Téllez: “El imaginario puede penetrar la realidad; esa es la función del arte”
Por Héctor Muñoz
Sonríe el artista visual al momento de acordar la cita: “Me identificarás fácil en el café: iré con peluca y cartera”, indica. “Perfecto, también seré reconocible, llegaré de rojo encendido”, le respondo al teléfono. “Muy bien, en ese caso, vestiré de rosado”, agrega el pintor. “History/Story” se titula la exposición que motiva esta conversación con Eugenio Téllez, quien vino desde Francia, donde reside, a presentar esta serie de dibujos y pinturas de gran formato en la Galería Nemesio Antúnez de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE. En principio la muestra se iba a llamar “La lucha entre el bien y el mal”, pero finalmente decidió cambiar el título “para sacarlo del concepto de crónica”.
En la inauguración de la muestra estuvieron presentes Andrés Pascal Allende y otras figuras históricas del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), al que Téllez se incorporó en el cruce de los años 60 y 70, cuando ya vivía y daba clases en el extranjero. “Acepté encantado la invitación a exponer en el antiguo Pedagógico como un saludo a la bandera, porque es un lugar heroico, importante, y no tiene que ver con una galería solamente. Aquí hay una conexión con mi trabajo, porque este fue un lugar de lucha y el alma máter de muchos compañeros. Yo no iba a venir a exponer a una sala de Alonso de Córdova”, explica.
Téllez salió a París en 1960, a los 20 años, y nunca olvidará el discurso de despedida que le dio el poeta Enrique Lihn en el desaparecido Club Republicano, un restorán al que iban habitualmente los republicanos españoles que habían llegado a Chile tras la derrota en la Guerra Civil. Frente a otros escritores, como Jorge Teillier y Eduardo Molina, Lihn le dijo: “Te vas, no vuelvas más. Te va a ir bien, pero hay un peligro que te acecha, con el cual tienes que tener mucho cuidado y defenderte hasta el final. Ese peligro es el éxito”. La profecía se ha cumplido, pero Téllez, curioso como es, insiste en venir de cuando en cuando, pese a que se le revuelven las entrañas cada vez que recorre el país que dejó atrás.
“Algunos de mis amigos me preguntan: ‘¿Qué vienes a hacer a Chile, para qué quieres exponer acá?’ y yo pienso que, de alguna manera, es importante volver al espacio emocional, sicológico o histórico de uno. Creo que tiene algún sentido mostrar el trabajo a los que se interesan en él. Yo nací aquí, aunque a los nueve meses mi familia se fue a Arequipa, donde mi padre fue nombrado cónsul, y luego a Ecuador. Yo crecí en Guayaquil hasta los seis años, tengo conciencia de este territorio y por eso digo que represento un imaginario latinoamericano”, señala Téllez.
-Da la impresión que cada uno de tus viajes a Chile ha ido marcando un trayecto. Ninguna de tus exposiciones fue casual y cada una fue una señal en su minuto.
-Puede ser, pero lo que pasa es que esa secuencia no fue planificada. Hay un poeta peruano que vivía en España y se paseaba en Madrid con el reloj en la mano diciendo: “¿Qué hora es allá y qué hora es aquí? Cuando estoy aquí pienso en allá y, cuando estoy allá, pienso en aquí”. Creo que algo de eso me sucede, es un ir y venir mental.
-Tu primera exposición en Chile fue en 1979.
-Sí, en Casa Larga, en Bellavista, donde Carmen Waugh, a quien yo conocía desde antes, estaba realizando una gran labor abriendo un espacio para los que volvían del exilio, como José Balmes, la generación de Rodolfo Opazo y otros. La primera vez que vine, entré a Chile lleno de cositas. Venía con mucha documentación para el MIR, pues yo tenía doble vida y participaba en la lucha contra la dictadura desde afuera. Por un lado, me veía con los artistas, como la gente del CADA o el taller de artes visuales de Francisco Brugnoli y, al mismo tiempo, tenía que verme con los de la resistencia.
-¿Cómo eran esos encuentros clandestinos?
-Con medidas de seguridad, contactos y todo eso. Me acuerdo que mi primer encuentro, al mes de haber llegado, fue en una fuente de soda que se llamaba Zurich y que estaba ubicada en la Alameda con Vicuña Mackenna. Después me vi con alguien del comité central del MIR, que me llevó a pasear desde la Plaza Italia hasta el Estadio Nacional, caminando y conversando. Él andaba armado e, incluso, llevaba una granada en sus ropas. Todo esto se mezclaba en mi cabeza de artista también.
-Regresabas al taller con esas imágenes de Chile.
-Por supuesto, porque yo no puedo separar lo que hago como artista, que no es propaganda política ni mucho menos arte panfletario, de mi lugar en la historia. Yo creo que es importante decir lo que uno piensa y ser fiel, consecuente, con lo que crees, cuestión que no sucede mucho por estos días.
-¿Te refieres a tus colegas artistas?
-Hablo en general. Pero, si tú examinas la vida de esa generación de poetas de la que hablábamos al principio, Lihn, Teillier y el resto, ellos eran románticos malditos, eran como nuestros Rimbaud y no andaban buscando un puestito: eran consecuentes con su vida y con su obra. Eso me marcó en la juventud y, por lo mismo, nunca he pedido premios, becas o ayuda económica de instituciones. Eso ha sido a propósito.en mi carrera y puedo decir que la mayor parte de lo bueno que me ha pasado en la vida ha sido a pesar mío.
Eugenio Téllez practica karate dos veces a la semana, es cinturón negro, tercer dan, y trabaja habitualmente entre su taller de París y su casa en Normandía. “Con mi mujer, Edith de Ginestet, formamos un buen equipo. Ella es francesa, escultora, y nos ayudamos mutuamente. Como tú sabes, yo no pinto acuarelas, trabajo en formatos grandes, hago objetos y en eso el karate ha sido muy importante porque la pintura que yo hago no solo es una cosa mental, sino que también es un tremendo ejercicio físico. Nunca he dejado de trabajar, aunque, con el tiempo, la cosa es más dura”, dice el artista.
-¿Tienes horarios?
-No, yo detesto eso de ser empleado del arte. Esos que se levantan a las seis de la mañana, pintan hasta el mediodía, almuerzan, una pequeña siesta y después siguen dándole. A mí no me cuenten ese cuento de los que trabajan sin parar, porque no hay imaginación que resista. Yo pinto mucho, pero es lento. Hay arrepentimiento, borrar, comenzar de nuevo, destrozar mucho. Soy perfeccionista, obsesivo, un obsesivo anal como dirían los sicólogos (ríe).
-En la exposición de la UMCE juntas al anarquista español Buenaventura Durruti (1896-1936) con el Cordón Cerrillos y Bordaz. De partida, ¿quién es Bordaz?
-José Bordaz, conocido como el Coño Molina, es uno de los tres dirigentes que alcanzaron a salir del ataque en la casa de calle Santa Fe, en San Miguel, donde murió Miguel Enríquez. A diferencia de lo que dicen algunas versiones mariconcetas que circulan por ahí, antes de escapar, Bordaz, Humberto Sotomayor y Claudio Martínez volvieron por Miguel, quien prefirió quedarse hasta el final con su mujer, Carmen Castillo, quien estaba embarazada y herida.
-¿Y qué tiene que ver Durruti en este cuento?
-Ahí comienza la ficción, mi imaginario, que tiene como pilares el poder de la historia y las influencias de la lectura y la literatura. Ahí está la mezcla. Además creo que cada día hay mayor evidencia de que la historia se transforma rápidamente en ficción. Por eso que Durruti y Bordaz se unen en esa casita en el dibujo y escapan juntos. Nada más lejano a sus respectivos tiempos y a la realidad. Yo creo también que el imaginario puede penetrar la realidad, esa es la función del arte. ¿Sabes cómo murió Bordaz?
-No.
-Cuando el Coño Molina logra salir de Santa Fe no se va a ningún lado ni a ninguna embajada, sino que empieza a deambular por las calles de Santiago buscando el enfrentamiento y, por lo que me contaron, ese encuentro con los agentes de seguridad y con la muerte lo tuvo finalmente en la plaza Pedro de Valdivia. Bonito, ¿verdad?
-Sí, bonito.
-Entonces, cuando uno vuelve a Chile, llega aquí, necesariamente se empieza a preguntar: ¿dónde está esa juventud?, ¿qué pasó con ese coraje y esos sueños? Porque este país ahora es una sucursal de Miami, uno mira alrededor, observa lo que ocurre y no puede dejar de advertir la falta el deseo, la desesperanza o la nula ambición de las ideas.
-¿A qué lo atribuyes?
-Creo que hay un movimiento telúrico que es universal del cual no sabemos realmente en qué va a derivar. De todos modos, creo que es el fin de los partidos políticos. Se está produciendo, y ya se produjo hace poco en Francia, un agotamiento general debido al aprovechamiento del actual sistema de partidos. En ese sentido, guste o no guste Emmanuel Macron, es interesante cómo la gente empujó y se fue contra las estructuras eternas de los partidos políticos porque están saturados y hay coincidencia en que fracasaron en darle una salida a la sociedad. Eso está empezando a ocurrir aquí también y no hablo solo de la elección de Sebastián Piñera, porque éste fue siempre un país de derecha, conservador. Salvador Allende fue la excepción a la regla, un fenómeno extraordinario y con José Manuel Balmaceda mira lo que pasó. Chile siempre ha sido conservador de derecha y militarista.
Aprovechando el envión, el equipo sale del citado café rumbo al Museo de Bellas Artes para realizar un video del mismo Téllez. En el trayecto por José Miguel de la Barra, el artista comenta la revolución migratoria que salta a la vista, observa que ha disminuido la cantidad de perros callejeros, mira con atención las palomas de propaganda de los candidatos de todo tipo y termina hablando de la corrupción a la chilena. “Ustedes vieron ‘Diálogos de exiliados’”, pregunta. “Sí, por supuesto”, responde el camarógrafo. “Ahí Raúl Ruiz se adelantó en su observación, pero le quedó la cagada en París con los partidos chilenos de izquierda en el exilio”, agrega Téllez.
-Es sorprendente que, ya en 1974, recién llegado a Francia, haya podido desnudar de entrada las mañas de sus compañeros de la Unidad Popular.
-Lo más curioso fue la reacción cuando murió. Yo estuve en su funeral y algunos listos se peleaban por hablar en el cementerio. Me acuerdo que al final de la ceremonia, cuando todos se estaban yendo, apareció calladito un huevón con una pequeña corona con la sigla del Partido Socialista y la puso a la fila, como para que no se notara mucho. Me dio risa y pena el gesto. Por eso digo que morir en Chile es lo peor que te puede pasar, porque no sabes quién puede venir a tu entierro.
Fotografía: Antonio Carrillo
Coordenadas
Qué: “History/Story”, exposición de dibujos y pinturas de Eugenio Téllez.
Dónde: Galería Nemesio Antúnez, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Avenida José Pedro Alessandri 774, Ñuñoa.
Cuándo: La muestra permanecerá abierta hasta el viernes 2 de diciembre de 2017.
Horarios: Lunes a jueves de 9 a 13 y de 14.30 a 18 horas. Viernes de 9 a 13 horas.
Informaciones: 222412566
Entrada liberada.