“Hay que caminar soñando” en el GAM, una parodia del contexto de la obra docta


Javiera Anabalón
Licenciada en letras y estética, magister en estudios latinoamericanos.
Javiera Anabalón
Licenciada en letras y estética, magister en estudios latinoamericanos.
La obra “Hay que caminar soñando” de la Compañía de Danza Experimental I.D.E.a continúa fiel a su línea de tematización sobre la música como impulso o ánima fundamental de la danza. La coreografía de Beatriz Alcalde, complementada por el trabajo de improvisación de las mismas intérpretes, narra de manera rigurosa a través del movimiento las cualidades, melodías y ritmos propuestos por las obras de Johann Sebastian Bach, Renzo Filinich y Luigi Nono, las cuales determinan al mismo tiempo la estructura tripartita de la obra, que alude también a una forma lineal y triple de comprender el tiempo entre pasado, presente y futuro, y a las tres etapas que tanto el movimiento como el sonido comparten, correspondientes al impulso, ejecución y resonancia.
No está de más recordar que esta obra se configura en un inicio para el entorno de la Sala Arrau del Teatro Municipal (junio de 2015), contexto que potencia la temática y estética que propone la obra de Alcalde sobre los estereotipos propios del contexto del teatro de elite y de la obra docta, como son las butacas rojas, los aros de perlas, las uñas rojas y el blanco y negro tanto del piano y sus teclas como de los vestidos de gala y fracs del público. Así también la obra funcionó bastante bien en el entorno del Centro Experimental Perrera Arte para la temporada que realizó I.D.E.a durante la segunda mitad de enero de este año, dado el contraste que generaba la recreación de un espacio de arte burgués al interior de un contexto obrero del arte como el que ofrece la Perrera.
En la tercera estación en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) la obra también se inserta de buena forma en el silencio y neutralidad que la caja negra de la sala B1 otorga; un silencio y neutralidad que, sin embargo, siempre resultan complejos en vista de la historia negra que alberga el edificio, ahora convertido en el centro de la industria cultural santiaguina, y de cuyo pasado ninguna obra se puede desmarcar por el solo hecho de presentarse en dicho espacio.
Las bailarinas encarnan todos aquellos elementos constituyentes de la obra docta: son el público sentado en las butacas, son los músicos, son las teclas del piano y son las bailarinas de una obra de danza moderna europea pulcra y bien ejecutada. Resultan interesantes los instantes en que el espacio de la obra se vuelve un espejo de la audiencia cuando las bailarinas ejecutan los movimientos sobre las butacas, imagen que aún más allá, se desdobla en dos conjuntos de público entre los cuales se establece un diálogo gestual, que nosotros (el tercer público), observamos en una suerte de caja china o puesta en abismo (mise en abyme).
La restricción de las bailarinas de tocar el suelo con los pies, además de aludir al sueño de Nono, aparece en el contexto de la elegancia/siutiquería, como un modo de no ensuciarse con lo terrenal, de permanecer en el espacio apolíneo e higiénico de un “arte elevado” lejano al arte latinoamericano, lo cual acentúa en cierto modo el poder paródico y crítico de la obra.
Fotografías: Natalie Potin