En recuerdo de Alicia Hoffmann, ilustradora y escritora de libros sobre la naturaleza
Nota de edición: La entrevista que se presenta a continuación fue realizada por Isabel Yávar en 2017 a Alicia Aya Hoffmann, quien falleció este lunes 7 de noviembre de 2022, a la edad de 90 años. Esta conversación inédita solo circuló en PDF entre los vecinos de la Comunidad Ecológica de Peñalolén, de la cual esta amante de la vida era una valiosa vecina.
Por Isabel Yávar
Alicia Hoffmann es médico, investigadora en biología y botánica, ilustradora y escritora de libros sobre la naturaleza. Casada con Joaquín Cordua hace 60 años, su familia es una de las fundadoras de la Comunidad Ecológica de Peñalolén. Alicia y Joaquín me reciben en su casa. El amor de ambos por la naturaleza se ve en cada rincón de su jardín, lleno de árboles, flores y aves.
-Alicia, ¿cómo llegaste a la Comunidad Ecológica de Peñalolén?
-La Tuti Hamilton nos invitó a conocer este lugar e, inmediatamente, nos gustó muchísimo. No había cercos ni límites, nada más que las parcelas indicadas, pero sin divisiones interiores. Nosotros compramos como 8 hectáreas y las repartimos entre hijos y familiares. Entonces el primero que se vino fue nuestro hijo Kim, con su pareja Blanca Rosa y una guagua recién nacida; se vinieron en carpa y construyeron su casa. Nosotros esperamos que llegara la corriente eléctrica para venirnos, nos parecía excesivo (cambiarnos antes) ya que los dos trabajábamos mucho y era estar demasiado desconectados. Nosotros construimos la casa y nos vinimos a vivir acá el año 1991 y aquí estamos desde entonces. Esta casa la hizo el Kim en su mayor parte con material reciclado, es de ladrillos de demolición de un hospital, las vigas son postes de telégrafo que consiguió en el sur y las tejas son viejas, están llenas de líquenes y, cuando llueve, se ponen verdes preciosas.
-¿Cómo era este lugar?
-Era muy seco, había algunos árboles, eucaliptus pero la mayoría eran espinos. Nosotros compramos inmediatamente un derecho de agua, pero siempre pensamos en hacer jardín solo alrededor de la casa. Pero eso se fue expandiendo y ahora tenemos un huerto bien lindo y de todo. A nosotros nos encanta la cordillera, somos muy de campo, mi papá era médico y vivía en Santiago, pero tenía un fundo cerca del lago Vichuquén. Nosotros pasamos mucho tiempo ahí, además Joaquín, mi marido, era de familia de agricultores por lo que toda esta cosa silvestre nos encantó.
-Con lo que ha cambiado la comunidad, ¿qué les motiva a seguir acá?
-Nos gusta muchísimo, hemos pasado épocas bastante difíciles en la comunidad en cuanto a peligro de que se vendieran pedazos de ella; el tema del agua y de la luz ha sido permanente, pero son molestias menores. La idea de la comunidad nos gusta mucho, de hecho yo participo en los WhatsApp de la parcela, escribo poco pero sé todo lo que pasa.
Imagen principal: Autorretrato de Alicia Hoffmann /2021
-Tu primera profesión fue la medicina. ¿Cómo derivaste en la biología y el estudio de la naturaleza?
-Yo creo que es de familia. La Adriana Hoffmann es prima mía, nos criamos juntas, teníamos dormitorio en común. Ella, su hermano Pancho y yo y mi hermano Rodolfo, que falleció, nos criamos juntos, salíamos todos fines de semana de pícnic familiar a los cerros, por acá, a la cordillera de la costa. Todo siempre ha sido mucha vida en la naturaleza. Mi papá era muy aterrizado, trabajaba en un instituto bacteriológico donde hacían vacunas, mi mamá era la dueña de casa, manejaba el familión que vivía en la casa en Pedro de Valdivia. Mi tía Lola Hoffmann no movía un dedo en las cosas de la casa, ella también era médico, trabajó muchos años en el laboratorio de fisiología que creó mi tío y, de pronto, decidió que ella quería desarrollarse de otra forma y estudió siquiatría y sicología. Ella fue muy importante para mí. Yo estudié medicina y trabajé en pediatría, pero no resistí la relación de los médicos con los papás de los niños enfermos, los médicos eran tan duros con los padres, gente muy sencilla que venía del campo. Eso a mí me afectó mucho. En ese momento supe que mi tío, el papá de la Adriana, viajó a Europa encomendado por el rector de la Universidad de Chile, Juan Gómez Millas, para contratar un botánico alemán que viniera a organizar un laboratorio de botánica en la Escuela de Agronomía de la Chile. Cuando oí eso, pensé que eso era lo que yo quería hacer. Nos habíamos casado recién con Joaquín, yo tenía como 24 años, y le digo que me tienta mucho ser botánica, a lo cual él respondió con mucho entusiasmo. Así me fui a la Escuela de Agronomía en Matucana, donde estaba el laboratorio de botánica. Empecé a involucrarme en la botánica, primero haciendo estudios de histología, el estudio de los tejidos de las plantas, que son de una belleza que te mueres. Hacía cortes microscópicos con teñidos, había un colorante, sobre todo en las maderas violetas con azules, que teñía tejidos distintos de la madera y eso mirarlo al microscopio era de un gozo impresionante.
-Me imagino.
-Lo otro que me empezó a entusiasmar fue cómo se comportan las plantas, los sistemas de polinización, de dispersión de los frutos, la semilla, entonces empecé a trabajar en eso. Después de un tiempo fuera de Chile, trabajé en el laboratorio de botánica de la Universidad Católica en la Facultad de Ciencias Biológicas. Ahí hacía investigación de botánica y me integré al grupo que hacía biología marina. Le propuse al profesor que investigáramos si los mismos conceptos que había aprendido en las plantas de la tierra ocurrían en las algas, cómo se desplazaban las esporas de las algas y cómo se comunicaban entre ellas. Le encantó porque era un área que no estaba desarrollada ahí. Fue muy rico. Luego jubilé, como el año 88 y ya había escrito con Bernabé Santelices el primer libro sobre algas de la zona central de Chile. En este trabajo participó la Clara Yáñez, que también vivía acá en la comunidad y era dibujante de la Universidad Católica. Ella ilustró el libro de manera maravillosa. Años después participé en unos talleres de ciencia para niños. Con un grupo de colegas hacíamos 25 colegios a los que íbamos a enseñar ciencia de manera entretenida para incentivar a los niños y enseñarles a pensar, eran escuelas bien marginales. Después de seis años, me cansé y fuimos a pasear con Joaquín al campo. Yo soy del 32 y en esa época tenía casi 60 años. Conversando sobre qué iba a hacer, decidimos que haría un libro sobre plantas. Y el primero fue Las plantas que comemos.
-¿En qué minuto te diste cuenta que podías dibujar?
-Siempre dibujamos, en mi casa todos pintaban y dibujaban. Nos enseñaron de chicos a usar las acuarelas.
-¿Cómo entras al mundo de la edición de libros?
-Me puse en contacto con la gente de Instituto de Ecología y Biodiversidad, que es en realidad una corporación de institutos de ecología que va desde La Serena, Santiago, Concepción, Valdivia y Magallanes, todos de muy alto nivel y muy activos. Con ellos he estado trabajando en libros más ecológicos dentro de una línea del instituto que recibe fondos de Conycit y tiene un financiamiento basal en un programa de gobierno con el compromiso de difundir la ciencia. Y ahí estoy yo. El libro Ecología, conocer la casa de todos explica muy bien los conceptos básicos de la ecología. Estos libros no los hago sola, yo no soy ecóloga, trabajo siempre con la misma persona, que es uno de los directores del instituto, Juan Armesto. La primera edición fue para niños chicos de colegio, pero ahora lo estamos reeditando y haciendo más complejo porque lo están usando en la universidad.
-¿Qué otro proyecto tienes?
-He estado trabajando en un libro sobre la minería del cobre, sobre todo lo que sucede en las minas en lugares maravillosos de la cordillera, con Tomas Munita (también vecino de la Comunidad Ecológica) sacando fotos de las minas, es un libro muy bonito. Ese libro es de todo lo relacionado con el cobre, se va a llamar Ecología y la minería de cobre en Chile o algo así. Es bonito porque por una parte el cobre es esencial y es cada vez más necesario porque los autos eléctricos tienen más cobre y todos los aparatos electrónicos celulares tienen mucho cobre. El cobre en el arte, el cobre en la industria y la relación con las comunidades locales. Esto último es muy importante porque las minas han utilizado mucha agua y ahora que hay más conciencia las mineras están desalinizando agua de mar para procesos mineros y pueden devolver una parte de agua a la comunidad. Es un problema ecológico y social importante e interesante.
-¿Cómo ves la educación ambiental en Chile?
-La conciencia de que hay problemas ambientales en Chile es reciente, pero hace 10 años ha aumentado la preocupación de enseñar esto. En los últimos años se han acelerado tremendamente los efectos del cambio climático y este país está muy expuesto a esto por la cercanía de la costa y la cordillera, tiene una constitución frágil en ese sentido. Ahora recién se está usando energía renovable, y lo otro es que hay que cambiar el comportamiento de nosotros en el tema del consumo y la poca duración de los objetos. Hay algunas tiendas de ropa, por ejemplo, que están volviendo a usar fibras naturales que duran más, pero es un cambio lento y nadie se da cuenta de lo urgente que es. Debemos aprender a reutilizar, a reciclar.
-¿Y el libro de Charles Darwin cómo llegó?
-Cuando se me ocurrió hacer el libro de Darwin (1809-1882) yo había leído mucho de él, me fascinó el personaje con todos sus dilemas, conflictos religiosos, todo lo que estaba descubriendo y que no era como lo enseñaba la iglesia. Toda la gestación de su individualidad desde un joven bastante inútil de una familia adinerada que dejó dos carreras y su padre lo obligó a ser religioso (pastor anglicano), para que así tuviera tiempo libre para recoger mariposas y andar por los campos. Ese joven había empezado a conversar con científicos que le habían dado vuelta a que la tierra no había sido creada en este estado. Fue muy importante su estadía en Chile, vivió el terremoto de 1835 en Valdivia (movimiento sísmico de magnitud 8,2, que tuvo como epicentro Concepción), conoció las tempestades, gente distinta y luego subió a la cordillera por el cajón del Maipo y descubrió los fósiles. Ahí encontró la evidencia de que la cordillera estuvo bajo agua y eso fue lo que le dio la primera idea. Luego estuvo en las Galápagos y vio todo el sistema de evolución. Todo eso a mí me fascino.
-¿El libro de aves fue el segundo?
-Sí, lo hice porque me gusta estudiar y me gustan los pájaros. Es una parte muy gratificante, me entretiene mucho hacer estos libros, es un placer un poquito egoísta casi. Elegimos pájaros de todos los grupos taxonómicos, desde los más primitivos hasta los más evolucionados, que son todos los pajaritos chiquititos que andan dando vuelta. Tuve un socio, Iván Lazo, que es ornitólogo y él aportó todos los datos. Ese libro es casi el único que hay en Chile que tiene tantos datos sobre los pájaros: su descripción, su comportamiento, qué comen, dónde anidan, desde dónde hasta dónde se encuentran en Chile, etcétera. Y yo elegía los que más me gustaban, y en lo que te estoy contando pienso en las bandurrias, en los traros…
-Acá veo muchos en tu jardín.
-Aquí llegan decenas de codornices, Joaquín les tira trigo y llegan muchas. Cuando está rico, tomamos té acá afuera, nos oyen y llegan.
-¿Cómo es la relación con tu jardín, qué papel juega en tu vida?
-Tenemos una comunión muy grande con Joaquín, porque a él le gusta mucho. Hacemos proyectos, tenemos un invernadero con el proyecto de cultivar plantas que están en peligro de extinción. Tenemos algunos copihues de semilla, siempre tratamos de poner plantas nativas, algunas llegan con los pájaros.
-Volviendo al barrio, ¿cómo te gustaría que se desarrolle la Comunidad Ecológica?
-Hay mucha gente que no se da cuenta del tesoro que tenemos, mucha gente que no cuida, que no respeta. Encuentro el colmo que digan: “Yo no pago gastos comunes”. Y otros que dicen: “Yo no pago gastos comunes, yo les pago a los porteros”. Es que encuentro el colmo la falta de solidaridad, de comunidad. Hay gente de un egoísmo…. Hoy estaban los recolectores de basura con un frasco reuniendo dinero por las fiestas, había un par de billetes de mil y el resto eran monedas. Siempre les hacemos regalos a los porteros y recolectores de basura, nosotros dependemos de ellos y, si no les tenemos cariño y respeto, es algo que encuentro espantoso. Y entre los vecinos lo mismo.