Las “bipolaridades” del quiltro chileno

Por SAMUEL TORO, Valparaíso

Dos apuntes es posible hacer a partir de la muestra Encontraron cielo, que el artista visual y taxidermista Antonio Becerro presentó en el frontis, hall central y ala norte del primer piso del Museo Nacional de Bellas Artes.

El primero de ellos se refiere precisamente a la taxidermia, disciplina emblemática en la producción de este artista y que de alguna manera subyace en las líneas y formas de las presentes esculturas caninas en fibra de vidrio que muestra ahora. Hasta el año 2002, el arte nacional no tenía la costumbre de interactuar con “cadáveres” como opción crítica/estética. No se escuchaban ni leían declaraciones de escándalo (como las que generó este artista) por las exposiciones privadas en casas particulares u otros recintos con animales (generalmente trozos de ellos, como la cabeza) embalsamados. Pero la diferencia del último caso con el trabajo del artista Antonio Becerro es de magnitudes. Exposiciones como Semidoméstico y Óleos sobre perro no era el uso del cadáver de los perros como trofeo de guerra sino como soporte estratégico y poético. Becerro tiene una vinculación particular de compromiso con el contexto cultural, social y político de Chile, exponiendo al bello quiltro en su precariedad y fuerza a la vez, en composiciones e intervenciones hacia y desde el cuerpo mismo y no sólo desde su representación.

A través de la técnica milenaria de la taxidermia, Becerro involucró cruces de lectura con el corte, el vaciado, el relleno, la mantención. La representación de estos puntos son los ejercicios reales y simbólicos del proceso de conservación de un entramado “histórico” particular de las artes chilenas (desde la década de los 90 hasta mediados de los años 2000). A partir de las lecturas entramadas, los símbolos metodológicos y críticos, la obra de Becerro se construye y se soporta desde un cuerpo callejero: el del quiltro secuenciado, serializado y conminativo en su relación con los entornos expositivos en su accionar abrupto para con la digestión de los soportes en Chile. Además, como se menciona antes, no sólo es el soporte, sino los pasos de ejecución en el proceso de vaciar un cuerpo de su contenido original y mantenerlo estático, rígido, frenado y reparado en su proceso descompositivo. ¿De qué estamos hablando? De la supuesta escena chilena.

El segundo aspecto se refiere a la singularidad de esta exposición que en gran escala Becerro presenta en el Museo Nacional de Bellas Artes. Siempre hay un riesgo en el momento de aceptar trabajar con instituciones ya delimitadas históricamente en sus principios políticos y culturales y, sobre todo, en el hecho de vincular los citados aspectos formales, informales y “subversivos” en la pregunta que cuestiona el hecho de movilizar estos elementos conceptuales y prácticos a partir de lecturas específicas, como el discurso de los canes. Ahora, esto no es novedad: desde hace muchos años, Becerro ha elegido el trabajo vinculado a las artes y su tradición, para, desde ésta, ponerla en tensión y cuestionamiento con “fines” estético-políticos que incomodan a un buen tanto por ciento de la población.

Llevar este aparato crítico al Museo Nacional Bellas Artes puede generar la doble lectura entre la tensión museo y la apropiación de éste en la fuerza de la presentación y representación de los quiltros, lo que podría verse como una especie de domesticación. Sin embargo, aún integrando estas dos lecturas, el proceso dialéctico que generan es de reciprocidad cultural. Es una negociación a veces necesaria para quien trabaja en el campo del arte, la cual potencia su visibilidad. La lectura, como sostengo, es doble, y esta bipolaridad conceptual abre un nuevo cuestionamiento al debate que esperemos sea de enriquecimiento crítico, como el que Becerro ha intentado desde sus primeras exposiciones con sus cuerpos de perros quiltros chilenos.

Fotografía principal: Jorge Aceituno

Proyección en 3D: David Salomón