Antonio Becerro: “Todas las catástrofes son parte de un mismo paquete”

Por Antonio Becerro

Partimos este cuarto capítulo de “No tiene comprador” con la insistente pregunta de nuestro programa: ¿saben ustedes de quién es esta obra? Algunos sí y otros, probablemente la mayoría, no. Pero no hay problema, tampoco tendrían por qué saberlo. El video que compartimos a continuación lo filmó el realizador Pedro Sabatini a partir de mi reciente instalación “Matapacos y sus jaurías”.

A pesar de los inconvenientes vividos y las ventajas alcanzadas después del estallido social, jamás nadie en el mundo moderno se imaginó que llegaríamos a estas circunstancias. Cuando uno no quiere ver la verdad, ésta se manifiesta de otra manera. Los conflictos sociales, la pandemia, el racismo, el clasismo, el maltrato a la naturaleza y todas las catástrofes derivadas son parte de un mismo paquete. No solo porque ocurrieron de manera consecutiva y en tiempo real, sino porque todos estos fenómenos son síndromes de una enfermedad social.

Este virus que nos rodea es también un golpe al sistema capitalista y la superficialidad de sus valores; es una amenaza mundial, pero proviene desde la naturaleza más mínima, microscópica e imperceptible al ojo humano. Por lo mismo, es una respuesta contra el hombre y su expansión devastadora sobre su propia casa. Es como un desquite de la naturaleza para borrar una parte de la población humana –no hay que olvidar que ya van más de 400 mil muertos- de la faz de la tierra. Aunque persiste la polémica sobre el origen del virus, si es responsabilidad de los murciélagos o de los silenciosos científicos chinos, lo efectivo es que el asunto se les escapó de las manos por su modo de transporte y expansión, que es orgánico y profundamente conocedor de las nomenclaturas de las naturalezas vivas y enfermas. El Covid-19, que incluso podría estar mutando desde su propio organismo, fuera de control para sí mismo, por el momento se resiste a cualquier análisis. No fue una bomba nuclear, no fue una guerra, no fue un conflicto bélico de aquellos a los que estamos acostumbrados por las noticias y el cine, sino otro modo, sofisticado como ninguno, de matanza colectiva. Todo lo grande tuvo su origen en lo pequeño.

A veces nos parece difícil creer que ya estamos viviendo en un futuro en curso. Todo esto que sufre Chile y el planeta son pequeños ensayos para el futuro que ya está aquí. Explorar la vida en estas condiciones nos hace una especie de bio-robot, un organismo dependiente de aparatos celulares, autos, computadores, cámaras, teletrabajo, chips, test y resonancias magnéticas, cosas que nos hacen funcionar. La adaptación al acto de vivir es una constante, solo que esta adaptación exige, sí o sí, nuevos medios como soporte de vida, poniendo al presente como algo del siglo pasado. Para mí, por lo menos, es algo inquietante.

Toda esta cuestión de volver atrás, a lo que se fue en sus comienzos o más atrás incluso, asusta. Me pregunto que estarán haciendo las personas que conocí y afirmaban: “No, no, yo ya no estoy para esto. No hago eso, ya lo hice. No, estoy en otra”. El estallido social frente a esta nueva realidad parece cuestión del pasado. Ahora, con tiempo extra, mientras los habitantes de los sectores aledaños a la Plaza de la Dignidad descansan en el silencio, gracias a la cuarentena con su toque de queda, de seguro habrán tenido tiempo para reflexionar. Pero toda esta asfixia es momentánea, porque es evidente que la sociedad está a un milímetro de volver a salir a la calle.

Fotografía fija: Álvaro Vidal

Puta que es poético este país. No quiero decir antipoético. Pero pocos llegarán al final sin ser tocados por este confinamiento. La gente se siente abrumada por el encierro, por una extraña y sentida necesidad de exponerse, de contar su vida en las redes sociales. No sé si son relatos de gran calidad retórica que no se hayan escuchado antes, pero, desde su encierro, sus autores siguen alegres, sarcásticos, dando ánimo o, de frentón, legítimamente tristes. Recordar da inmortalidad a los grandes momentos, pero a veces olvidar te garantiza un cerebro más saludable. Creo que ese es el sentido común de todo el planeta.

Cuando todo esto se acabe, si es que se acaba, el cuerpo tratará de ser el mismo de antes y el desafío del aprendizaje del encierro será regresar a la vida desde la radicalidad del cuerpo, desenredar el cuerpo como laberinto. Poner el cuerpo físico y mental en diálogo, en una relación al servicio del cuerpo ético en la espacialidad. Se nos viene sin ninguna duda una nueva dependencia, una especie de capitalismo permutable en todos los campos de la realidad escénica y sus diferentes planos de conversación. No hay caso, ya controlan todas las redes y grandes servidores, incluyendo Zoom, la novedad para los regalones.

Bueno, así las cosas, bien vacunados, cada uno podría ser su propio desarrollador de planes. Pero los trastornos compulsivos y obsesivos del encierro, la ansiedad generalizada, dejarán la mugre casi en el mismo lugar, debajo de la alfombra. La limpieza de los cerebros de este tiempo es una opción que se nos da, al fin y al cabo somos esa generación que tiene la posibilidad de decirle a la historia: “Yo fui normal, antes no era así”. O una más antigua todavía: “En mi tiempo no se usaba condón”.

“Matapacos y sus jaurías” es una de mis respuestas a esas preguntas, una respuesta con urgencia del hoy. Es una obra considerable, poca impulsiva pero a la vez casi empática con las masas. Esta instalación interactiva alude al gran arte del rincón más oscuro del cuadro, justo en la juntura más estática, pero al borde de la luz sublime.

Video: Pedro Sabatini