El artista visual Antonio Becerro celebra 20 años de trabajo en taxidermia
Por Pablo Asenjo
Con una serie de charlas a estudiantes y una exposición modular de las colecciones privadas tanto del propio creador como del Centro Experimental Perrera Arte, el artista visual Antonio Becerro está celebrando sus veinte años de trabajo en taxidermia, oficio ancestral que, a mediados de los años 90, supuso un salto cualitativo en la obra de este pintor chileno asociado a la vanguardia y el trabajo de experimentación con diversos materiales y técnicas.
Según recuerda el teórico y editor de publicaciones Héctor Muñoz Rojas, quien ha seguido buena parte del proceso creativo de Becerro, el artista visual llega a la taxidermia en 1995, cuando, luego de haber dirigido la recordada Galería Bucci, fue llamado a hacerse cargo del Centro Experimental Perrera Arte, una factoría artística que ese año empezó a funcionar en las ruinas de la ex Perrera Municipal, recinto que en décadas precedentes había sido el lugar de encierro y sacrificio de los perros callejeros de la ciudad y que en ese minuto comenzó a ser utilizado como lugar de encuentro, discusión y trabajo por los creadores jóvenes, que buscaban abrir nuevos espacios en el complejo escenario político de transición a la democracia, luego de 17 años de autoritarismo y con el dictador Augusto Pinochet todavía instalado como comandante en jefe del Ejército y senador vitalicio de la República.
«Es a partir de su arribo a la Perrera que Becerro comienza a preguntarse por los perros callejeros de la ciudad, por los quiltros como se denominan en Chile, los cuales, tal como ocurre en otros países subdesarrollados, alcanzan una alta presencia en las urbes debido a las escasas, débiles o nulas políticas sanitarias públicas», comenta el editor.
Según Muñoz Rojas, Becerro, que era conocido por sus pinturas coloridas y expresionistas de trazo rápido, que ya le habían reportado algunos premios, comienza a investigar entonces con nuevas materialidades orgánicas e inicia sus recorridos por las nacientes autopistas concesionadas aledañas a Santiago. «Estas vías de alta velocidad eran el símbolo de la privatización del país, pero también del intento de esa cuestión tan chilena de esconder los problemas bajo la alfombra. Ahí eran arrojados y ahí morían ahora, bajo las ruedas del progreso, los perros que antes se sacrificaban en hornos crematorios públicos. Con su característica frase ‘aquí cayó Becerro’, este artista visual inició entonces sus levantamientos de los cadáveres caninos, que mismo definía entonces como ‘escombros urbanos'», apunta el editor.
Figura fundamental en el proceso de indagación de Becerro fue el taxidermista Ricardo Vergara, quien desde el Museo Nacional de Historia Natural avaló el proceso formativo y creativo del pintor, transformándose luego en el gran maestro de todos los artistas que decidieron incursionar en la técnica. «Vergara es clave en este cruce entre arte y ciencia que emprende de manera pionera Becerro y que luego ha tenido continuidad con una interesante generación de nuevos creadores que, en concordancia con lo que ocurre en otras latitudes, han dado un importante impulso a la incorporación de materialidades orgánicas en sus propuestas creativas», destaca Muñoz Rojas.
Según el editor, la línea de filiación del trabajo de Becerro se remite principalmente a Joseph Beuys, artista alemán que movió las aguas de la vanguardia en los años de postguerra. «Más que a ciertos artistas contemporáneos que han trabajado con lo orgánico, léase Damien Hirst y numerosos otros, Becerro alude más bien al carácter experimental y político de Beuys. Su encuentro con la simbología canina, que tiene una fuerte presencia en la cultura popular chilena, es solo un punto de partida para una crítica más radical de los dudosos procesos económicos y sociales que ha vivido un país que, desde la dictadura en adelante, se ha jactado de ser el laboratorio de experimentación del capitalismo tardío. Creo que para Becerro el hallazgo del perro, un aliado que desde el Neolítico acompaña al hombre, según documenta la pintura rupestre, ha sido el pretexto para hablar desde un otro, para refregar la herida desde el cuerpo y la mirada de un tercero».
El crítico independiente Samuel Toro recuerda que, hasta el año 2002, cuando Becerro se hace conocido masivamente por la exposición «Óleos sobre perro», realizada en el Centro Arte Alameda, «el arte chileno no tenía la costumbre de interactuar con ‘cadáveres’ como opción crítica/estética. No se escuchaban ni leían declaraciones de escándalo (como las que generó este artista) por las exposiciones privadas en casas particulares u otros recintos con animales (generalmente trozos de ellos, como la cabeza) embalsamados. Pero la diferencia de este caso con el trabajo del artista Antonio Becerro es de magnitudes. En exposiciones como ‘Semidoméstico’ y ‘Óleos sobre perro’ no era el uso del cadáver de los perros como trofeo de guerra sino como soporte estratégico y poético. Becerro tiene una vinculación particular de compromiso con el contexto cultural, social y político de Chile, exponiendo al bello quiltro en su precariedad y fuerza a la vez, en composiciones e intervenciones hacia y desde el cuerpo mismo y no solo desde su representación».
Según Samuel Toro, a través de la técnica milenaria de la taxidermia, «Becerro involucró cruces de lectura con el corte, el vaciado, el relleno, la mantención. La representación de estos puntos son los ejercicios reales y simbólicos del proceso de conservación de un entramado ‘histórico’ particular de las artes chilenas (desde la década de los 90 hasta mediados de los años 2000). A partir de las lecturas entramadas, los símbolos metodológicos y críticos, la obra de Becerro se construye y se soporta desde un cuerpo callejero: el del quiltro secuenciado, serializado y conminativo en su relación con los entornos expositivos en su accionar abrupto para con la digestión de los soportes en Chile».
Fotografías: Nicole Natalie, Jorge Aceituno y Andrés Gachón