La banda chilota Paichil Nancuante volvió a tocar para las dos vírgenes de Calen

Por Tito Muñoz y Antonio Becerro / fotografías: Gilberto Cartes

Bien provistos de alimentos y bebidas, llegamos a la comarca ribereña de Calen, ubicada en la comuna de Dalcahue, en la costa este de Chiloé, casi al vuelo de la primera campanada y bajamos de inmediato a la iglesia, construida en torno a 1870. Los primeros feligreses se acercan al templo de madera y el historiador, lingüista y mariscador de orilla Renato Cárdenas, nuestro generoso anfitrión de siempre en la isla, quiere mostrarnos algunos detalles de la imaginería religiosa antes de que la capilla, reluciente para la ceremonia, se llene de lugareños y visitantes.

Es 8 de diciembre de 2021 y, por primera vez en dos años de cuidados extremos debido al coronavirus, la iglesia vuelve a abrirse a los fieles para renovar el compromiso con la Purísima y la Inmaculada Concepción de María, quienes nos esperan en sus respectivos altares para su primer paseo por las calles y la orilla del mar luego de eternos meses de encierro. Todos llevamos mascarillas, menos Margarita Nancuante Bahamonde, simplemente Maiga para Renato Cárdenas, ya que ambos fueron compañeros de curso en la escuela primaria Nº 29 de Calen, hace muchas décadas.

“Nunca me he puesto eso”, dice con voz segura Maiga mirando nuestra KN95. “Estamos en las manos de Dios”, agrega la rezadora y directora de la agrupación familiar Paichil Nancuante, la banda de cabildo más antigua de Chiloé. “Es cierto, muchos murieron en esta pandemia, pero todos tenemos nuestra hora”, agrega esta mujer menuda, vestida solemnemente de traje negro, con surcos marcados en la piel y un aire de autoridad que se impone a primera vista.

Margarita Nancuante tiene una memoria prodigiosa, canta los gozos y declama poesías, y ha encabezado la tercera generación de esta banda sin tocar ningún instrumento luego de la partida de Clodomiro Paichil, el Coyo, quien heredó la tradición de su papá, Manuel Jesús Paichil Millalonco, el Tata, que a su vez tomó el relevo de su padre y fundador del grupo Ignacio Paichil. Al igual que su fallecido hermano Alfredo Nacuante, uno de los fiscales más importantes que ha tenido la caleta, Maiga es casi parte de la estructura de la iglesia en Calen.

“Maiga es la que organiza. En un momento se siente con la responsabilidad de mantener esta banda y para ello ha sido exigente con sus hijos y nietos para que tengan un comportamiento acorde con estas celebraciones, porque ellos representan a la comunidad. Ella es la que pone el orden y, además, en su casa se guardan los instrumentos”, cuenta Renato Cárdenas.

Las dos vírgenes siguen ahí, atentas a los movimientos de los primeros creyentes que participarán en la misa y la posterior procesión. La Purísima es pequeña y está a la derecha del altar con sus finas facciones. Al otro lado, se encuentra la Inmaculada, bastante más robusta e igualmente decorada con cuidado para la ocasión.

-Llama la atención esta convivencia de ambas vírgenes-, le preguntamos a Renato Cárdenas en un nuevo y reciente viaje a Chiloé en este verano duro para la salud del sabio de la isla.

-Es que no hay convivencia. Están ocupando un espacio común, que es la iglesia de Calen, pero cada una tiene su culto.

-¿Cómo es eso?

-Calen, como toda sociedad campesina, como toda sociedad chilota, está dividida también por segmentos. Y hay indígenas y no indígenas, mestizos. La sociedad se divide en grupos que tienen cultos a distintas divinidades. Desde el punto de vista de la Iglesia Católica es lo mismo, está bien, las diez mil vírgenes existen en el imaginario de la gente y ellos aceptan que es lo mismo dentro de la doctrina, pero una cosa es aceptarlo y otra concebirlo. Como norma está bien, es el mismo dios, o la misma virgen, pero en los hechos es distinto. No es lo mismo la Inmaculada que la Purísima, que en este caso se adopta como la Virgen de los Indios y van a ser los indígenas -los huilliche o los mapuche del sur, que son lo mismo- los que rinden culto a esa imagen, mientras que  la Inmaculada identifica a otros sectores de esta sociedad local y por eso se la denomina la Virgen del Pueblo.

-Cada uno con su virgen.

-Esto ocurrió aquí y en muchos otros lugares. En Linlín, la isla que está frente a Calen, la cosa fue mucho más brusca o más fuerte, porque una parte de esta isla de varios kilómetros tiene una iglesia y al otro extremo hay otra, y en cada una de ellas existe un culto diferente. La de los indios está en Curaco de Linlín, mientras que la del pueblo se encuentra en la iglesia de Los Pinos.

El templo se ha comenzado a llenar de creyentes y, antes de salir, Renato Cárdenas nos recomienda que miremos con atención unas pequeñas figuras religiosas ubicadas en la parte lateral de la iglesia. “Son esculturas bastante únicas realizadas en papel maché. Una de ellas es el Jesús de la Buena Esperanza, que es una réplica en menor tamaño de la imagen que preside la fiesta de Putemun, el 6 de enero. Es muy interesante la forma en que se modelaron esas imágenes, tienen un aspecto muy naif y fueron realizadas por unos santeros que había cerca de Dalcahue”, apunta el historiador.

-Alguna vez escuchamos que tu abuelo construyó el altar mayor de la iglesia.

-Sí, mi abuelo estuvo trabajando como parte del pueblo. Las iglesias en Chiloé eran hechas de manera colectiva una y mil veces, porque se van reparando, reparando. Ahora que fueron declaradas patrimonio de la humanidad, son empresas financiadas por el Estado las que vienen a restaurarlas. Pero la de Calen no entra en ese sistema, es el pueblo mismo el que siempre está arreglando su iglesia. Cortando la madera, aserrándola e instalándola ahí, en las podredumbres que generan el rigor del clima y el paso del tiempo.

Terminada la misa, comienza el lento andar de los peregrinos. La Inmaculada encabeza la procesión en los hombros de los fieles. “La Virgen del Pueblo de alguna manera representa el poder, el sistema de la iglesia. La imagen es interesante porque, si bien es de yeso, no es completamente de ese material, como las que se venden hoy en las fábricas, sino que el yeso se ha dispuesto sobre sucesivas capas de tela”, apunta Cárdenas. Más atrás aparece la Purísima: “Esta fina imagen es talvez la que dio lugar a esta capilla. Es una escultura muy menuda, con ropa básicamente, porque lo único que se le ve son la cara y las manos, el resto son empalizadas internas que van formando la estructura, que es como se ha hecho siempre en la escuela chilota de imaginería”, agrega.

-¿Dónde fue hecha esta imagen?

-La Purísima seguramente llegó de afuera. La adquirieron en otro lugar o la mandaron a hacer, como cuando vas al sastre. El pueblo manda a hacer una imagen y para ello se hacen unas colectas. Por eso son interesantes estas expresiones, porque representan a comunidades que se organizan no solamente para convivir aquí en la tierra sino que para el más allá.

Delante de las banderas chilenas y el estandarte de la capilla, bajo un dron que se mueve inquieto registrando lo que acontece, la banda de los Paichil Nancuante encabeza la procesión al sonido de sus acordeones, la percusión de un bombo, un tambor y un redoblante, guitarras y el canto único de la diuca, un aerófano a base de agua que se hace escuchar por medio de un pequeño tubo en el que sopla su ejecutante, en este caso Esteban Paichil Paichil.

“La membrana de los instrumentos de percusión es parte del saber y tradición de esta familia, es una tecnología heredada. El cuero tanto de chivo como de venado, que abunda en el lugar, lo dejan enterrado unos días y la humedad del suelo empieza a soltar el pelo. Después de un tiempo, lo retiran, lo limpian y recién ahí lo arman en el bastidor del bombo o tambor”, explica Cárdenas.

-El sonido de la diuca es alucinante.

-La diuca era un instrumento ocasional hace cien años. Es decir se hacía para esta fiesta y se desechaba, porque era simplemente un envase, una taza o una copa, a la que se le sacaba el sonido con el cálamo, el tubito de una pluma. Pero en algún momento a los Paichil Nancuante se les ocurre hacerlo con tarro de café y un tubo soldado con estaño, transformándolo entonces en un pajarito de lata. Es un instrumento único difundido en todo Chiloé que marca tanto el ritmo como la armonía con su gorjeo.

-Tú sostienes que la música es talvez lo más relevante de esta fiesta.

-Es que la música es lo más abstracto en el arte, no hay nada más abstracto y, por eso mismo, es difícil que una música represente una cultura, un lugar o un pueblo. En este caso lo hace. Yo puedo escuchar esa música en cualquier parte del planeta y sé que es la música de los Paichil de Calen. Esa música puede estar con 20 pasacalles más y se va a distinguir igual. Es distinta a las otras. Entonces el pasacalle se levanta musicalmente como si fuera una bandera sonora que representa e identifica a una determinada comunidad. Eso es lo interesante desde el punto de vista estético.

-Se vuelve única.

-Claro, porque hay que considerar finalmente que era una sola música religiosa para todo el archipiélago y cada pueblo fue tomando esta música, interpretándola. Además los instrumentos son casi los mismos pero la forma de operar ese instrumento, de tocarlo, de modificarlo con textos y memoria, necesariamente van alterando el resultado y, de repente, ya no es la música general, es la música de ese pueblo para Llingua, Caguach, Calen, San Juan, Dalcahue, etcétera.

Transcurrida una cuadra o algo así, la procesión gira de regreso para tomar el borde más cercano al mar. Hace calor este 8 de diciembre, al día siguiente se registraría el dramático incendio de Castro, en el que quedaron sin hogar más de 140 familias, y ambas vírgenes descansan de cuando en cuando para escuchar las palabras de cada una de las tres niñas que, vestidas cual princesas, se suben a una silla para recitar sus oraciones.

“Yo me fui encontrando acá con un universo que iba más allá de la iglesia formal, que era el mundo de la creencia religiosa, pero que es también una creencia mágica”, cuenta con un tono sereno Renato Cárdenas. “Me refiero a un ámbito muy específico, que es la creencia en los santos patronos, que son imágenes que se fueron estableciendo en las distintas iglesias y que, a su vez, para la gente de un pueblo se transformó en un poderoso, ya que así lo llaman también. Un poderoso es alguien a quien le pueden pedir favores, igual y tal cual como existe en el mundo mapuche el culto a los antepasados, que es lo mismo, pero traducido al catolicismo, porque el catolicismo envolvió este concepto y lo presenta por medio de imágenes”, explica.

-Son equivalentes.

-Un santo patrono es lo mismo que un antepasado. Y las animitas del camino también son un culto a los antepasados. Todas las animitas fueron humanas, fueron personas igual que nosotros. Todos los antepasados del pueblo mapuche fueron también mapuche y a ellos se les rendía culto porque protegían a su comunidad y, a través de ella, a cada una de las familias del muerto. Ese muerto que al morir lo transformaban, a través de ritos, en un antepasado.

La Virgen del Pueblo y la Virgen de los Indios avanzan de cara al mar luego de dos años de encierro. “El recorrido por la playa es de alguna manera una vuelta por el universo. Porque el universo de abajo también está vinculado en otro círculo con el universo de arriba”, dice Cárdenas.

El joven y robusto Esteban Paichil transpira en el esfuerzo de hacer sonar la diuca y sus asistentes le proveen de agua tanto para refrescarse como para alimentar su instrumento que deja escapar el vital líquido al fragor de la interpretación y movimiento. “En los guillatunes mapuche, la gente no solo camina en torno al patriarcal, como se le llamaba acá en Chiloé al espacio, al escenario del guillatún. Sino que además de llevar la música, iban moviéndose, bailando. Tenían una coreografía que en determinado momento, cuando se pasa al mundo católico, se pierde en estas ceremonias, aunque aquí todavía tiene resabios de eso”, comenta Cárdenas.

La Inmaculada y la Purísima comienzan a entrar, en ese orden, la capilla mientras el sonido de acordeones y tambores se apaga para dar paso a los agradecimientos y la oración de despedida. Los adultos untan sus manos y rostro con agua bendita y los niños recuperan en el acto la naturalidad de sus juegos y gritos propios, mientras los huasos corraleros, que cerraban la procesión, se pierden en la nube de polvo que levantan sus cabalgaduras.

“Las fiestas religiosas de alguna manera son la forma más esplendorosa, festiva, de alabar y dar culto a las imágenes que se tienen en cada iglesia”, señala Cárdenas. “Con la música se abre un portal al universo, al infinito al que todos pertenecemos. En ese momento y a través de este rito, de alguna manera la comunidad se hace una sola persona, un solo ser y trasciende, cada uno en su creencia. Por eso el rito es importante y hay que repetirlo todos los años para que la comunidad siga siendo esa comunidad”, concluye.

Fotografía principal: parte de la Banda Paichil Nacuante, integrada por Miguel Navarro Paichil (acordeón a botones), Adriana Paichil Paichil (bombo), la directora Margarita Nancuante Bahamonde, Joaquín Monarga Paichil (caja) y Esteban Paichil Paichil (diuca)