Eduardo Bunster: “El stop motion está al alcance de todos”
Durante unos tres años, en distintas estaciones, pero sobre todo en invierno, el equipo de “D-construir” pasaba noches completas en el segundo piso de la Perrera Arte animando con paciencia esta película de stop motion. La acción parecía no transcurrir entre un día y otro para el director Eduardo Bunster y su gente, y sólo los rostros cada vez más delgados de los realizadores daban cuenta que la cinta se había transformado en una obsesión para ellos. Al final, el filme produjo un remezón en el desarrollo de esta técnica en el país, se mostró con éxito en las secciones respectivas de los festivales de cine de Cannes, Jordania y Beijing, y fue elegido como el mejor trabajo de animación del Fantastic Planet Film Festival de Sydney, Australia.
-Después de la laboriosa realización de “D-construir”, ¿seguiste haciendo stop motion?
-Sí y gran parte del equipo que trabajó en el corto siguió haciendo stop motion, experimentando con otras materialidades y formas de registro. Personalmente, he trabajado animando personas (pixilación), plasticina (claymation) y objetos varios. Es un oficio que da para mucho.
-¿Qué relevancia para tu arte tiene esta técnica de filmar?
-La película mezcla varias técnicas, entre ellas la acción real en 16 mm y super 8 mm, animaciones stop motion en 16 mm y digital, fotomontaje, diaporama, etc. Cada técnica está aplicada a un aspecto distinto de la película y le da su carácter particular. El stop motion le otorga a los personajes animados un carácter de vida inorgánica, mecanizada, que va en directa relación con su naturaleza dentro de la historia. La mayoría de ellos son personajes que se han construido a sí mismos tomando distintas partes extirpadas de animales y de peluches. Ellos crean vida a partir de la destrucción y la descomposición, desafían a la muerte misma llevando una existencia que está en algún lugar entre la vida y la muerte. Y el stop motion es una técnica ideal para representar esto.
-¿Cuáles dirías que son los recursos infalibles para rodar en stop motion?
–Primero que nada, paciencia y concentración; luego, la habilidad principal es saber descomponer el movimiento en el tiempo y para eso se requiere observación. Los recursos técnicos son simples y al alcance de todos, una cámara digital sencilla hoy en día es más que suficiente, las herramientas las encuentras en cualquier ferretería, puedes trabajar con un tornero para fabricar las piezas articuladas y hay softwares gratis en internet para el registro de las imágenes y poder previsualizar las animaciones.
D-construir from Quijote Films on Vimeo.
-¿Por qué escogiste la Perrera Arte para tu filme?
-Porque estábamos trabajando la taxidermia con Antonio Becerro (director de dicho centro) y nos dio la posibilidad de trabajar ahí, sin limitaciones. Y eso es muy importante cuando uno está metido en un proyecto independiente, hecho a pulso, en que te puedes exceder en los tiempos y presupuestos. A pesar de la precariedad de la Perrera (en esos tiempos era más precaria que ahora) la libertad para trabajar que teníamos ahí lo hacía el lugar ideal.
-¿El director Ladislaw Starewicz, del corto “Cameraman´s revenge”, fue un referente para la realización de “D-construir”?
–Claro que sí, su trabajo con insectos es fascinante. Él es uno de los precursores del stop motion y el hecho de que comenzara trabajando con elementos tan difíciles y frágiles, como son los insectos disecados, sin tener conocimientos previos de esa disciplina y en una época en que no existía la tecnología para facilitar ese trabajo (1910) es muy estimulante. Si él logró un trabajo tan bello en condiciones tan precarias, hace 100 años, era claro que podíamos lanzarnos también desde cero e intentar cosas osadas. En lo más formal, el tipo de cadencia y movimientos de sus primeras animaciones fueron un claro referente para nosotros.
-Cuenta un par de hechos del rodaje de “D-construir” que sean difíciles de olvidar.
–Jamás en mi vida olvidaré el instante en que abrí una de las bolsas de animales congelados para taxidermizar. El congelador se había descompuesto hace meses y no lo sabíamos. El olor de ese zorro muerto es la experiencia más cercana a la muerte que he tenido, horripilante. Otro momento memorable fue el día en que vimos volar a D, el protagonista, que hasta entonces había sido el inerte e inocente peluche de la niña (y antes el peluche de infancia de mi hermana). Matías, nuestro director de animación, lo animó en el cielo de cartón que armamos en la Perrera y, cuando armamos la secuencia y lo vimos vivo y volando, fue increíble.
-¿Qué significó para tu trabajo el premio en el Festival de Sydney?
–Es la raja saber que al otro lado del mundo hay un piño de gente que ha conectado con este trabajo, es una demostración de lo universal que puede ser el lenguaje del cine.
-¿Tienes algún otro proyecto de largo aliento en stop motion?
–Por el momento, fue suficiente con “D-construir” (ríe). Bueno es que cada proyecto te pide sus propios recursos y soluciones técnicas y, por ahora, no hay ideas de proyectos grandes que pidan más stop motion (por suerte). Sí he trabajado mucho en stop motion para proyectos cortos, de 30 segundos o un minuto, ahí los tiempos de animación son mucho menores.
-¿Qué esta pasando hoy con el stop motion en Chile? ¿Qué paralelo es posible hacer con lo que ocurre en el mundo?
–En Chile hay mucho interés por el stop motion; el carácter artesanal, la manualidad gusta mucho acá y me alegra. Más que en la pulcritud y precisión, creo que en lo más tosco se refleja de mejor manera lo humano. En el mundo, se hace mucho stop motion también, de distintos tipos, cada día aparece un trabajo más alucinante que el anterior. La tecnología avanza, pero es increíble ver que el interés por la precariedad de esta técnica no disminuye.