Ricardo Portugueis: “Uno de mis mayores motores creativos es el mundo inmaterial”

Por Héctor Muñoz

-Ricardo, ¿qué ocurrió en tu cabeza cuando por fin tuviste en las manos tu primera cámara digital?

-Fue alucinante, la fotografía digital te abre un universo de nuevas posibilidades y eso fue lo que experimenté desde que tuve mi primera cámara digital. Hay veces en que la herramienta que utilizas te conduce a determinados resultados, a los que no sería posible acceder de otra manera.

-¿A dónde condujo en tu caso?

-Con la cámara digital empecé a desarrollar series nuevas a partir de imágenes que podía conseguir en cualquier momento cotidiano, veta que no estaba dada de esa manera, para mí por lo menos, por la fotografía análoga y toda la ritualidad que implica el trabajo en película. Además me trajo la opción de grabar videos en cualquier momento y realizar pequeñas animaciones stop-motion mediante la utilización de los modos de ráfaga. Si bien nunca he tenido ninguna intención de abandonar lo análogo, con lo digital me rayé y sigo así hasta ahora. Para graficarlo te puedo contar que por lejos la cámara que más utilizo para fotos y video es la de mi teléfono celular, ya tengo series que han sido desarrolladas íntegramente con este dispositivo.

El fotógrafo chileno Ricardo Portugueis presenta entre este viernes 20 de abril y el martes 8 de mayo en el Centro Experimental Perrera Arte la versión final de su proyecto “Cuentos de hadas”, una serie que imaginó en 2009, que comenzó a trabajar en 2010 en Valparaíso, que luego presentó en 2014 en la Organización Nelson Garrido de Caracas, Venezuela, y que ahora, tras ocho años de trabajo, cierra como proceso creativo con un ambicioso montaje que considera más de 70 obras.

-¿Es la fotografía el soporte por excelencia del arte contemporáneo?

-Chuta, no lo tengo claro la verdad. Ahora, enfrentándome a la pregunta podría pensar que sí: se ha transformado en un lenguaje bastante protagónico en el arte contemporáneo, sus posibilidades explotaron con la era digital y eso ha derivado en que sea una herramienta clave para muchas propuestas de artistas que provienen de distintos caminos. De todas formas, no me inquieta mucho el tema: llegué a este lenguaje por otras razones y me mantengo en él porque me apasiona; no me detengo mucho a pensar si tiene más o menos relevancia en lo contemporáneo.

-Tu trabajo en la fotografía lo iniciaste con los gitanos, quienes han persistido en el tiempo en tu obra. ¿Qué aprendiste de los gitanos?

-Yo creo que muchas cosas. Los tomé como tema a desarrollar en la escuela de foto y no me imaginé el impacto que tendrían en mi vida. Todos los temas que trabajo son cosas que quiero que formen parte de mi vida o bien son mi propia vida. En el caso de los gitanos, no supe por qué quise acercarme a su realidad, pero cuando me acerqué cobró un sentido tal que pasaron a formar parte importante de mi camino. De ellos aprendí en gran medida a no prejuzgar -o hacerlo en mucha menor medida- las realidades que no conoces: nada de lo que me habían dicho de ellos o de lo que popularmente se dice resultó ser cierto. Fui muy bien acogido y me enamoré de ese pueblo. Aprendí gracias a ellos que la fotografía podía ser una llave maestra para acceder a lugares y realidades diferentes a la mía, cosa que me ha servido muchísimo y lo agradezco infinitamente.

-En tu obra llama la atención la tendencia narrativa, lo que se expresa en los títulos de las obras, las secuencias que construyes y las tramas que envuelven cada serie. ¿No será todo esto solo el camino de aterrizaje definitivo en el cine?

-Ya en la escuela de fotografía surgió la inquietud narrativa a partir de ramos donde exploramos y analizamos el lenguaje audiovisual y cinematográfico, y también por autores en fotografía que utilizaban en sus propuestas una carga narrativa importante, como Duane Michals, Diane Arbus, Sally Mann, Jan Saudek o Joel-Peter Witkin, por nombrar algunos de mis referentes que vienen desde aquella época inspirándome. Desde entonces he venido desarrollando y explorando la idea de “contar historias”, aunque éstas no terminen de serlo, sino que constituyan fragmentos de cuentos a completar por quien observa. Mi proyecto de título “La casa” (2002) fue el punto de inflexión entre la fotografía y el cine: fue una suerte de fotonovela en la que trabaje -a muy pequeña escala- como si fuese una producción audiovisual. He realizado cortos y mediometrajes, todos con un fuerte énfasis en la experimentación y la utilización libre del lenguaje, y en paralelo he seguido pensando en términos fotográficos, mezclando ambas cosas y trabajándolas también por separado. Me gusta la idea de pararme desde el arte y poder aprovechar estas herramientas que me fascinan, sin pensar en que debo definir qué soy o que no soy, si fotógrafo o cineasta, autor de puestas en escenas o documentalista. Creo que no soy nada de eso y a la vez ocupo todas esas posibilidades para desarrollar las ideas de series o películas que van surgiendo y entrelazándose.

-Descríbenos el trabajo de tratamiento de los rostros en la serie “Cuentos de hadas”.

-Esa idea de transformación es una herencia del proyecto “La casa”, que fue donde originalmente probé modificar digitalmente los rostros de los personajes para empujarlos hacia un espacio de irrealidad articulado desde lo fotográfico, que siempre se ha considerado como representante de “lo real”. Traje esa idea a “Cuentos de hadas” con la intención de calar mucho más hondo en ese espacio ambiguo de lo irreal, pero con características realistas, para así generar un puente en el limbo que separa ambos contextos y diluirlos en un espacio inclasificable. De este modo, los personajes “fantásticos” de “Cuentos de hadas” nos interpelan desde la otredad y, sin embargo, nos proyectan una carga dramática profundamente humana. Uno de mis mayores motores creativos es el mundo inmaterial, lo que no se ve, pero que está y es mucho más grande que lo que vemos. Este proyecto, con sus particularidades, viene a traer esas ideas al aquí y ahora con el propósito que sean incorporadas o soslayadas de alguna manera por el espectador.

-¿Qué complejidades tiene este tratamiento?

-Entre las dificultades estuvo la de encontrar los rostros adecuados para la transformación: no todos se prestaban bien, según el criterio que fui desarrollando. Partí trabajando con personas muy cercanas y fui experimentando hasta hacerlo con gente que abordé en la calle con el propósito de hacerlos participes de una sesión. Respecto al retoque en sí, este fue cada vez más sencillo, dado que pude implementar un estándar basado en las experiencias originales. Me di cuenta que el proyecto había terminado cuando me empezó a pasar que no quería transformar más a las personas retratadas, y que dichos retratos o puestas en escena ya pertenecerían a una nueva serie que estaba por definirse.

-¿Por qué elegiste la Perrera para completar esta serie?

-Es un lugar que escogí precisamente porque no es una galería ni un museo tradicional, es un lugar con desgaste, cubierto de una pátina y con una atmósfera única, que viene a contener este proyecto como un verdadero escenario. Me imagino esta exposición como si fuese una obra de teatro, me costó mucho pensar en cómo y dónde montarla: por un tema de búsqueda artística cada vez más específica y también por un razones político-sociales, me he cuestionado mucho el sentido de las exposiciones y el rol del artista en la sociedad. Un día leí una entrevista a (Antonio) Becerro y recordé la Perrera: “¡Ése es el lugar que necesito!”, pensé.

-¿Por qué dices que con esta exposición se cierra un ciclo de este proyecto?

-Porque a través de esta expo daré por terminado el proceso creativo en torno a este proyecto. No lo trabajaré más y es un gran alivio (ríe). El que viene detrás ya lleva por lo menos tres años reclamando dedicación. Continuaré, eso sí, trabajando en la difusión y visibilidad en distintos formatos de esta propuesta, que representa una gran etapa de mi vida y de mi producción de obra, pero su desarrollo artístico hasta aquí llega. Me planteo los proyectos fotográficos o audiovisuales como si fuesen libros o películas: tienen un valor estético particular así como un contenido, pero también tienen un inicio y llegan a un punto de término.

-En tu dosier se repite la presencia animal y llama la atención el tratamiento de esas presencias como si fueran un personaje en sí. ¿Qué puedes decir de esta apreciación?

-Primero que es una muy buena apreciación y que da cuenta que observaste bien el portafolio (ríe). Los animales son la primera razón por la que decidí estudiar fotografía, quería ser fotógrafo tipo NatGeo, pero descubrí el arte y mis pretensiones cambiaron. Me interesó mucho más la idea de generar un contenido personal a través de la fotografía. Eso sí, los temas que me apasionaban de niño no fueron para nada descartados, sino que incorporados a mis diferentes exploraciones creativas. Uno de los más transversales son los animales, para mí fundamentales en toda propuesta, y el plantearlos como personajes da cuenta del amor y la cercanía con que los veo y los vivo.

-¿Puede la fotografía reinventar el paisaje?

-¡Claro que sí! Es la idea, pienso; si no, qué lata. Las postales ya se hicieron todas, para que seguir repitiéndolas. La apreciación de la naturaleza y del espacio físico en general puede servir de puente para indagar en lugares internos, y en ese momento adquiere potencia y un valor original. Voy permanentemente mirando espacios y escenarios en todos lados, fantaseando con ellos, con sus posibilidades y con la poesía que para mí emana de ellos. Estoy metido en un constante “estudio de locaciones” con el celular o la cámara que tenga a la mano. Me sirve también para ir por la vida sin chance de aburrirme en ningún momento.