Patricia Jerez: “Escribo textos. Se volverán poemas si alguien quisiera bailarlos”

Por GUSTAVO GRILLO MUJICA

Güenas tardes. Esta conversación se debiera titular simplemente “Entrevista a Patricia Jerez por su editor Gustavo Grillo Mujica”, pero de seguro, conociéndolo, el responsable de esta página web elegirá algo más sensacionalista. Lo que sin duda no se atreverá a cambiar son las siguientes palabras que escribió Julio Cortázar (1914-1984) a propósito de nuestra entrevistada. Cito: “Cada vez me gustan menos los prólogos, Patricia Jerez, pero sus poemas me gustan cada vez más; se lo digo así, como si estuviéramos charlando en un café, sin otro deseo que el de trasmitirle un sentimiento que se ahonda en cada relectura. Como pectorales, como estelas, sus breves poemas fijan instantes, gotean uno a uno en esa memoria misteriosa que se incorpora por la poesía a nuestra propia memoria. Así los llevo conmigo, facetas de una realidad ajena que sin embargo reconozco y asumo. Eso sólo es posible porque su poesía tiene el secreto de tender el puente, de darse a la vez que guarda su misterio personal. Sin confesar nada lo dice todo; basta ser digno de ese puente, de esa cesión”.

¿Cómo les quedó el ojo? Vamos entonces al diálogo, que tuvo lugar entre Santiago y la costa central, donde habita por estos días la Pata Jerez, diva y matriarca de los chilenos que trabajaban con las letras en el exilio de París en los años 70 y 80.

-Pata, ¿estás de acordeón con eso de Vicente Huidobro que el poeta “es un pequeño Dios”?

-Claro que no, en nuestras charlas hemos tocado este tema. Neruda lo evocó en su discurso de recepción del Premio Nobel asegurando con fuerza que “el poeta no es un pequeño Dios”. Concuerdo con él, sería a lo más un aprendiz de hacedor que trata de sacar a flote pequeños universos (o grandes, por qué no) compartibles.

-¿Poetizas de una, corriges harto o poco, o escribes varias versiones?

-Depende, a veces surge alguna imagen que me persigue, da vueltas tratando de encontrar la expresión justa para tomar forma, cohabitamos largamente y al final llega al papel un texto bastante mareado, pero que a esas alturas viene entero y no lo toco, en general son textos muy cortos. En otras ocasiones escribo sin censura lo que me ronda, lo dejo y vuelvo, corrijo, corto, añado, borroneo y cambio; muchas veces el resultado dista bastante de la primera versión. En todo caso ninguno escapa a una larga “cura de cajón” necesaria para revisarlos lejos del estado emocional que los provocó y vuelta a empezar.

-Noto que llamas “textos” a lo que escribes y no poemas.

-En realidad pienso que lo que escribo son textos, los poemas, los verdaderos, se hacen solos en el camino, se volverán poemas si alguien quisiera bailarlos, por ejemplo, o al volver a ellos una y otra vez al sentir alguna emoción vecina.

-¿Cuándo das por terminado un poema?

-Recuerdo que alguna vez Roberto Juarroz me dijo “un poema nunca está terminado”. Pienso que se refería a lo que sucede en quien lo lee, esa manera de prolongarse más allá del texto, o tal vez en el propio autor, que rara vez siente que ha dicho todo lo que quería decir o cómo lo quería decir, una vez que el texto toma vida propia.

-¿Qué te llevó a traducir? ¿Qué opinas de traducir poesía?

-Vasta cuestión, puede que al origen de mi deseo de traducir haya una profunda frustración que tiene que ver con la dificultad de trasladar a lenguas vehiculantes obras desconocidas que esperan en algún rincón ser traducidas. Mi maestro en estos avatares fue el francés Roger Callois, quien en gran medida facilitó en Francia lo que se llamó el boom latinoamericano. No tengo ningún título académico en esta materia, soy absolutamente autodidacta. Alguna vez me atreví a decir que es este un delicado oficio de equilibrista, en poesía más que en ningún otro campo, por el peligro más que latente de traicionar el texto original, así como el desafío de trasladar imágenes y contenidos de una cultura a otra donde los “equivalentes” no siempre tienen la misma vibración. Recordarás mi traducción al francés de tu increíble poema “La luna me viene muy luz” y mi apasionada defensa de “La lune me ‘vient’ très lumière” frente a un traductor francés que prefería “La lune me ‘va’ très lumière”. Tal vez exageraba, pero para traducir ese poema tuve que leer toda la literatura medieval francesa y aún hoy creo tener razón. Y este es solo un ejemplo para ilustrar lo anterior.

Raúl Schneider, Felipe Tupper, Patricia Jerez, Ricardo Becerra, Mauricio Electorat, Waldo Rojas y Gustavo Mujica en la presentación del libro OTRA PARTIDA: 5 poetas & 5 pintores chilenos en París, 1990.
Raúl Schneider, Felipe Tupper, Patricia Jerez, Ricardo Becerra, Mauricio Electorat, Waldo Rojas y Gustavo Mujica en la presentación del libro OTRA PARTIDA: 5 poetas & 5 pintores chilenos en París, 1990.

-¿De dónde vienen tus inquietudes literarias y políticas?

-Tu pregunta tiene dos vertientes, aunque en mi caso en algún lugar se cruzan. Creo que comencé a tratar de hacer poesía cuando aún escribía con faltas de ortografía, posiblemente a causa de las lecturas que nos hacía mi padre de Cervantes a Rubén Darío o De Rokha y a las romanzas que cantábamos con la abuela. A los ocho años, me inscribieron, por razones prácticas, en un colegio religioso para niñas huérfanas. Mi padre, comandante de la base aérea de la región, hacía parte de las autoridades de la ciudad y fue ahí que por primera vez tomé conciencia de la diferencia de trato entre yo y mi hermana por una parte y mis compañeras internas por el otro, educadas ellas para salir al mundo del trabajo lo antes posible. Mi rechazo a la injusticia y las diferencias sociales debe venir de tan lejos como eso.

-Tu padre, coronel de la Fuerza Aérea de Chile, ¿qué recuerdos te trae?

-Rigor y ternura. Era exagerado en su probidad: cuando trabajaba en el Ministerio de Defensa, nos llevaba en el auto de servicio hasta la puerta del ministerio, el resto del camino hasta el liceo lo hacíamos a pie porque no era posible usar ese recurso fiscal para necesidades personales. Cuenta mi madre que, durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre, joven teniente en la base aérea de Quinteros, patrullaba noches enteras mar adentro para alertar sobre cualquier eventual ataque proveniente de Japón. En 1945 Chile le declaró la guerra al Japón y hasta 1952 no se intercambiaron notas para la reanudación de relaciones diplomáticas. Pienso con inmensa ternura en mi padre volando por las noches a causa de un Japón que probablemente apenas sabría dónde estaba Chile. En algún texto me refiero a él como un “piloto de guerra que nunca mató a nadie”. Se jubiló en 1969 y falleció en 1974, a los 57 años, dolido por mi exilio. Sabiendo que no nos volveríamos a ver, me escribía largas cartas rogándome que no volviera a meterme en política.

-¿Qué te ha impulsado a publicar?

-Durante años escribía y rompía lo escrito, un ejercicio más bien catártico y profuso. Creo que la necesidad de luchar desde el exterior contra la dictadura bajo todas las formas posibles me incitó a publicar lo escrito. Los primeros poemas los publicó Camilo José Cela en “Papeles de Son Armadans”, otros tantos fueron publicados en la Revista Literatura Chilena en el Exilio y en la Revista de poesía LAR, en España.

-“Dime con quién andas y te diré quién eres”. Dinos algo de tus amores o recuerdos más que literarios.

-Amores numerosos y de variado tipo, difíciles de separarlos de la literatura. Dejando de lado los más sagrados, por ahí andan Platón o Bataille, Sade, Masoch, parejas con y sin espinas; creo que la más alta escuela está en las letras. Los recuerdos están en lo que escribo, por lo menos los rescatables que han dejado huella.

-Si Dios existiera, ¿qué te gustaría que te dijera cuando te encuentres frente a él?

-Ah, la clásica pregunta de Bernard Pivot. Tal vez me diría: “Tenías razón, soy una necesidad jamás satisfecha”. No sé si me gustaría.

PATRICIA JEREZ, Santiago de Chile, 1947.
Estudió literatura en la Universidad Sorbona. Traductora, gestora cultural, secretaria de la redacción española en la revista El Correo de la Unesco e integrante del comité de redacción de la revista Trilce, editada en Europa. Ha publicado ENROQUE, Ediciones LAR, Madrid 1983. JAQUE, ilustraciones de Roberto Matta, Ediciones GrilloM, Francia, 1985. TRAPICHE, traducción de Anne Foret, ilustrado por Bruno Dufour, Ediciones GrilloM, París, 1992. Segunda edición, Editions du Grand Arbre, Tours, Francia, 1997. COSECHA TARDÍA, bilingüe, con ilustraciones de Vivian Scheihing, Bruno Dufour, Raúl Schneider, Roberto Matta, Andrés Gana, Ediciones Grillom, Santiago de Chile, 2019. ¿HAY ALGUIEN AHÍ?, ilustrado por Lucía Adler, Ediciones GrilloM, Santiago de Chile, 2021.