Nathalia Aragonese: “Uno sabe lo que a la gente le gusta, pero hay que ir más allá”

Por Héctor Muñoz

Nathalia Aragonese está convencida de que “al ser humano le hace mal estar muy cerca del otro”. Lo repitió dos veces en esta entrevista que se realizó en tres partes: en una visita casual a un set de televisión donde los actores hacían lo imposible por parecer graciosos; en el aniversario de la Perrera Arte, en el que le correspondió presentar a los artistas del segundo día, y, ahora recién, a través de algunos intercambios electrónicos a propósito del lanzamiento del trailer de “Cabros de mierda”, el filme de Gonzalo Justiniano (“Sussi”, “Caluga o menta”), que se estrena este 24 de agosto y en el que ella es la protagonista.

“Me encantó el personaje de Gladys, la Francesita, como también le decían. Todo lo que ella hace y es me representa. Yo no viví esa época ni esas circunstancias, pero habría sido y reaccionado igual que ella. Ese personaje soy yo”, dice Aragonese sobre su rol en la película de Justiniano, quien con este trabajo completa un largo periplo y, 33 años después de ocurridos los hechos, regresa a la emblemática población La Victoria a rodar la historia real de una mujer que se hacía cargo de los niños de los vecinos que eran detenidos en dictadura. El cineasta filmó personalmente las circunstancias del homicidio del sacerdote francés André Jarlan en 1984 y esos documentos fílmicos dialogan hoy con su propia recreación de ese tiempo.

“Es la historia de una época o el retrato de una época que daba esas historias”, dice Nathalia Aragonese (1981). “La película es enorme, bella, llena de detalles y cositas sensibles”, agrega.

-¿Cómo fue tu experiencia de actuar con pobladoras?

-Eso fue un gran acierto de la película y responde de manera natural a su esencia. Era muy potente estar con ellas; nosotros las conocimos antes del rodaje, nos juntábamos a tomar té, a conversar y nos contaban lo que recordaban. En el set era mucho más latente porque se recreaba la escena de la olla común, por ejemplo, y estaba la misma mujer que había repartido la comida de esa olla común en otros tiempos; me ayudaron en detalles, finalmente ellas seguían organizando la olla. Suele ser difícil actuar con extras porque, por lo general, no son actores profesionales o con experiencia, pero aquí eso era distinto. Además son mujeres de mucho carácter, lo que se hacía o actuaba no era algo desconocido para ellas, al contrario, entonces se volvían doblemente un aporte. Es algo que trasciende la película.

-¿Cómo describirías a la Francesita?

-Es joven, chilena, popular y caliente.

-¿Caliente?

-Sí, caliente.

-Sexy.

-No, caliente, no usa calzones.

Como actriz y mujer contemporánea que es, Nathalia Aragonese no para. Transita en su propio vehículo o en bicicleta por Santiago y utiliza casi todo el espectro del día para sus infinitas actividades. Pero no anda corriendo y, cuando llega a un lugar, puede quedarse lo que sea necesario. Estudia medicina tradicional china, participa en una serie de proyectos teatrales, culturales, editoriales y poéticos y tiene su propia tienda de muebles reciclados, Isla Yu Sillonería.

-¿En qué etapa de tu vida estás?

-En la del uróborus, ese animal enroscado que con la cabeza y el hocico se come la cola y es circular en el tiempo, pero que a la vez está provocando un cambio alquímico muy fuerte, un cambio de piel, una restauración. Estoy en un súper buen plano porque soy muy consciente de lo que quiero y lo que no quiero. Estoy como muy atenta, porque a veces uno se duerme y te pasan cosas cuando estás durmiendo, porque no estás atento, no te estás cuidando, estás como pensando mucho en otras personas y no en ti.

-¿Cómo así?

-Es muy loco porque uno cree que piensa mucho en uno mismo, pero no es así. Yo me levanto pensando en muchas personas, todo el día, todo el rato. Entonces, a veces dejas de pensar en ti, de entenderte, de seguir tu propia pista. Y siento que uno tiene que estar atento a las pistas de uno mismo, como el desprendimiento de estas pieles del pasado de las que te cuento.

-¿Qué piel estás dejando atrás?

-La que ya está usada, cochina. Es una piel súper interna que era como una conducta que no era mía, como esas cosas que una adopta o hereda. Y tenía que ver con el sufrimiento. Yo de verdad sufro harto todo el día por tantas personas, por mí y por todos mis compañeros, pero era mucho. Entonces había que buscar otra práctica, otra manera de habitar, de existir. Además que me di cuenta que no me acomoda, no me gusta y es menos productivo. Claro, a veces el sufrimiento te motiva, te inspira y te muestra muchas cosas, pero a la hora de ser proactivo no sirve. No sé, dejo el beneficio de la duda, porque a veces sí es necesario: en la historia del arte muchas veces ha pasado que, cuando estás más loco y más rayado, sale tu obra.

Retratos: Gonzalo Donoso

-¿Cuáles son los temas recurrentes de tu cabeza?

-Siento que estoy todo el rato tratando de equilibrar, me voy para un lado y para el otro. Estoy en los polos súper opuestos: de negro a blanco, de negro a blanco todo el rato. Los chinos dicen que uno está entre el cielo y la tierra. Tu mente es el cielo, el pensamiento, y lo de abajo es la tierra, que se empareja con otras cosas. Ese equilibrio es mi guía. No sé si lo logro o no, pero mi único punto de referencia es saber que estoy entre el cielo y la tierra. Recibo energía por la cabeza, boto por los pies y, a la vez, este proceso está lleno de círculos energéticos cruzados en movimiento, son como los electrones del átomo que jamás paran. Quizás mi cabeza es un poco sicótica, no sé.

-¿Qué observas en la calle?

-Estoy viendo que estamos súper apretado. Estamos demasiado juntos, muy el uno al lado del otro. Por eso el ser humano se estresa. Las ciudades son súper caóticas en sí mismas, energéticamente caóticas, por eso afectan tu estructura, tu sistema mental. Si entras en el ritmo de la ciudad, de seguro terminarás mal. Uno es muy vulnerable al espacio en que vive. Por eso las vacaciones son tan necesarias para todos, son como para volver a acordarse de que, en verdad, uno podría prescindir de esto o también podría cambiar esto por esto otro.

-Volvamos a “Cabros de mierda”, ¿cómo es el estilo de dirección de Justiniano?

-No sé si los directores dirigen siempre igual o modifiquen su modo de acuerdo al proyecto. En este caso me tocó trabajar con un director muy apasionado, con el hilo muy claro de todo lo que necesitaba hacer: no es menor que el mismo director escriba, dirija y produzca. Yo logré una fluidez muy cómplice y orgánica con él, me di cuenta que no a todos los actores nos dirigía de la misma manera, eso también responde a que va siguiendo lo que se le presenta. Es muy bueno para improvisar, se le ocurren cosas y diálogos en el momento y yo no tengo problemas con eso, al contrario. Me dejaba también proponer y conversábamos harto de todo: de la historia, de la película, del cine, de la Francesita, de los niños. Es un director muy cercano y tiene la capacidad de adecuarse a lo que se va dando: se divierte, se enoja, se apasiona, está muy comprometido con todo.

-La Victoria es una población con una tremenda historia que ha pasado por su propio proceso después de la dictadura. ¿Qué viste y qué te llamo la atención durante los días de trabajo ahí?

-Es un punto difícil porque esta pregunta creo que tiene que ver con la historia política y social de nuestro país, los cambios responden a esa cadena histórica larga. Creo que si bien La Victoria es una población con una historia tremenda, con una gente maravillosa, fuerte, generosa, no queda exenta de los problemas de prácticamente todas las poblaciones chilenas actuales y, obviamente, está distinta a como era en los años 80. Partiendo por lo concreto, ya que tenemos de referencia directa las imágenes de Gonzalo Justiniano, hay gente de distintos países, niños haitianos, por ejemplo, que en esos años era impensado. Las poblaciones también tienen sus propias leyes y eso uno lo percibe: hoy puedes hasta sentirte más seguro dentro de una población que en sus alrededores. Lo hermoso también fue encontrarse con las mismas personas, esos personajes reales que siguen viviendo allí y son capaces de recibirnos y ayudarnos desde su propio lugar a una extensión artística tan necesaria y tan particularmente mostrada como es “Cabros de mierda”.

-¿Cómo ves el arte contemporáneo?

-Es medio elitista. Siento que podría haber mucho más de lo que hay y ser mucho más decente. Es como que está guardadito, como que no suceden muchas cosas de verdad potentes, buenas. Nosotros tenemos la suerte de ver obras que son increíbles y están ahí, pero igual pasa muy poco porque políticamente estamos alineados también a un sistema del arte. Que un artista no pueda hacer su obra porque no tiene plata es súper lamentablemente. En la pobla demás que hay artistas y nunca lo sabremos. Nunca los vimos, nunca nos dimos el espacio para conocer otra textura. Ahí me parece que el arte tiene un vacío con la sociedad. Funciona porque funciona y todos lo hacemos desde la nada; no sabemos cómo, pero lo hacemos. El tema es a quién responde, a quién te diriges, porque en el arte en Chile muchas veces sucede que armas un proyecto pensando en el resultado: dónde deseas que esté, a quién quieres que le guste. Es una manera de hacer las cosas, pero yo la encuentro muy poco arriesgada y sincera. Hay que ser valiente y no pensar tu obra de acuerdo a lo que gusta o no. Porque uno sabe lo que a la gente le gusta, pero hay que ir más allá de eso.

Galería fotográfica: Archivo Perrera Arte y producción «Cabros de mierda»