Pablo Striano: «La labor del arte será mostrar quiénes están detrás de los espejos»
Pablo Striano aclara de inmediato y con humor que el ejemplar de fierro que simula cabalgar en la obra «Mutilados», que se presenta hasta este domingo en la Perrera Arte, no es un caballo, sino una yegua, lo que explica talvez la furia desenfrenada, delirante, de su personaje, un capitán de la Guerra del Pacífico, que recoge los rasgos de todos los capitanes que un chileno de mediana edad pudo haber visto en su vida. Formado en las trincheras del teatro en los años 80 con el grupo Teuco, Pablo Striano es un actor que muchos deben tener en la retina por sus roles secundarios en cine y populares series de televisión, aunque su currículo más fiel indica que, como licenciado en filosofía, actuación y dirección teatral, tiene recorrido suficiente para hablar con autoridad de la viejas y nuevas dictaduras de la cultura criolla.
-¿Existe un método de actuación más infalible que otros para dar con el personaje?
-No, todos los métodos de entrenamiento y aprendizaje actoral son útiles, porque ellos forman parte de la experiencia escénica personal del actor y, como tal, se transforman en vivencias, en herramientas de trabajo. Lo que sí establece cierta diferencia es que no cualquier método sirve para todo. Es decir que cada método tiene una especificidad técnica que lo hace eficiente para desarrollar ciertos estilos o lenguajes teatrales. Seguramente entrenarse en el teatro físico no nos servirá mucho para actuar «Hedda Gabler» u otro clásico realista. Todo método tiene su afán, y su infalibilidad dependerá evidentemente de su aplicación por parte del actor y del director de una obra determinada. Como el arte, los métodos son pura subjetividad.
-¿Prefieres la profundidad y reflexión del actor o dejarse llevar por el delirio de interpretar y ser otro?
-Mmmm, permítaseme la pretensión de entender la pregunta desde la metafísica, desde la pregunta por el ser. Desde los griegos hasta Heidegger, esa pregunta -¿qué es el ser?- atraviesa como un abismo la historia de la cultura. Y por eso también llega al teatro. El tema de la re-presentación, de recrear o revivir la experiencia de otro -del personaje que me toca interpretar-, es fascinante como fenómeno metafísico: ¿Quién soy cuando actúo? ¿Soy yo o soy otro? Soy yo que le presta sentimientos, cuerpo y vida a otro, para que ese otro hable a través de mí, se manifieste como un ser vivo. Por lo tanto, cuando actuamos, jamás dejamos de ser quienes somos, es decir, somos nosotros en una circunstancia determinada, las «circunstancias dadas» de mi personaje, en palabras del maestro Stanislawski. Ahora, evidentemente que es prudente ser consciente de ese fenómeno como actor y artista, reflexionar acerca del mismo y comprender sus procesos creativos. Pero también es cierto que para actuar hay que tomar contacto y dejar salir materiales personales y privados desde lo más profundo, filtrarlos y controlarlos estéticamente. «Menos es más». Como la tarea que nos dejó Heidegger: «Callar por 100 años y acostumbrarnos a oír al ser». Oír lo que emana desde la profundidad abismal dentro de nosotros mismos, y trabajar con y desde eso.
-¿Cómo describirías la escena general del teatro chileno actual?
-Como decía Artaud, «el teatro es un enfermo que goza de buena salud». Creo en la democratización del arte, donde todas las propuestas de los creadores tengan un lugar y se reconozcan en su mérito. En Chile hay muy buen teatro, talvez el público no alcance a darse cuenta, pero hay que darse una vuelta por el Fitam en verano para comparar y valorar lo que hacemos aquí. Creo que hay una búsqueda de formas y contenidos que tienden a expresar lo que somos, lo que vivimos hoy en día. Yo pertenezco a una generación fracturada por la dictadura y que siempre ha estado ocupada en de-construirse para reconocerse e identificarse. Somos sospechosos. La bota militar fue un enemigo claro e identificado contra el cual muchos luchamos. Hoy, ese enemigo es más impreciso, más virtual y posible. De ahí que pareciera que asistimos hoy en día a un teatro diverso, más despojado de recursos técnicos, más puro, que pretende hablar más allá de la palabra. Un teatro que nos habla descarnadamente, cara a cara con el espectador y que no se guarda nada. A veces, sin embargo, se cae en lo superfluo de hacer por hacer, sin ninguna finalidad. Tengo la sensación de que no hay suficiente claridad acerca de las nuevas «dictaduras» que nos gobiernan: la del mercado, del consumo, de las apariencias, del tener en vez de ser, del desear en vez de percibir, etc. Creo que la cultura flaite está de moda.
-¿Cómo ves el trabajo de las nuevas generaciones de artistas?
–Me sorprende el desenfado de hacer sin importar si funciona o no, sin autocrítica. Creo que hay cierto descuido en las formas y en los contenidos. Todo vale, todo está bien. Se piensa más en el placer de los intérpretes que en los espectadores a la hora de presentar los productos artísticos. Temo que el teatro, por esto, se transforme cada vez más en un arte menor, menos peligroso, menos funcional, menos rebelde y necesario. Más superfluo. La gente ya no quiere ensayar, quiere que la vean y que la aplaudan, quiere saltarse los procesos creativos y estrenar las obras. Falta disciplina y responsabilidad colectiva. Y ahí es cuando aparecen los ripios, los fracasos, las deficiencias y la falta de trabajo. Los actores debemos ser héroes, jugarnos la vida, tal como se la juegan los personajes que interpretamos. No debemos ser obstáculos para que nuestros personajes hagan lo que está escrito que hagan y cumplan sus destinos. El actor es un instrumento no un fin en sí mismo. Cuando comprendemos eso, se van las vanidades y los pajaritos de la cabeza, nos va mejor en nuestro oficio, y comenzamos a encontrarle sentido y a disfrutarlo. Pasión, pasión y más pasión por el teatro.
-¿Qué diferencia observas entre estas creaciones o creadores y la generación de artistas que fue emergente en los 80?
-Bueno, ya me referí un poco a eso. Mi generación, la de los 80, era o es una generación comprometida políticamente, que tenía un objetivo claro: vencer a la dictadura y volver a la democracia. Había una fortaleza y convicción romántica al enfrentar el trabajo, pues el teatro era algo peligroso para el sistema: nos cerraban las salas y nos encarcelaban. Yo mismo fui detenido en el centro de Santiago por hacer teatro callejero con el Teuco. Había muy pocos lugares donde hacer teatro y, lo más fundamental, no había recursos. No existía el Fondart. Trabajábamos muchas veces gratis: en poblaciones, en festivales universitarios, encuentros de artes visuales, etc. Lo que nos mantenía vivos era la urgencia por contribuir, con nuestro quehacer, a transformar el país y volver a la normalidad democrática. Creo que los 80 es un período fundamental para entender el presente, y que las actuales generaciones se deben encargar de estudiar. No solo tiene un valor político, sino que también estético: Carlos Leppe, Vicente Ruiz, Los Prisioneros, El Trolley, Matucacna 19, el Centro Cultural Mapocho, Electrodomésticos, los festivales Off, Ramón Griffero, el grupo Teuco, Andrés Pérez… Ufff, tantos que sería eterno nombrarlos a todos. Fueron tiempos extraordinariamente intensos y fecundos. Con mayor conciencia social e histórica. Casi no existían moles, quiero decir malles… Para qué hablar de internet y toda la basura cibernética… Nos hablábamos mirándonos a los ojos con una caña en la mano en la Piojera, cuando era de verdad… Ni comerciales hacíamos porque encontrábamos que era «venderse» al sistema.
-¿Qué fortalezas y qué debilidades ves en los actores jóvenes en su manera de abordar el trabajo actoral y su discurso y punto de vista como artistas autónomos al servicio de un trabajo colectivo?
-Bueno, he sido por largos años profesor de actuación en distintos lugares, desde talleres en La Pincoya hasta director de carrera de la teatro en una universidad privada. No sé, echo de menos el romanticismo y el compromiso a morir con el teatro. Hoy aparecen otros intereses. Creo que en eso la tele tiene harto que decir. Y las universidades privadas, por cierto. Mucha gente entra a las escuelas de teatro imaginando ser rostro de tv, ser famoso. Una frivolidad espantosa, que lamentablemente existe. Pero, afortunadamente, rapidito se dan el porrazo y cachan que eso no va a ser. Y entonces se cierran las escuelas de teatro. A fines de los 90, había en Santiago alrededor de 30 escuelas de teatro, que daban cuenta del negocio para las privadas y las ansías de los chicos por ser reconocidos, por diferenciarse de los demás… saliendo en la tele. Afortunadamente eso ya pasó. ¿Y con qué nos quedamos? Con una cachá de cabros frustrados que no pudieron cumplir el sueño que les vendieron. Esto habla de algo más profundo como sociedad, sociedad de consumo sistémico. Que los sociólogos y antropólogos se den el festín de analizarnos.
-¿Hacia dónde crees que está yendo el arte chileno actual?
–Ufff, tremenda responsabilidad intentar responder esta pregunta. Por de pronto, me remito nuevamente a los griegos. Para ellos, el arte, el teatro es katarsis, es paideia, educación. Si en aquellos tiempos fue un espejo a través del cual se nos mostraba lo que somos y cómo somos, hoy en día pienso que hay que quebrar esos espejos, desenmascarar a quienes los ponen frente a nosotros y develar sus intenciones, destruir las imágenes con las que quieren controlarnos y engañarnos. Estamos atrapados en esas imágenes y obligados a coexistir y relacionarnos a partir de ellas, es decir, a través de las apariencias. La labor del arte será entonces mostrar quiénes están detrás de esos espejos. Desenmascarar el poder y rearticular las relaciones sociales sobre la base de la rebeldía. Que exista arte burgués hasta podría ser necesario, pero lo indispensable es fortalecer y estimular el trabajo de los jóvenes, reencantar a las nuevas generaciones, transmitirles el amor desinteresado que uno ha sentido por el teatro toda la vida. Recordar al Che: «Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción». El teatro debe permitir que nuestra sociedad se quite sus máscaras, que hablen nuestros cuerpos mutilados por la dictadura y su herencia, que se recompongan sus órganos y que vibre su ser. Que el arte y el teatro nos permitan «oír» Chile.
-¿Cómo evalúas el resultado de «Mutilados» en la Perrera Arte?
-Más que el resultado de «Mutilados» en la Perrera, y a partir de mi experiencia personal, destaco esencialmente la oportunidad para desarrollar allí este proceso creativo. Del resultado el público podrá hacer una evaluación más objetiva. Ha sido alucinante conocerla, «sentirla» y descubrirla. Es un tremendo escenario para el teatro; cada lugar, cada espacio y recoveco, sus claroscuros, sus formas y texturas, su energía y atmósfera. Todo un desafío aprovechar sus condiciones estéticas para poner en escena la obra. Perrera Arte es hoy por hoy el lugar para las artes experimentales. Todo a favor, nada que decir. Talvez se extrañe la presencia de público «perrero», pero siendo un lugar más tirado para las artes visuales, se comprende. Aun así, hemos tenido buen público y la obra ha gustado mucho. Desde la perspectiva de la puesta en escena, el resultado ha sido óptimo, y cumple con los objetivos que nos habíamos puesto para el montaje. No puedo dejar de mencionar el placer que ha significado para mí y la directora de la obra conocer y trabajar con el equipo directivo de la Perrera, comandado por cierto por Capitán. Ha sido un agrado tener una relación tan fluida y directa, proactiva y entusiasta. De verdad me siento agradecido e identificado con mis nuevos amigos perrunos de la Perrera. Espero pronto volver a «quiltrear» juntos a través de las artes escénicas.
Fotografías: Herbívoro Films