Montagna: «Vender el alma al diablo es un fundamento de la experiencia humana»
Por Héctor Muñoz
Ya avanzada la obra, consumado su pacto con el joven y debilitado Fausto, Mephisto, el diablo, empieza a caminar con una sonrisa maliciosa hacia los espectadores y un leve temblor parece recorrer al público que se encuentra justamente en ese lado de la sala. De ahí en adelante, cada uno estará lanzado a su suerte. Mephisto, que en realidad es el propio dramaturgo Juan Carlos Montagna, mostrará entonces su conocimiento del oráculo y con breves pinceladas, elegantes y sutiles, siempre cómplices, irá auscultando a los propios testigos de su espectáculo.
El actor y director ítalo-chileno montó por primera vez “Fausto, el oráculo” en 2001 en su propio departamento en Madrid, después la ofreció por largo tiempo como teatro a domicilio y finalmente, tal como estará ocurriendo durante todos los fines de semana de octubre en la nave central del Centro Experimental Perrera Arte, luego la mostró en los más diversos galpones y espacios alternativos de España. Nunca, recuerda, alguien se enojó por su juego diabólico de seducción y adivinación. Y, si así hubiese ocurrido, nunca tampoco se percató de tal molestia.
-Tu conocimiento del oráculo y el tarot está a la base de tus dos versiones de “Fausto” e, incluso, has llevado ese saber a escena de manera sorprendente para el público. ¿Cómo opera la utilización de esas técnicas con el resto de tu dispositivo actoral?
-Es una dimensión que a estas alturas domino fuertemente y que a la vez cada día me sorprende más. Existe allí un misterio que me provoca. Incorporé los oráculos en “Fausto” antes de acceder al conocimiento del tarot y sin tener sospecha de que algún día me dedicaría profesionalmente a él. Siempre fui muy intuitivo, pero comprendí y decidí que esa facultad o característica también podría pertenecer al arte. Mi método psico-físico de actuación está basado en el trabajo de las energías del performer y su condición personal interior, entonces existía el portal para explorarlo en “Fausto”. Había tenido un hondo aprendizaje con un maestro cubano, José Tomás González, en un taller internacional al que fui invitado a ese país, una experiencia que se me grabó a fuego donde se hablaba del actor como un danzante que realizaba oráculos. Pero yo unos años después lo desarrollé en “Fausto” en otro sentido: en el ritual que es el espectáculo. Mephisto tiene el poder de auscultar al espectador y de enseñarle a Fausto sobre el ser humano, que es tan hondo y tan vulnerable como él. La actuación psico-física y este aspecto de la dramaturgia se insertaban en un ritual íntimo, activando mi intuición personal incorporada al performer. El tarot vino después como conocimiento y como oficio, introduciéndolo específicamente en “Fausto II, el tarot”. Pero esta disciplina y los oráculos apuntan a lo mismo y poseen una misma base: el desarrollo de una técnica psico-física para el performer centrada en la comunicación frontal-energética con el espectador y la videncia. Ver, develar, es ciertamente una dimensión esotérica introducida en mi teatro, la cual es activada por una técnica física-emocional y por una voluntad profunda de comunicación. También está activada por la voluntad de provocar, en el sentido de sacar al espectador de su lugar cómodo y hacerlo entrar en un plano de peligrosidad personal al ser develado y expuesto.
-¿En qué aspectos te fijas para entrar en el juego con el espectador?
-En “Fausto, el oráculo” todo esto ocurre porque primero soy yo el que, como actor, se expone energéticamente de modo radical. Así, al espectador se le abren canales y está despojado, entregado, perteneciendo a la experiencia teatral. Entonces puedo entrar en él del modo que he explicado. ¿Es su postura? ¿Son sus ojos? ¿Su aura? Es todo eso y más. Puedo hacerlo y soy también así en mi vida personal. Son tantos años de “Fausto” y los oráculos siempre han generado en el espectador intriga, conmoción y aceptación. Deben ser muy excepcionales las experiencias negativas y, si han ocurrido, nunca lo he sabido. La gente después me pregunta cómo pude “adivinar”, lo hacen de un modo travieso y hondo, a veces silencioso. Pero al final ambos -el espectador y yo- sabemos el porqué: es la comunicación que se pudo instalar complejamente en escena. Siempre es bien impactante lo que en la función ocurre con los espectadores testigos de un oráculo que está ocurriendo con otro, conozcan previamente o no a la persona: perciben que allí se está develando algo real y verdadero, tanto por la expresión o actitud del auscultado como por mi conexión manifestada en ese momento como actor. Esto contribuye a la atmósfera ritual y altamente dramática del espectáculo y genera tensión o expectativa: “Luego podría ser mi turno”, parece decir cada asistente. La verdad es que todas las funciones y cada espectador son una aventura y me sorprendo. El performer-diablo se acerca desde la seducción, desde la provocación y desde una cierta autoridad que infunde respeto y temor, pero ya entrando en el campo energético de la persona -esto es algo complejo, tiene que ver con el contacto desde la espacialidad- se instalan lo afectivo y la desnudez de este diablo que te ofrenda una sagaz mirada sobre ti, siempre fugaz, penetrante y misteriosa. La gente testigo sonríe, se ríe o se le aprieta la garganta, y el auscultado, que está abierto o a la defensiva al principio, después estará quizás intrigado, casi siempre conmovido en presente y real.
-El trato de vender el alma al diablo siempre ha calado hondo en la cultura popular. ¿Por qué crees que ese acto de transacción resulta tan atractivo para tantos?
-El pacto se proyecta desde un origen antropológico hacia el mundo “culto”, dueño de la información y del poder modelador de la cultura y de sus normas. Entonces, vender el alma al diablo a cambio de la inmortalidad -y de obtener lo deseado- es uno de los fundamentos de la experiencia humana, ya no solo en el plano psíquico sino en el plano de la organización social. Es la pulsión fáustica de poseerlo todo, cosas y personas, intentando torcer el natural envejecimiento del cuerpo físico y el paso inexorable del tiempo. Es una distorsión de aquel anhelo y condición del ser humano para transmutarse físicamente y trascender espiritualmente más allá de la muerte. Por supuesto esta distorsión es animada por el capitalismo, por los poderes fácticos y por los aspectos nocivos de la digitalización y de la globalización actual. Así, las personas son vulnerables a un maestro capaz de ofrendarte cosas y herramientas que te permitan tener más estatus, riqueza, belleza, conocimientos e intelecto que el del lado, sin darse cuenta que te lo cobrará de un modo u otro, siempre trágico. Ocurre frecuentemente en las parejas, en el trabajo, en cualquier círculo de poder donde existan jerarquías y la posibilidad de acceder a una cuota de este poder.
-¿Cómo describirías la mecánica de este pacto?
-Se desarrolla establemente un juego de seducción por ambas partes basado en la utilización mutua, consciente o inconsciente: “Te seduzco para que me guíes y me des tus herramientas para obtener, te seduzco para que identifiques que yo te las entregaré sin que te des cuenta que con esto me perteneces”. Al principio este juego se instala desde la mutua atracción, o desde la admiración e incluso desde el amor instintivo. Pero rápidamente el juego se desarrolla desde la deshonestidad, más tormentosa o más fría, pero finalmente deshonestidad. La sociedad está fuertemente construida desde un juego seductivo, tan perverso como trágico. Y la excepción confirma la regla. Es por el poder económico que somete y resta opciones a la mayoría, es también porque generalmente las personas no se auto-construyen interiormente, sea porque no quieren o no pueden (y son tan complejas las razones de esto). Entonces “el otro” es el espejo, en él se depositan la autoestima, el ejemplo a seguir y la voracidad de lo que se debe obtener en los diferentes aspectos. Este “otro” es el admirado diablo, pero también odiado, porque no se admite que es una proyección del “yo” vulnerado, negado. En esta cadena malsana, aquel “otro” -que es receptor de algún “yo” que lo ha erigido como diablo- a su vez hará lo mismo con un “otro”, proyectándose en él.
-Bien torcida y envolvente la relación.
-Sí, pero en el “Fausto” de Goethe se produce la transmutación y la derrota del pacto por ser inútil e inconducente. En mi versión, Mephisto se inmola porque es verdaderamente un maestro capaz de despojarse de sus poderes: para que su discípulo trascienda y sea capaz de configurar con dolor su “yo” y su autonomía, comprendiendo la inutilidad del juego seductivo basado en la utilización del otro para acceder a la inmortalidad y a la posesión de las cosas o de las personas. Así, Fausto y Mephisto abandonan el juego de poder para acercarse al amor verdadero, accediendo con ello a la conquista del “yo” esencial. Ya no es necesario un “otro” para proyectarse. Desde otro punto de vista, aquí vemos finalmente que Fausto y Mephisto son las dos esferas en unidad de opuestos que pertenecen a una sola interioridad consciente. Lo cual significa que el trato con el diablo al que se le ha vendido el alma es en realidad el progresivo acercamiento para una aceptación de la parte oscura del ser humano. Así, el espectador que asiste a este espectáculo reconoce el pertenecer a un plano psíquico y a un plano social trágicos, o bien reconoce el peligro de acceder a ellos. Pero también descubre o recuerda la necesidad imperiosa de trascenderlos, conquistando con fuerza la propia autonomía. Esto ocurre por la dramaturgia textual, por el espacio escénico, por la cercanía energética y emocional con los performers y por el método psico-físico de actuación donde todo lo que he explicado es encarnado.
-En estas intensas jornadas dobles de octubre en la Perrera, decidiste juntar “Fausto” con tu propia versión de “Chéjov”, construida a partir de personajes de tres piezas del autor ruso. ¿Qué une las monumentales obras de Goethe de Chéjov?
-Las une una visión holística sobre el alma humana. Ambas, desde su narrativa y construcción lingüística diferente, intentan desentrañar aquel núcleo misterioso, indescifrable, pero reconocible en su manifestación a través de las acciones y de los sentimientos de sus personajes: la búsqueda de la realización desde la imperfección y la contradicción, siendo más o menos conscientes de sus fracturas, sus dolores establecidos, sus deseos, sus sueños, sus evasiones y sus fantasías. A partir de ello, desarrollan una cosmovisión de la interioridad en su compleja relación con el otro y con aspectos de lo social. Y finalmente entregan una visión iluminista humanista, pero a propósito de abordar la tormentosidad de existir. Pienso que son universos que logran acceder estéticamente a las grandes preguntas sobre la vida y la muerte, a la vez que tienen plena resonancia en la actualidad, ya que a pesar de todo lo que hoy ocurre sigue existiendo la necesidad de comprender “el sentido”. En realidad, esto ocurre con todos los grandes de la literatura clásica y moderna, desgraciadamente en la actualidad no es fácil encontrar autores con este nivel de resonancia y perfección estilística.
-¿Y qué separa o distingue estas mismas obras?
-Bueno, podría decir que las separa la época, Goethe pertenece al Romanticismo y Chéjov se instala en las pulsiones del cambio de siglo XIX al XX, además de que es notoria la diferencia entre la sensibilidad alemana y la rusa. Esto es determinante para comprenderlos y abordarlos, pero finalmente apuntan a lo mismo en esencia. Me atrevería a señalar que ambas escrituras abordan lo espiritual a propósito de la acción, aunque en Goethe están además la magia, la alquimia y aspectos alegóricos. En la proyección performativa de los dos espectáculos que ahora presento juntos en la Perrera y en su previa investigación nunca sentí diferencias, son dos mundos que me resuenan hondamente y eso espero que ocurra con el espectador; es la capacidad que puede tener la teatralidad de unir signos y experiencias. La intensidad de la actuación y la ritualidad permiten un despojamiento emocional y una apelación al público donde el discurso de estos autores se hace carnal y complementario.
Fotografías: Tamara Villagra
Coordenadas
Qué: Programa doble “Chéjov” y “Fausto, el oráculo”
Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Montagna
Electo “Chéjov”: Ignacia Agüero, Felipe Arce, Phillipe Barnett, Carlos Briones, Joaquín Pérez y Camila Rojas
Elenco “Fausto”: Juan Carlos Montagna (Mefistófeles) y Joaquín Pérez (Fausto)
Cuándo: Todos los sábados y domingos hasta el 23 de octubre
Dónde: Centro Experimental Perrera Arte, Parque de los Reyes s/n, Avenida Balmaceda, entre Bulnes y Cueto
Horarios sábado: 20 horas (“Chéjov”) y 22 horas (“Fausto”)
Horarios domingo: 18 horas (“Fausto”) y siempre a las 20 horas (“Chéjov”)
Adhesiones: $ 6.000 general, $ 3.000 estudiantes, $ 8.000 pack doble función, $ 5.000 pack doble función estudiantes
Reservas: celular 99388944 (mensaje de texto o llamada directa o perdida); correo: interno.cia@gmail.com, y Facebook: https://www.facebook.c
Cupos limitados / se exige reserva previa /estacionamiento gratuito.