Curepto.- Exposición en horario de misa al otro lado del río Mataquito
Texto y fotos: Katherine Vergara
Las luces del auto son la única señal de vida en aquel camino oscuro y eterno, donde a ratos en la lejanía se divisa una que otra ventana con la luz encendida. No hay almacenes, ni postes que nos den alguna señal de estar cerca de Rapilermo. Las conversaciones y preguntas amenizan el trayecto desviando mi atención de la oscuridad que me inquieta. Pienso que si algo me pasara nadie sabría de mí quizás hasta muy tarde al día siguiente; es el lugar perfecto para desaparecer. Rapilermo -el bosque donde practican los flecheros, en mapudungun- no existe en el mapa.
Al cabo de una hora, la penumbra es interrumpida por las luces de una casa perdida en medio del campo, rodeada por millones de estrellas y sonidos extraños provenientes de la noche. Nos abre la puerta don Hugo, el dueño del lugar, quien nos acoge con un rico vino hecho por él.
La noche pasa entre conversaciones, risas y las amables atenciones de nuestros anfitriones, dando paso a un sueño placentero que solo la paz del campo puede otorgar.
Al llegar el día, el sol deja al descubierto el maravilloso lugar donde habíamos llegado. Los múltiples tonos verdes del bosque, el campo y las viñas se funde con la tierra roja adornada por gallinas, caballos, cerdos y pequeñas familias de codornices que huían despavoridas con nuestra presencia.
Aromatizaba el ambiente el humo de la leña proveniente de la cocina, que encendida desde la madrugada otorgaba el pan amasado y las deliciosas cazuelas que degustaríamos más tarde. El sonido ambiental estaba a cargo de la aves, del viento jugando con las hojas de los árboles gigantes, de pequeños riachuelos y de los insectos de múltiples colores que revoloteaban cerca de nosotros.
Avanzando por el bosque aparece, como en la imagen de un cuento, una casa patronal abandonada, con todos los objetos intactos que hablan de un pasado mejor.
La nostalgia había quedado atrapada entre los muros que se resistían a caer. Una muñeca de trapo cubierta de polvo aguardaba al lado de una chaqueta de huaso que el tiempo hiciera desaparecer las últimas huellas de lo que alguna vez fue un hogar.
Fascinada por las imágenes, la nobleza de la gente y los misterios de Rapilermo, me decidí a registrar los vestigios del pueblo y los hermosos parajes que lo conforman.
Este registro dio paso a la exposición «Entre vientos», realizada en conjunto con Matías Aceval, integrante de la Mesa Cultural de Curepto, y los encargados del municipio de esta localidad, ubicada al sur del río Mataquito.
Después de un extenso trabajo y trámites varios, llegué hasta la comuna de Curepto -donde corre el viento, en mapudungun-, el sector más cercano a Rapilermo en que se pudiera montar una exposición. Fui recibida por un grupo de jóvenes artistas y amantes de la zona, quienes me enseñaron en un corto período de tiempo que aún queda un Chile con buenas personas y costumbres.
La exposición se monta en la zona neurálgica del pueblo, la plaza de Armas, que rodeada de corredores y casas de adobe da la impresión de estar en el lejano oeste, pero un lejano oeste reluciente y pulcro. Por las calles de Curepto no se ven perros abandonados, abundan las bicicletas sin cadenas en las puertas de la casas, las rejas permanecen abiertas, la gente saluda por hábito y te habla de su vida como si los conocieras de siempre. Por la noche, los cantos de los grillos y las ranas te acompañan por el puente, donde se aprecian las estrellas grandes y claras, como si estuvieras dentro de «La noche estrellada» de Van Gogh.
Por la mañana del día domingo el pueblo se reúne en la iglesia, donde el cura oficia la misa, estratégico momento elegido por los encargados de la Mesa Cultural para inaugurar la muestra.
El sonido de una sirena, que me dio el gran susto del viaje, nos indica que son las doce del día: es la hora esperada para dar el vamos a la exhibición. Uno a uno los asistentes a la misa y otros invitados transitan por el corredor lateral de la plaza, donde la noche anterior habíamos instalado los paneles con las imágenes de Rapilermo, tomadas por mí, y las de Curepto, realizadas por Matías Aceval. Curiosos y fascinados por la imágenes, los vecinos se acercan a besarme y abrazarme. Me agradecen y felicitan por llevarles una muestra fotográfica de sus propias costumbres; varios de ellos jamás habían visto una exposición.