Jordi Lloret: “La cultura chilena es como un archipiélago casi incomunicado entre sí”

Por Camila Sánchez Andueza

Como más de cuatro millones y medio de chilenos no habían nacido en 1986, cuando Jordi Lloret y su hermana Rosa fundan el Garage Internacional de Matucana 19, es conveniente recordar un par de cosas. Primero, que Jordi es escritor y vocero de los perros (en 2002 publicó “Ladridos”, el aullido de 30 canes costinos); segundo, que el poeta acaba de entrar en su sexta década de existencia, y, tercero, que por esos días del Garage (ambas con g, a la francesa) venía llegando de Barcelona, epicentro de la movida cultural española posterior a la muerte del general Francisco Franco, el principal referente de Pinochet.

Junto al galpón de Matucana 19, que ahora ha vuelto a sus orígenes como centro de distribución de repuestos de automóviles, Jordi Lloret creó la revista Matucana (1986-1990), en cuyas páginas, marcadas visualmente por el cómic, se recogían tanto las nuevas gráficas como todo lo que un joven ochentero bien informado debía saber sobre el underground criollo y bandas como Electrodomésticos, Dadá, Vandalik, Fiskales Ad-hok, Políticos Muertos, Los Jorobados, Upa, Viena, Emociones Clandestinas, Pequeño Vicio o Los Prisioneros. “El Garage fue un espacio que se construyó como un rompecabezas, como un mosaico”, resume Lloret.

-¿Cómo vivió el conflicto cultural de los 80 el Garage, que tenía una propuesta fuera de la estética lana y charango que dominaba en ese minuto, alentada por el movimiento del Canto Nuevo?

-Estábamos en contra de la dictadura y a favor de la democracia y de nosotros mismos. Preferíamos los disfraces lúdicos a los uniformes. Queríamos recuperar la fiesta de la primavera. A ratos, en un viejo garaje de automóviles inventado por republicanos catalanes exiliados en Chile ejercíamos el renacimiento de una memoria barrial que luego se transformó en un tristísimo mercado persa. La cosa es que, mientras recuperaba el lugar, yo saqué patente de juegos recreativos y exposiciones artísticas.

-¿Así partió todo?

-Sí. En ese entonces yo trabajaba desmantelando una avícola en la comuna de La Reina y, mientras tanto, por el barrio matucanero brillaba el Trolley (San Martín 841), de Pablo Lavín y Ramón Griffero. Un día se abrieron las puertas de metal para la inauguración del Garage. Compré siete mesas de pimpón y las enormes paredes lucían de blanco con algunas luces de colores, que el Negro había inventado con tarros de leche, y con la bandera vaticana en el rellano de mármol de los años cincuenta. Lo nuestro era ir al restorán de la señora Rosita y la fuente de soda Copacabana, que estaba bajando la escalera con claraboya de mediados del siglo pasado. También tenían un Wurlitzer con algo de Cecilia y de los Ángeles Negros.

-El espíritu rupturista del punk rondaba por el Garage, ¿qué pasó con esa energía en el tiempo?

-Lo panketa nuestro eran las veces que se quedaban a dormir en cualquier parte el Tivistar, la Lorenza y, a veces, el Lalo. Bueno, la misma memoria de Antonio Becerro que trabajó en el Garage Internacional y que ahora cultiva la Perrera o la Roser Fort, que ahora desarrolla el Centro Arte Alameda, y que alguna vez montó un encuentro de tres mil mujeres durante tres días en el galpón de Matucana. Mucha creatividad y alegría para pasar las penas. De toda laya de gente y oficios en una feria que olía a quinientos delfines bailando a las veinte para las cuatro de la madrugada.

-Otras imágenes que recuerde.

-A Romualdito, la animita enorme que nos ayudó a cruzar el siglo y a que no tumbaran la Estación Central, a que no muriera nunca el tren. La noche en que se abrieron las nubes y a vuelo de pájaro se vio a un enorme barco despegar por sobre el techo de ese lugar, sobrevolando el cielo mapochono; o una noche en que organizamos una tocada de los Electrodomésticos y Fulano con fiesta posterior. Era la transformación de una quinta de recreo, todo era una necesidad.

-El Garage luchó contra la dictadura, ¿qué esperaba en ese momento del retorno a la democracia?

-Yo no esperaba nada, pues habíamos vivido esos cuatro años que sirvieron para que la gente fuera perdiendo el miedo. Ganamos el plebiscito y se produjo el enroque largo del pinochetismo con la actual Nueva Mayoría. Es otra noche más de recordar, de resistir a pata pelada, pajareando y criando.

-¿Cómo podría describir la transformación que ha tenido el movimiento under en Chile?

-La cultura se ha ido desarrollando en forma de un archipiélago casi incomunicado entre sí.

-¿Y qué pasó con usted en ese archipiélago? ¿Todavía existe pureza en su alma, el niño se encuentra intacto o ha sido tocado?

-Mira, yo he crecido con el niño interior, fui violentado como adolescente y de viejo convivo de buena manera con ese hombre que soy ahora. Soy padre de tres personas preciosas con las que me llevo estupendamente. Con el mayor vivo hace varios años y lo pasamos bien. Ambos somos escritores.

-Para los jóvenes que no lo conocen, ¿cómo describiría a Jordi Lloret?

-Soy mestizo como todos los chilenos, llevo una biología que me identifica: aymara de madre y boliviano de padre. Mis abuelos maternos eran del norte, por donde se desarrollaba el Imperio Inca hasta la llegada de los españoles y el brutal genocidio cometido contra los pueblos que habitaban esta zona. Por el lado de mi padre soy catalán. Él era hijo de una familia campesina, era taxista y tuerca, peleó con los republicanos en la Guerra Civil Española y se vino con un par de amigos a probar suerte a este archipiélago chileno: el viaje de los derrotados que van a buscarse la vida a otro país. Era joven, con 17 años y tenía bastante suerte. Uno, sin duda, aprende de los viajes y de conocer aquello que le tocó vivir a tu familia.

-En una entrevista usted señala que la pasión por la poesía la atribuye a su abuela aymara Antonia Figueroa, quien le enseñó la poética del vivir feliz el presente pese a todo.

-Sí, la pareja humana ahora vive en un “ser teniendo en la ciudad”: mucho ego. Se endeuda de cosas que la mitad al poco rato se olvidan, porque en realidad no son necesarias; es poco el cariño y el tiempo para estar con los hijos. Lenguajes carcomidos por la numerología principalmente económica. Aquella abuela estuvo presente desde chico y me enseñó a vivir otro mundo: huerta, pájaro, perros, animales. Con el tiempo fui ahondando el significado de dónde venía. Por un lado también soy pájaro, discípulo y amigo del Hombre Pájaro mapuche (Lorenzo Aillapán), en lo cual también hay una poética del vivir. Desde pequeño ver un jardín por la ventana y ver las aves de la misma manera que hay libros y uno habita con ellos, que son como diarios de vida escritos. Creo que nos hemos apartado de la naturaleza y vivimos succionados por grandes ciudades: Santiago, Buenos Aires, Lima.

-En esa misma entrevista señala que “el arte de vivir es el arte mayor dentro de los géneros literarios”.

-“El arte de vivir” es el nombre de un libro, que es un diario de vida de Cesare Pavese. Hay varios que me marcaron, uno de ellos es el “Libro del desasosiego”, de Fernando Pessoa, que me marcó mucho. De los chilenos que me influyeron puedo nombrar a Jorge Teillier, Ennio Moltedo, Nicanor Parra, Claudio Bertoni y el mencionado Lorenzo Aillapán.

-Quisiera poder imaginar uno de esos momentos en los que nace un poema suyo. Me gustaría que describiera a ojos cerrados ese movimiento interno, esa remoción del estómago, las venas, la sangre, el corazón, el cerebro, la articulación, la acción, la palabra.

-Su pregunta es poética y ya va la respuesta en ella. Mire, hace poco vi “Paterson”, la película de Jim Jarmusch, y en ella hay una apuesta poética notable. Un homenaje a William Carlos Williams, gran poeta gringo. Paterson es un pueblo donde también nació Allen Ginsberg. Los protagonistas son un conductor de autobús, su mujer y un perro. Por estos días, producto de la nieve seguida por dos sin luz, empecé un nuevo libro ligado a una pared donde antes tenía mi escritorio y ahora está la cama: siete años de anotaciones, fotos y recortes de diarios allí en un mosaico extraño y bello.

-Por último Jordi, ¿cómo se configuran la música y lo audiovisual en la construcción de su discurso poético? ¿Cuáles son sus proyectos más recientes?

-En YouTube se puede ver “Adiós a Tarzán”, realizado con Enrique Lihn y otros amigos, y “Poesía a la vena”, trabajos audiovisuales que hice con Darinka Guevara. No tengo un discurso poético. Respecto a los proyectos, ya tenemos listo un libro sobre Matucana 19 con la editorial OchoLibros. Podríamos hacer una fiesta en la Perrera para seguir celebrando los veintidós años, con Fiskales, (Joel) Maripiles del Budi o los que les parezca.

Fotografía: Gonzalo Goya, Camila Sánchez Andueza