te parecen relevantes para una mirada desde hoy y desde acá?

-Me interesa del flamenco la idea de cómo el cuerpo es un catalizador de varios elementos: por un lado es un material que prueba resistencias, un texto cultural y un soporte material donde confluyen lo sagrado y lo profano, lo divino y lo abyecto. A eso le llamo contradicción, a un cuerpo que es lo mejor y lo peor, lo más lumínico y lo más oscuro de la existencia. Pensar el flamenco desde acá me sugiere visualizarlo como un terreno para mirar el cuerpo como espacio de trasvasije cultural. El flamenco tiene orígenes en el mundo moro. Es un baile de parias y despatriados. Me interesó esa reverberación para modelar la modesta propuesta que hice para Aullidos. En síntesis, trabajé el fragmento, la dispersión, los pedazos rotos de un algo extraño. El flamenco tiene una imaginería para mi gozosa: eros y tanatos. Amor, éxtasis y muerte.

-Tú llevas hartos años en el ejercicio performático y conoces como nadie la escena. ¿En qué punto está hoy la performance en Chile?

-La performance como práctica en Chile tiene un lugar extraño. Avanza y retrocede. Avanza porque ya es una práctica reconocible y con singularidad propia. Ya no es demasiado extraña para las audiencias, como lo fue en algún tiempo. Los públicos se han familiarizado con su propuesta. Sin embargo, siento que no logra avanzar más, es una práctica que pareciera deberse al quiebre, a lo inestable, al margen más duro. Tiene poca cobertura, ocupa un lugar residual en el circuito. Algo pasa. Es un lenguaje poderoso, talvez demasiado para las narrativas espectaculares con que se narra el acá y el hoy del arte contemporáneo de estos días. Talvez soy un poco exigente. No me deja únicamente feliz accionar aquí o acá. Me gustaría que las obras fuesen analizadas o interpretadas. Los performistas apenas hablan, no cuentan sus procesos ni explicitan temáticas. Algunos parecieran ser autistas estéticos con poca conexión con lo social y lo cultural. Para mí ese análisis o  interpretación sería un avance en medio de una época repleta de información, palabras e imágenes.

-¿Qué trabajos performáticos o artistas te han llamado la atención en el último tiempo?

-A nivel de performance me interesan los artistas que juegan con lo popular. Es decir, que parodian los límites entre alta y baja cultura, como se decía antes, pero con una aguda carga analítica, mordaz y radical. Sin duda la que me sigue impactando es Nao Bustamante, una norteamericana que nos visitó hace años y que realizó una poderosa sesión de fotos en la Perrera Arte, hecha por Jorge Aceituno en 2008.

-¿En qué etapa de tu vida creativa estás en este momento? ¿Cuáles son tus principales preocupaciones?

-Siento que estoy con una gran claridad y entusiasmo. También haciendo conciencia de mis límites, es decir, lo que puedo y lo que no a nivel material. Vivo y trabajo en Chile, eso marca contundentes determinaciones. No soy una máquina a nivel de producción y a eso se suma que, para un performero, todo se hace difícil acá. Mi desquite es vivir en arte, día y noche, a cada minuto y en cada lugar. Habito una constante reflexión artístico cultural. Trabajo afanosamente en mi taller, leo con pasión, escucho músicas, investigo. Vivo performáticamente, es decir en una ciudadanía activa, actante. De allí siempre salen profusas ideas; la lucha es traducirlas en actos y materiales. No me es difícil hacerlo porque sé vivir con poco y sintetizar signos. Lo complejo a veces es pensar quién te decodifica o interpreta, a quién o qué interpelas. Podría vivir sin problemas en mi Yo Performer, pero tengo un visión de sociedad, de mundo, de las cosas que se me hacen ineluctable soslayar, porque la performance para mí es comunicación, diálogo y transferencia.

Fotografías: Lorna Remmele