Ingoma Nshya, las mujeres hacen sonar los tambores en el corazón de África
Por Pablo Asenjo
“Me gusta que los artistas se hagan preguntas sobre lo prohibido”, dice con serenidad Odile Gakire Katese, Kiki para sus cercanos, de quien por estos días se habla en diversas latitudes luego de recibir el premio Fair Saturday, estímulo que le otorgó la fundación homónima por las transformaciones que ha provocado en su país, Ruanda -una república sin salida al mar ubicada en el corazón de África-, desde que, hace 15 años, fundara Ingoma Nshya (nuevo tambor).
“Cuando algo debe realizarse, las estrellas se alinean para que suceda: los tambores estaban ahí, solo hacía falta llevar los bastones”, reflexiona Odile Gakire, otorgándole un acento casi natural a su iniciativa, que tiene al menos dos méritos imposibles de imaginar en otro tiempo. De partida, Ingoma Nshya es el primer grupo de percusionistas integrado exclusivamente por mujeres, algo prohibido por los siglos de los siglos, y, segundo, esta agrupación está compuesta tanto por hutus como tutsis, dos tribus que parecían irreconciliables hasta aquí.
Ingoma Nshya nace en un momento que Ruanda todavía sangraba tras la masacre ocurrida entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, cuando, según estimaciones de organismos internacionales, alrededor de 800 mil personas, equivalente al 75 por ciento de los tutsis de dicho territorio, fueron asesinadas por una facción radical de los hutus provisionalmente instalados en el gobierno. La masacre conmocionó entonces al mundo, dejó miles de familias destruidas y luego -cuando el Frente Patriótico Ruandés (FPR), de origen tutsi, recuperó el poder- derivó en una penosa diáspora de casi dos millones de hutus a Zaire.
“Por el bien de la unidad y la reconciliación, hemos estado redefiniéndonos como ruandeses: 25 años después del genocidio de 1994 contra los tutsi, ser tutsi o hutu ya no es relevante en el país”, dice Kiki, quien durante ese exilio de los hutus debió refugiarse con su familia en Congo, donde estudió actuación y letras.
En 2004, apenas regresada a su país de origen y cuando fue directora artística del Centro Universitario de Arte y Teatro de la Universidad de Ruanda, Kiki empezó a pegar los primeros carteles llamando a las mujeres a integrar su agrupación. Claro, había que aprovechar la oportunidad: tenía a su disposición un teatro y un buen número de tambores guardados por ahí.
“En un país que estaba completamente dividido, la gente necesitaba espacios para compartir. Y las actividades artísticas resuenan más profundamente que cualquier discurso. Ese era uno de los objetivos de este proyecto: dar un espacio liberado de todos los demonios de nuestra vida cotidiana. La muerte había copado todo. Tras el genocidio, la mayoría de la sociedad estaba conformada por mujeres. Y, debido a lo mismo, ellas invadieron muchos espacios en los cuales no estaban presentes previamente”, explica Kiki, quien debió enfrentar un rechazo adicional: la prohibición de tocar el tambor que tenían las mujeres, quienes, por razones ceremoniales, estaban confinadas exclusivamente al baile.
La negativa era ancestral. “En la Ruanda precolonial, los percusionistas eran una categoría de abiru, los guardianes de la historia y la tradición oral, que se encargaban de aprender de memoria los diferentes rituales que rodeaban al rey, así como la historia de los reyes anteriores”, explica Kiki. “Era obvio que romper el tabú sería revolucionario, histórico y beneficioso. Sabía que las primeras percusionistas escribirían un nuevo capítulo de la historia de la cultura en Ruanda, promoverían los derechos de las mujeres en el sector cultural y, al mismo tiempo, preservarían y promoverían la herencia del tambor”, señala Kiki, quien hace ver la contradicción que existía entre esta prohibición y el hecho que, debido a la actual conformación demográfica y política del país, las mujeres ocupan nada menos que el 64% de los asientos en el congreso.
La agrupación Ingoma Nshya está conformada por 20 mujeres, que utilizan cuatro diferentes tipos de tambores tradicionales en escena: el ishakwe, instrumento principal de tono alto, tocado por una intérprete; el inyahura, en el registro central, ejecutado entre una o tres mujeres; el ibihumurizo, en el registro bajo, utilizado por tres o más percusionistas, y el impuma, el más grave, empleado por dos o más integrantes.
Pero, si bien han actuado en diferentes países vecinos e, incluso en Europa y Norteamérica, Ingoma Nshya es mucho más que un grupo artístico, es una comunidad que ha encontrado su propio modo de gestión en su territorio, ya que juntas administran también el proyecto Dulces Sueños, una heladería que les permite obtener recursos e integrar a otras muchas mujeres y a sus hijos, quienes no necesariamente se dedican al tambor. Con esta iniciativa también han ganado algunos reconocimientos y pequeños fondos internacionales que ellas han multiplicado como una gran fortuna.
“Nos sentimos increíblemente fuertes y orgullosas. El momento se siente histórico, revolucionario, inmortal. Somos conscientes de que cada ritmo es un paso. ¡Cada golpe es historia!”, concluye Odile Gakire, Kiki, como le dicen todos.
Fotografías: Facebook Ingoma Nshya