Carlos Leppe, mira lo que hizo este huevón con el lenguaje

Por Allyson Gamonal

Cuando supe que Carlos Leppe había caído hospitalizado me preocupé. Pero estaba tranquila. Cuando supe que falleció, dejé la preocupación y me invadió una extraña sensación de pérdida, como si verdaderamente Carlos Leppe hubiese sido un tío mío muy querido que ahora ya no estaba. Nadie como él me enseñó sobre arte contemporáneo y sobre como mantener una coherencia profesional en mi trabajo. Lo hizo sin querer, porque sin quererlo me enamoré de la obra de Carlos Leppe.

Hice mi tesis de grado sobre su trabajo y mi primera intención era (como no, invadida por la soberbia de la inexperiencia) desmantelar su obra artística y demostrar que no era más que un montaje cosmético, símil de un estilo de hacer arte contemporáneo pero de forma decorativa y hueca.

No podría haber estado más equivocada.

Carlos Leppe fue un artista trascendental para cambios relevantes que se sucedieron en las artes visuales chilenas de los años 70 y 80; quiérase o no, fue uno de los que encaminó las artes visuales en Chile hacia lo que se han convertido después de la transición y la vuelta a la democracia.

Carlos Leppe, mediante la performance y la instalación, montó las relaciones de su cuerpo con los exteriores sociales, la cultura y su biografía, construyendo un método de trabajo con los signos que le permiten crear un imaginario personal y colectivo único: los signos de él mismo, los signos del Chile en dictadura.

Mediante los signos que manipula hábilmente en sus montajes consigue la transformación misma de la noción de sujeto. Este hombre que trató al lenguaje como un material extraordinario entendía que todo signo construido en el terreno de las artes visuales es un gesto político y un constructor de realidad. Aunque para ser elocuentes debería decir «destructor» o «desmantelador» de realidad.

Aprovechando su propia historia montó en su obra un simulacro como ritual para establecer precisamente la capacidad del sujeto crítico para re-editar el valor de los signos y hacerse dueño de la propia identidad. Re-significar la propia identidad es mantenerla a salvo de la determinación violenta de los signos pertenecientes al poder, de la omnipresencia de los valores del sistema.

Cuando el texto (su obra) responde a su contexto (el Chile en dictadura, en donde la determinación externa de la identidad personal, de la historia, de la propia cultura es un mecanismo violento e incuestionable) se levantan ciertos vectores de transformación crítica: el montaje de una nueva identidad con sus propias imágenes, una identidad autodeterminada.

El montaje permite exhibir las marcas de la propia experiencia (personal y colectiva) junto a ciertas citas útiles para la constitución en relación con el contexto (referencias personales), montando la nueva identidad del sujeto mediante las imágenes que él estima que la constituyen. Las acciones y video instalaciones (que sirven para ubicar la noción del cuerpo en relación con los exteriores sociales, la cultura y la biografía personal) permitieron a Carlos Leppe convertir lo propio en lenguaje, traducir en imágenes lo que significaba su propia identidad, su propio sujeto.

El simulacro ritual (su obra) es ontologización de la experiencia estética, simulación de lo simulado, establecimiento de la nueva identidad por la fe de la utilización sofista de los signos: declaración del propio yo en la simulación de la identidad, utilización estratégica de las imágenes. La corporalidad se plantea como sujeto político, estableciendo el poder del margen, el poder de los no poderosos de transformarse a sí mismos para autodeterminarse, desobedeciendo la determinación realizada por los signos del poder. El lenguaje transmutado desde la periferia, en contra de las imágenes del poder, es un mecanismo dinámico de procesamiento de signos que trabaja destruyendo la imagen del panóptico (el cual determina la propia identidad) y posibilitando el alzamiento de una autodeterminación.

La simulación de un arquetipo para poder significar requiere de la aceptación de que lo que habita ese acto cosmético no es la dualidad, sino una intensidad de simulación que constituye su propio fin. El hombre travestido es un travesti, no una copia de mujer, es la mujer imitada, híper-mujer, original nuevo simulado. El rito performativo, es así, simulación de un imposible. Consagración del cuerpo al trabajo imposible del cuerpo-texto: la batalla semiótica contra la fuerza totalizante de los signos pertenecientes al poder central, establecimiento de una identidad nueva mediante el simulacro de los signos que la constituyen.

Carlos Leppe nos presenta en su obra una manifestación de fragmentos y alteridades que sirvieron para desestancar el lenguaje, reflexionar sobre la idea de territorio y nación, proveyendo condiciones de re-elaboración donde cada gesto permite la torsión interna de los signos que se presentan.

Por eso vengo aquí a cumplir un secreto deseo de Carlos Leppe: «Que una vez que Leppe sea polvo, alguien diga: mira lo que hizo este huevón con el lenguaje».

Fotografías:

«El perchero», gentileza del Museo Nacional del Bellas Artes.

«Yo soy mi padre», intervención de Carlos Leppe a una escultura canina de Antonio Becerro. Fibra de vidrio con resina plástica, sal, pizarra, tiza y cordón de aguayo boliviano. Fotografía de Jorge Aceituno, Pintacanes 2008.