Lo bello nos despierta a lo bueno (a propósito de las pinturas de Yuri Núñez)

Por Pato Huerta / Nueva York

Este viaje comienza en Chile y los míticos años ochenta. Un día cualquiera Huerta conoce a Vergara, Cofré, Cortés, Torres y Núñez. Todos viven en STGO, esa metrópolis gris escondida entre cerros y temblores. La amistad se cimienta entre estos jóvenes rebeldes, como suele ocurrir en esos días, en el rechazo a ciertas normas. George B. Shaw dijo youth is wasted on the young, pero estos chicos no desperdician nada. Se dedican a pintar los muros de la ciudad con imágenes insólitas: hormigas gigantes, unicornios, psicodélicos, peones en un juego de ajedrez, montañas resplandecientes. He dicho que son jóvenes, pero de cerca se ven muy niños para la tarea que se han asignado. Sin embargo, y esto es esencial, no están solos. Son una tribu. Una generación llena de vigor que impulsa la liberación. Estos jóvenes ingeniosos logran derrumbar el árbol podrido de la dictadura fascista.

¿Puede uno separar el arte del artista?

Huerta se hace esta pregunta a menudo al contemplar los trabajos de sus carnales Núñez y Cofré, que ahora pintan oleos sobre telas enormes. Las obras aparecen como una extensión natural de un proceso inefable que se ha cristalizado en el alma del artista. Eso que los flamencos llaman tener el duende.

Las pinturas poderosas de Núñez siguen emergiendo en su danza con los duendes, pero a estas alturas Huerta se ha largado a otra metrópolis a estudiar el psiquismo del universo y quiere usar las herramientas de la neurociencia para descifrar los misterios del cerebro. Una de las telas de Núñez, en la que un cráneo-cerebro dispara rayos de colores vibrantes mientras mira el árbol del conocer, encuentra su lugar en el laboratorio de Huerta. Es un talismán inspirador para los jóvenes estudiantes de neurociencia.

Con los años mozos en el espejo retrovisor, Huerta ha decidido que el Arte es una de las poquísimas actividades redentoras de la humanidad, esta masa de monos poco-sabios que nos hemos dedicado a desparramar mierda sobre la Terra Mater desde que partimos nuestra larga marcha de la autoconciencia, desde la sabana africana hasta los canales de la Patagonia.

Corren algunos años. Núñez sigue pintando en un Chile que se convierte, paso a paso, en la fotocopia febril del edén. Cofré afirma que el pincel de Núñez es puro power. Es cosa de imaginarse que pasaría si su merced se encuentra por casualidad con uno de los Perros de Núñez ­-piel multicolor, ojazos de animé, dentadura gigante- en un callejón de la ciudad. Un estallido de arte. Las Montañas de Núñez. Los Árboles de Núñez. Son un baño de energía a quien los observa, una invitación a un universo de múltiples vibraciones en las que puedes bailar, e incluso gritar, con la madre tierra y algún poder primordial. Un llamado a los orichas, en especial a Changó con sus rayos y su fuego.

Así, este viaje espacio-temporal nos lleva a lugar muy concreto: SAN DIEGO, un barrio en el centro de STGO. La primera vez que Huerta observa estos trabajos piensa que son la manifestación visual de las líneas iniciales de una de sus novelas favoritas, Neuromante, de William Gibson:

The sky above the port was the color of television, tuned to a dead channel

[el cielo sobre el puerto tenía el color de un televisor sintonizado en un canal muerto]

Para entender esta frase hay que tener unos cuantos años. Un canal sin señal en una tele análoga muestra estática, que incluye el fondo de microondas cósmico, y da la impresión de ser un cielo gris y nublado. Del mismo modo, las enigmáticas imágenes de Núñez extraen, con el poder inagotable del blanco y negro, una esencia pura y transtemporal de la vida de barrio.

Los cuadernos de Núñez sobre SAN DIEGO exigen un alto nivel de contemplación meditativa. No están hechos para el turista del arte. Hay numerosas sombras fantasmales de casas y plazas. A veces, las imágenes nos invitan a ser pájaros (o tal vez drones) y sobrevolar los techos del barrio.

SAN DIEGO fue, en su momento culminante, un barrio fundamental de la experiencia santiaguina. Era un lugar feo durante el día, repleto de tiendas que ofrecían baratijas. Algunas tenían nombres estrafalarios, como La Polar y su expresión “llegar y llevar” que siempre me pareció una invitación algo irónica al robo. Otra tienda con nombre magnífico era El Canario Navegante. No es sorpresivo entonces que Pablo Neruda dijera que SAN DIEGO era el arrebato / de lo que quiso ser / tan solo transitorito / y se quedó formado / para siempre. Por otro lado, el barrio se vestía de gala en la noche, con sus teatros, burdeles, circos y bares. Huerta recuerda con intensidad algunos eventos en el teatro Caupolicán, especialmente el IV Festival de Música de la ACU (Agrupación Cultural Universitaria) y el concierto de Los Jaivas (1981), en los que trabajó de plomo en las luces y el sonido.

SAN DIEGO de Núñez rescata la paradoja del barrio con sus visiones tristes y al mismo tiempo atractivas. Me imagino que los pasajes y las casas de barrio no llaman la atención a muchas personas. El ojo de Núñez nos hace apreciar las viejas paredes de ladrillos como si fuesen matrices cibernéticas, que invitan al cálculo de historias no contadas. Nos encontramos también con cúpulas de edificios religiosos. Pero las visiones excelsas corresponden a siluetas de casas en claroscuro y a los esqueletos de edificios que tienen su existencia más lúcida en el cerebro de quien observa estas imágenes con detención. Una arquitectura de la belleza cerebral, neural y mental.

Otra imagen clave del SAN DIEGO de Núñez es la pirámide. Tal vez son cerros en un barrio imaginario. Tal vez es basura, como gran parte del consumismo salvaje que ha azotado a Chile estas ultimas décadas. Tal vez es un elemento místico, una llave a un lugar secreto. O simplemente, una muestra de belleza sublime y un llamado del Artista Núñez a rescatar eso que vale la pena rescatar. Una articulación de esta verdad: hay objetos en el mundo cotidiano que brillan con luz propia. Una visión esperanzadora de que, aunque los humanos somos una especie defectuosa, el Arte puede mejorar nuestra condición y ayudarnos a trascender. El Arte y el Artista logran destrozar la oscura narrativa de que los humanos somos una porquería. Al final de este viaje, lo bello nos despierta a lo bueno.