Conversación con Daniela Montecinos: “En Chile cohabitan lo feroz y lo tierno”

Por ANTONIO BECERRO

La pintora y grabadora nacional Daniela Montecinos pasó fugaz por Santiago de Chile. Siempre me gustó la creación de esta artista viajera radicada en Francia, que vivió nueve años en Nueva York y que ha sido conocida por sus retratos de los quiltros criollos.Vi por primera vez sus trabajos en el taller de grabado del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, cuando estaba a cargo de Carmen Waugh. Allí me impresionaron sus obras y, aunque estábamos en la misma sintonía canina, nunca tuvimos tiempo para compartir. Por eso ahora no dejé pasar la ocasión, la llamé y la invité a compartir un vino en la Perrera, de seguro el lugar más idóneo para hablar de arte y de perros. Esta es parte de esa conversación.

¿Habías estado aquí, en la Perrera?

-Uuuuh. ¡Hace mucho rato…! Vine a una fiesta y lo pasé increíble.  Está cambiada, pero aún tiene ese aire de “lugar sin límites”.

Daniela, tú que también trabajas con la idea del perro callejero, ¿te ocurre como a mí, que no sé qué decir cuando me preguntan algo tan obvio como por qué los perros en mi obra?

-Sí y debe ser porque poca gente los considera. Aunque todos los chilenos tenemos a los perros en común y son parte del paisaje, no se enfrenta la problemática de su sobrepoblación con políticas públicas responsables y respetuosas hacia el animal. Mucha gente no los quiere. Yo, como tú, amo los animales y, en especial, los perros.

-Te gustan.

-Sí, me atraen como todo lo que está al borde, en los márgenes. En mi trabajo aparecen una y otra vez (los perros), el personaje errante, como también la figura del indio. Guardando las distancias, habitar esos márgenes sitúa a unos y a otros en un universo cercano, el que colinda con los márgenes sociales y urbanos. Son esos universos los que me interesa investigar, ahí donde me lleva el perro nómade, el “patiperro”, y en donde no cabe la imagen de tarjeta postal.

-Tus obras son sublimes, bellas y están dentro del soporte y la estética asumida. Se podría decir que trabajas con materias y técnicas no cuestionadas por los entendidos y el mercado del arte. ¿Qué ocurre con tus obras? ¿Se venden, por ejemplo?

-Gracias por tu apreciación. Pero si uso un lenguaje más bien clásico, no creo trabajar en una estética preciosista. Yo utilizo como referencia mis propios apuntes y, en general, la fotografía (propia y ajena) de los perros y de otros sujetos para producir pinturas, dibujos y monotipos. Poco a poco, mi trabajo tiene una mejor recepción. Me doy a conocer y se va vendiendo bien con un trabajo sostenido de difusión y luego de variadas participaciones en colectivas en distintas ciudades. Hay que dar con los canales y con las personas indicadas, lo cual es un trabajo de largo aliento. Nunca es fácil, eso hay que decirlo; ni en Chile, ni en Francia ni en ninguna parte creo yo. Pero hay que ser porfiado. Los públicos varían de un lugar a otro, de un medio a otro. En Francia, por ejemplo, y en Europa en general, la lectura de los perros no es la misma para todos. Hay gente a la que le desagradan, a las cuales les perturba mi representación del perro, a veces amenazante, ya que llevan otra relación con el animal, mucho menos ruda. El animal es un compañero, un objeto casi decorativo muchas veces, se le cuasi humaniza.

-¿Los perros franceses son muy distintos?

-(Ríe). Sí, hablan un poco de castellano francés. En general son de raza, pequeños y no tan vivos como nuestro distinguido quiltro. Son muy domesticados, bien comportados y todos llevan correa. El quiltro en Chile es un personaje aparte: vivo, curioso, pillo, choro. En fin, representa buena cantidad de los rasgos del chileno.

-¿En qué andas por Santiago? ¿Echaste de menos los perros chilenos?

-Vine con Patrice, mi marido (Patrice Loubon), que fue curador de la muestra colectiva de fotografía “Historia de una foto”, que se expuso en la Biblioteca Nacional (marzo-abril 2013).  En este viaje me puse al día y me confirmó lo que ya sabíamos: hay una invitación a la transgresión todo el rato por acá. Basta salir a la calle y darse una vuelta de un barrio a otro para captar la precariedad disimulada, negada, que choca con un arribismo desatado y una falta de conciencia malsana. A cada paso, se advierte la cohabitación de lo feroz y lo tierno. Y es en ese contraste de lo áspero y lo dulce donde caben nuestros perros, nuestras almitas errantes. Esos perros, los de todos los chilenos.  El abandonado, el huacho olvidado, el ilegítimo, el del padre ausente. Mientras siga mirándose en un espejo que no le calza, Chile no asumirá nunca su dignidad identitaria. Quiltros somos y quiltros seremos, a gran orgullo y honra.

-¿Qué te pareció el Chile que encontraste en este viaje?

-Siento que, de algún modo, está pasando por momentos más duros todavía, bajo un gobierno de derecha. La población está maltratada bajo el neoliberalismo absolutamente desatado; la tensión y la polarización es tangible. Por otro lado, me encanta reencontrarme y compartir con los amigos y con mi familia. Eso nutre y se vuelve periódicamente híper necesario. Esta vez viajé un poco, al sur, la costa… El paisaje de la infancia siempre será un elemento central en nuestro imaginario y nuestros afectos. Y en eso, Chile es privilegiado. Sin embargo, lo que sigue chocando son esos aires de arrogancia, la adoración al automóvil, el consumismo. Hay demasiado vehículo y, al parecer, es el símbolo del estándar chileno. En una gran ciudad como Santiago, el problema del transporte es enorme.  Más y mejores esfuerzos debieran realizarse para un transporte más eficiente, más ecológico y más igualitario. Cada uno en su auto está lejos de ser la solución. Se percibe una inquietante apariencia de limpieza que más parece dictadura; hay un afán de sacudir y borrar, que frente a la particular forma de (no) asumir los recientes y oscuros episodios de nuestra historia, no son un buen signo. Chile es la cuna del sistema neoliberal, que a su vez es un sistema que te muestra un solo camino para el éxito: el de consumir y trepar en la escala social. Si te descuidas, pierdes la vida en ese intento. Hay que agregar que, a pesar de estas impresiones, los esfuerzos e iniciativas de una buena parte de los jóvenes, dueños de una mejor y amplia visión de las cosas, son ¡muy esperanzadores! Creo que esto es un despertar a nivel global. Y, felizmente, los jóvenes en este país guardan aún su dosis de sano y necesario idealismo y también la energía necesaria para movilizarse e intentar humanizar el sistema.