Héctor León: «También considero que la buena pintura es la que molesta»

Por Héctor Muñoz

Las ilustraciones de los gabinetes de pintura de artistas del barroco flamenco como Cornelis van der Geest, Willem van der Haecht, Adriaen Stalbemt, Frans Francken el Joven y David Teniers el Joven son alucinantes. Enormes paredes de cuadros se levantan a todo lo ancho y alto de los muros y en el centro de la escena, rodeados solo de la representación, los cortesanos dialogan de lo humano y lo divino ante la mirada juguetona o displicente de un pequeño can o un gran mastín de salón. Esta es la imagen gatillante de «El gabinete del perro blanco», la primera muestra individual que Héctor León presentó en la nave principal del Centro Experimental Perrera Arte. Por cierto que el salón era algo distinto; que el tiempo, las telas y los personajes aludidos, también. Y de eso habla aquí este egresado de arte de la Universidad de Chile, quien se identifica por igual con Juan Domingo Dávila, Gonzalo Díaz, Julio Ortiz de Zárate o Francisco González Lineros.

Al igual que en buena parte de las ilustraciones de los gabinetes de pintura, el perro también aparece en tu obra e incluso le da nombre a la muestra. ¿Qué reflexión puede hacer en torno a esa presencia animal?

Tres telas de las quince que componen el gabinete cuentan con la presencia del perro blanco en sus composiciones. Este perro es una hembra mestiza de cuatro años llamada Blanca; es mi compañera en las diarias sesiones de taller y ha estado conmigo en gran parte del largo proceso de producción de esta obra. Para poder explicar la importancia de este personaje dentro del relato de mi trabajo, primero debo aclarar que éste se trata de una visión de problemáticas humanas que atraviesan mi propia realidad, algo así como el resultado de una constante e íntima reformulación de lo que me rodea a través de imágenes, de lo que me obsesiona y que no puedo hablar salvo por medio de la pintura. El perro blanco, así como todos los elementos y personajes que habitan estas telas, son parte de mi vida de una forma u otra. Una vida con cosas que afligen, que no se pueden evitar, gritos ahogados y culpas. El perro simboliza la lealtad pero, a mi modo de ver, también representa la falta de libertad debido a la propiedad que se establece sobre un ser. Lo vemos en innumerables ocasiones en la historia de la pintura con diversas funciones retóricas o como modelo para un ejercicio realista. En mi caso, es tanto un personaje como un símbolo. No creo que el perro, como tal, sea el protagonista de este conjunto de pinturas, pero lo que representa para mí es lo que lo vuelve fundamental en el gabinete y por eso he decidido titular así la muestra.

Los gabinetes de pintura son también una galería de retratos de época. ¿Qué nos puedes decir de tus propios retratos en esta muestra?

La serie de retratos, si es que se pueden denominar de esa forma, son para mí elementos que me ayudan a desarrollar ideas y que me llevan a la creación de imágenes. Posiblemente los tomo como seres-soporte tratando de transfigurarlos y reformarlos. Debido a este mecanismo de búsqueda, la mayor parte de los personajes llevan cubiertas sus cabezas, de forma representativa o simplemente pictórica, salvo algunos casos en donde me parece fundamental su identidad para decir lo que pretendo. Lógicamente, quienes han posado para mis pinturas son personas que me rodean, en su mayoría muy cercanos. Casi siempre parto con la formación de personajes mediante una factura realista para luego “agredirlos” con pintura y así reformarlos. Mi proceso, nunca lineal y por lo general errático, podría describirse como una obsesiva y constante reformulación, convirtiéndome así en una especie de generador de imágenes inquietas e inquietantes. El autorretrato dentro de las pinturas es un elemento clave en la lectura que le doy a mi propia obra. Lo utilizo para poder articular mi relato, simplemente mostrando quien habita el lugar del que hablo.

Además de la alusión explícita al gabinete de las artes, ¿qué otras citas admites en tu pintura? ¿Bacon quizás con algo más de materialidad?

No sé si lo que hay en mi pintura sean reales citas a obras de otros autores. Pero si me siento fuertemente influenciado por varios pintores, clásicos y contemporáneos, que han establecido contundentes objetos estéticos con sus creaciones. Por distintos motivos cuento como referentes fundamentales en mi proceso a autores tan variados como Rembrandt, Caravaggio, Velázquez, Schiele, Freud y Bacon. He tomado su obra como modelo para componer las imágenes de mis pinturas y además como modelos técnicos para resolver los problemas pictóricos. Quizás sea la obra de Francis Bacon la que siento más cercana a la mía, sin querer compararme, por supuesto. Además de la evidente influencia estética, mi postura frente a la pintura y el arte en general es semejante a la suya: también considero que la buena pintura es la que molesta. Debo mencionar que una de las primeras influencias en la pintura del gabinete, y talvez la más fuerte, fue de origen literario: El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, definitivamente fue la primera luz para entender lo que estaba haciendo y hacia dónde quería ir con mi trabajo.

¿Cuánto tiempo le estás dedicando a la pintura y cómo articulas tu vida civil con la existencia como artista?

Creo que bastante tiempo he llevado una doble vida. Entre la “vida civil” y la “existencia como artista” que preferiría llamar “vida productiva” reparto las horas del día. Por un lado, en la vida civil, soy un hombre casado que se levanta temprano a pasear el perro blanco, que cocina y va a comprar el pan. Trabajo media jornada en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende en el área de colección, labor que me ha significado ver muchas obras y, por tanto, aprender mucho. Antes hice lo mismo en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). Por el otro, en la vida productiva, dedico el resto del día a mi pintura, en sesiones de taller lo más extensas posible. Fumo y bebo bastante, pero por sobre todo trabajo duro. Como duermo poco, puedo usar muchas noches para seguir mi trabajo sobre papel: dibujo a tinta y acuarela, principalmente.

¿Dónde está la fuente o el pozo de tus imágenes y cómo se transmiten y van configurando ellas en la tela?

No hay un pozo de imágenes. Lo que tengo es una especie de archivo residual que ha quedado del trabajo ya ejecutado. Me explico: yo mismo produzco las imágenes, trabajo la mayor parte de los casos con fotografías tomadas por mí y a veces no uso nada. Cada elemento que introduzco en mis pinturas es una respuesta a lo que pasa en la tela, por lo tanto hago fotos precisas y no busco en un archivo preexistente. Aparecen en el momento, más o menos. Para mí, el dibujo es fundamental, además de que lo disfruto, por lo que no uso ningún medio de traspaso de las fotos a las telas; no hago cuadrícula, no proyecto ni nada por el estilo. Esto ha significado que mis personajes, como cualquier cosa que pinte, a veces se deformen, lo que es el primer paso para la reformulación. No hay un plan, bocetos o pauta en mi pintura. Va ocurriendo sesión por sesión y transmutando así mismo. Esto es muy importante, ya que el mecanismo de trabajo que tengo influye mucho en la configuración compositiva de la obra. Se podría decir que lo que hago es un “ensamblaje visual en constante cambio”.

La perspectiva del objeto resulta interesante en tus cuadros. Háblanos de ese sobrevuelo.

Aquel “sobrevuelo” fue la herramienta que encontré para romper con el espacio y que mis telas no fueran estáticas, talvez incluso sirve para incomodar la lectura. De hecho, muchas de las piezas que componen el gabinete se pueden invertir. Cuando trabajo en mi taller doy vuelta muchas veces las telas al pintar; el ensamblaje de imágenes o elementos ocurre en varios sentidos literalmente, por tanto, la diversidad de las perspectivas presentes en las composiciones es ineluctable y necesaria. Y, aunque suene extraño, este proceso comienza cuando preparo las telas.

¿Qué hilo de conexión tiene tu obra con la pintura chilena?

Esa es una pregunta difícil. La verdad, creo que en la actualidad no existe algo así como una tradición pictórica en Chile. Pienso que ese hilo fue cortado incluso antes de la dictadura y sepultado por ésta y por los artistas de la “vanguardia” criolla. Aun así, siento que mi pintura se relaciona o conecta con la obra de algunos autores chilenos, a quienes conozco y admiro. Puedo equivocarme, pero creo que el hilo de conexión de mi pintura con la “pintura chilena” está en la obra de Juan Domingo Dávila; en la de Gonzalo Díaz, pensando en “Los hijos de la dicha”; en la de Francisco González Lineros, gran amigo y mentor, y, yendo más atrás, quizás con la obra de Julio Ortiz de Zárate, a quien evidentemente no conocí.

Frente a todas las técnicas y disciplinas más contemporáneas de las artes visuales, ¿cuál es la vigencia hoy de la pintura al óleo en Chile?

Posiblemente ninguna, pero, al mismo tiempo, la pintura al óleo debería ser totalmente vigente. Creo que dedicarse a la pintura, de forma no comercial, incluso, no tiene mucho eco en el circuito de arte nacional. Estamos en tiempos extraños, hemos pasado de una hipertextualidad muy nociva y con resultados mediocres, a una, todavía más rara y quizás más nociva, hipertrofia curatorial en los espacios expositivos existentes. Es por lo mismo que vale la pena hacer pintura en la actualidad e intentar mostrarla. Porque, podrá no estar vigente, pero este país necesita ver buena pintura alguna vez. Hay que remar contra la corriente.

¿Por qué decides realizar tu primera exposición individual en el espacio Perrera Arte?

Por varios motivos. Primero, son pocos los espacios con las dimensiones para poder mostrar el gabinete y la Perrera es uno de los tres que prefería por sus líneas de acción y por la estética propia del edificio. Segundo, en la Perrera tuve la oportunidad de presentar mi proyecto expositivo y ser escuchado, lo que no ocurrió en otros lados. Tercero, la Perrera está más cerca del margen, geográfica y socialmente, y es ahí donde prefiero comenzar la odisea del gabinete.