Juan Carlos Montagna: “El método psicofísico me llegó como un rayo divino”

Por Héctor Muñoz

Hace poco más de un lustro se presentó en Perrera Arte “Fausto, el oráculo” y durante varias funciones los técnicos e integrantes del equipo de producción pudieron observar la tensión, el silencio cómplice, que se produce hacia el final de la obra, cuando Mephisto termina el crudo diálogo con el doctor Fausto y camina entre el público buscando almas para auscultar su existencia y anticipar su futuro. Los espectadores disfrutan con nerviosa atención el momento deseando no ser el próximo elegido de un diablo que pacta con cualquiera, develando sin pudor -por algo es el demonio- la realidad interior de los asistentes.

“Esa conexión con los espectadores es atemporal en el sentido de ser siempre originaria. Siempre es una primera vez, porque así es el mundo de la videncia”, dice el director y dramaturgo ítalo-chileno Juan Carlos Montagna, quien encarna a Mephisto en esta adaptación de la obra de Goethe que montó en 2001 y que este sábado 27 y domingo 28 de agosto volverá a presentar en Perrera Arte junto al actor José Fernández Almonacid (Fausto) en el inicio de un periplo en colaboración con la Municipalidad de Santiago que luego lo llevará por diversos espacios de la capital, como la terraza Caupolicán del cerro Santa Lucía, la Cúpula del Parque O’Higgins y el teatro Novedades.

-Juan Carlos, llevas más de dos décadas presentando esta obra, ¿por qué vuelves siempre a esta versión de “Fausto”?

-Sí, es mucho tiempo, ¿verdad? La hago cada ciertos períodos de tiempo, en medio de tantas otras obras, proyectos y experiencias. La última vez fue hace cinco años. Regreso a ella porque es un trabajo muy aguerrido, innovador, querido y desafiante. Siempre supe que me acompañaría toda la vida. No imaginé cuando la diseñé que en diferentes países, espacios y audiencias sería un periplo tan épico e inusitado. No. Pero sí sabía que aquí se había gestado algo que estaba perennemente unido a mi ser artístico y humano. Todas mis obras tienen esta hondura, pero esto va más allá de un espectáculo con coordenadas estéticas tan extremas. Fui comprendiendo a lo largo de los años que “Fausto” es mi compañero de vida. Que “Fausto” es mi espacio vital irrenunciable. Que “Fausto”, el espectáculo, es aquel compañero fiel y amado que la vida me negó hasta ahora. Desde el punto de vista de mi teatro psicofísico, como dramaturgo y director, puedo decir que, como performer, cada vez que gestiono y encarno física y emocionalmente a Mephisto, es una prueba de vida que me he autoimpuesto como artista. Una trampa evolutiva necesaria, dolorosa y sensual que lleva a preguntarme: “Van pasando los años, ¿serás capaz de hacerlo ahora?”, “¿tienes aún la disponibilidad espiritual y corporal para ejecutar algo tan extremo?”.

-Durante estas semanas has realizado un tour con “Fausto” por lugares muy diversos. ¿Has percibido alguna reacción distinta del público en relación a temporadas anteriores?

-Siempre “Fausto” ha deambulado por espacios muy diversos, en Chile y en el extranjero: salones de casas o departamentos, galpones, edificaciones semi abandonadas, subterráneos, espacios culturales alternativos, teatros con el público arriba del escenario y una vez, en España, la hice en una playa de Cádiz donde el crepúsculo fue la iluminación y los espectadores en semicírculo estaban sentados en la arena junto a nosotros a orillas del mar. Básicamente siempre ha sido igual. Se produce en el espectador la sensación de estar asistiendo a algo muy nuevo, provocativo y de alta intensidad. Un recogimiento más o menos zozobrante dependiendo de la persona y, al final, un tremendo respeto, también mucho agradecimiento en general. Siempre fue así y ahora también. El tema es que este espectáculo ha transitado por 20 años en medio de cambios culturales profundos en la vida colectiva y en medio de dramas dolorosos en la vida privada. Podríamos decir que todo este dinamismo del siglo XXI es una especie de “sub dramaturgia” en mi versión de “Fausto”: todo ello está presente, latente, afirmado o negado en el texto, en la partitura y en los espectadores del ritual. Mi propia dramaturgia de la obra de Goethe contempla que, energéticamente, esto se integre en el espectáculo. Así, como creador y como performer-Mephisto he podido aprender mucho de este dinamismo trágico, ya que está allí, en escena, sobre todo en los ojos dolientes y anhelantes de los espectadores. Los temas de ahora no son los mismos que los temas de hace 20 años, nuestra contingencia país es otra y cambian los paradigmas generacionales. Tanto se podría hablar de todo esto, pero en esencia es lo mismo. El dinamismo trágico. La zozobra.

-En esta obra hay una relación de alta complicidad entre los dos protagonistas. ¿Cuánto del contenido de la obra se explica por las propias características del intérprete de Fausto, todos cercanos discípulos tuyos?

-El contenido de la obra, como versión mía del clásico de Goethe, está absolutamente permeado por el Montagna performer que encarna a Mephisto en su relación artística y personal con el joven performer que encarne a Fausto. Esto es por el método psicofísico, que habita un mundo energético desde coordenadas de teatralidad física, vocal, interna y espacial. Estas coordenadas están diseñadas para generar una relación desnuda, descarnada y frontal entre nosotros con el espectador en la impronta de un ritual. Así, en este espectáculo el clasicismo de ambos personajes es contemporaneizado en este espectáculo de alta experimentalidad e intensidad. Pero luego se accede a esa especie de bóveda energética que trasciende un método y un pacto artístico entre dos actores frente a un espectador. Es un espacio misterioso, cargado de secretos entre los dos performers. Para eso se requiere una relación personal inundada de afectos, vericuetos y, por qué no decirlo, de amor. Y también un poquito de odio, pero solo un poquito, eh. El primer Fausto fue Alexei Vergara, alguien fundamental en mi vida, y ahora, el séptimo es José Fernández Almonacid. En mi relación vital con ellos, además, se ha reproducido de un modo u otro la relación entre Mephisto y su discípulo Fausto. Pero, claro, han sido diferentes biografías. Solo hubo uno con quien no tuve estas honduras. No diré quién es. Pero la obra funcionó muy bien igual y espero que él la recuerde con cariño. Todos mis otros Faustos están adheridos a mí perennemente y esperaré que yo también a ellos.

Imagen principal: Antonio Becerro

-Una parte crucial de la obra es el instante que decides auscultar la intimidad de los espectadores. ¿Ha cambiado tu modo de acercarte al público en ese minuto?

-No ha cambiado nada desde el primer momento en que me adentré en la aventura de auscultar, adivinando el ser de ese espectador en medio de la alta dramaticidad que está ocurriendo entre Mephisto y Fausto. En todos estos años ha sido igual. Esto es porque energéticamente establezco una conexión con la persona propiciada por el método psicofísico, por la cercanía espacial y por la intensidad actoral del diablo. Entonces, esa conexión es atemporal en el sentido de ser siempre originaria: es el espacio de la videncia que se activa en mí exclusivamente para esa persona. Durante los 20 años de estos oráculos cada persona es un ser único e irrepetible desde su biografía, desde su ser complejo y, sobre todo, desde el canal energético que se establece entre nosotros cuando yo lo genero. Siempre es una primera vez, porque así es el mundo de la videncia, independientemente del oficio que uno ha adquirido para desarrollar esta especie de don. Es o no es en el momento. Es contigo. El diablo Montagna lo conjura desde diversas estrategias performativas traviesas y peligrosas que son un juego teatral para “elegirte a ti” entre los otros, que también están tan asustados como expectantes de ser escogidos para ser auscultados. Pero una vez que fuiste “elegido” o “elegida” se instala la videncia: aquella bóveda espiritual íntima, develadora, secreta, misteriosa y mágica.

-Es arriesgado ese momento.

-Sí, me preguntan mucho si mi trabajo profesional en el mundo del tarot desde hace 17 años es lo que determina mi capacidad de ver y de adivinar en “Fausto”. Pues no. El tarot llegó a mi vida después de que estrené “Fausto”. Fue al revés: la videncia psicofísica en “Fausto” me llevó al mundo del tarot. Existe un segundo espectáculo “Fausto”, estrenado en España el 2008, que es un unipersonal donde Mephisto le lee el tarot al espectador. Lo reestrenaré más adelante y allí podrás reconocer la videncia de este primer espectáculo “Fausto” pero desde la energía y el uso de las cartas en escena, lo cual implica que, desde otro punto de vista, son una energía y una performatividad diferentes.

-Tú has desarrollado el método psicofísico como sistema de trabajo con tus alumnos. ¿Cómo evalúas su vigencia hoy?

-Yo he realizado clases en las más diferentes escuelas y espacios tanto en Chile como en España desde los años 90. Siempre investigando el método psicofísico en su dimensión pedagógica. La Escuela de Teatro de la Universidad Católica -mi casa de estudios, donde había trabajado desde que egresé en diferentes proyectos- me invitó a realizar un egreso el 2008 estando yo en España y, bueno, aquí me quedé. Aún no logro descubrir del todo por qué me quedé teniendo una vida en España. Digo esto y una parte mía llora y otra parte sonríe. Desde entonces, religiosamente se produce en el Campus Oriente la cita con el método psicofísico durante un semestre al año para los alumnos de tercer y cuarto año de carrera. Al final, debe ocurrir un montaje complejo dramatúrgicamente, intenso actoralmente y también de larga duración. Todo este periplo que te relato me ha permitido constatar que el método tiene plena vigencia y que ya es una especie de tradición legitimada en la UC que los alumnos registran al poco tiempo de entrar a la escuela. Esto es lindo para mí, han sido años de arduo y estimulante trabajo académico. Además, cuando llegué hubo momentos feos de polémica en muchos alumnos y colegas. “¿Qué teatro es éste?”, decían.

-¿Has introducido cambios en el método?

-No hay cambios de fondo desde hace 30 años. Me llegó como un rayo divino esta plataforma expresiva para desarrollar una identidad como creador y profesor. Me llegó como una revelación en mi primera juventud y, al decirlo, no quiero sonar místico. Me llegó, se me reveló. Solo tenía por delante hacer una vida desafiante y valerosa para investigar este mundo expresivo, para concretarlo en mis espectáculos y en mis clases, para instalarlo en el mapa teatral y para defenderlo con garras cuando fuera necesario. Así ha sido. Es una plataforma estable desde hace 30 años. ¿Cuáles son los cambios? La experiencia de vida personal en el arte, el vínculo con cientos de alumnos de diferentes escuelas, biografías, generaciones, géneros, clases sociales, etnias, ciudades y países. Y la “ingeniería”: diseñar a lo largo de los años aquellos ejercicios y estrategias para construir un puzzle lo más perfecto posible.

-Tú sigues firmemente asociado a la academia. ¿Cómo observas desde ese privilegiado lugar los intereses de los jóvenes estudiantes de teatro hoy?

-Es una complejidad tan grande. Por supuesto la “observo” desde un lugar privilegiado que es la academia, como dices, pero me involucro tanto que en realidad la padezco. Esto ocurre también en mi consulta de tarot cuando llegan los más jóvenes. También lo vivencio como ciudadano pensante, como tío y como hombre “de a pie”, como decimos en España, lo cual significa ser peatón por opción, nada de coches. Esto es entonces la calle, andar en bus, en Metro, en micro y en taxi. Y caminar, caminar, feliz, mirando y palpando, perplejo.

-¿Qué has visto recientemente?

-Estamos en un mundo que se cae a pedazos, pugnando para que ocurran transformaciones radicales y fundamentales. Es una danza donde la vida y la muerte se abrazan al son de ignotos compases en un campo minado. Todo es tan doloroso como imposible, entrando de pronto un rayo de luz a la pista de baile. En este cuadro puedo ver a los actuales jóvenes estudiantes de teatro llenos de maravillosos ímpetus: querer ser artista, querer transformar, querer aportar, querer un mundo justo, querer legitimar lo no binario como modo de pensar y de existir. Pero al mismo tiempo los veo fragilizados: están desilusionados, cansados, frustrados, arrastrando disfuncionalidades familiares, violencia y, en muchos casos, abusos sexuales y psicológicos. Es también para esta generación una dramática comprensión del mundo desde el “paradigma de la liquidez” que proponen, pero es éste un paradigma que hoy está tensionado por la virtualidad y por la mediatización del capitalismo. En la mayoría de los casos, no puedan captar, resolver o comprender esta tramposa ecuación. Y tanto más.

-Es fuerte lo que describes.

-Todo esto provoca muy concretamente en el aula frecuentes problemas de relaciones y crisis emocionales o psicológicas. Entonces se generan en muchos casos inseguridades, miedos, opacidad vocacional, críticas radicales muy fundadas, pero también muchas veces muy infundadas. También refugio en el ego, fantasiosidad, prácticas descuidadas en la vida afectiva y sexual. Pero afortunadamente siempre está ese rayo de luz que benéficamente se cuela en el campo minado para que en aquella pista de baile ocurran el amor, la fraternidad, la serenidad, la correcta autoestima, la buena consciencia, el goce y la recuperación de las fuerzas para subvertir lo injusto del mundo. La recuperación de las fuerzas para asentar la identidad. La recuperación de las fuerzas para saber con humildad y brío que el teatro es para ti, porque lo puedes conquistar dentro de ti y que eso jamás el autoritarismo podrá impedirlo.

-¿Esto siempre fue igual?

-En mi trabajo, al mismo tiempo que guío y que padezco -como dije- esta tormentosidad, percibo una profunda necesidad de afecto, así como una búsqueda de espiritualidad. Hace diez años, por ejemplo, esto no era así. El universo del método psicofísico permite satisfacer -hasta donde se pueda en un intenso semestre- estas necesidades y sobre todo instalar la “encarnación”: cuerpo, mente, emociones, biografías, legítimos sueños y delirios son integrados en un todo que ojalá te permita avanzar con fuerza y con ética en este mundo sujeto a una ignota transformación. Es más allá del teatro que les propongo. Finalmente, además de todo esto, les transmito con hondura y divertimento excéntrico mi propia experiencia vital de sobrevivencia.