Becerro: “Me interesa que los niños pasen del garabato al dibujo”

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“Lección de pintura” se tituló la performance con que el artista plástico Antonio Becerro cerró los “Ejercicios artísticos en el jardín”, programa de cuatro experiencias con distintas disciplinas -danza, acrobacias aéreas, música y pintura-, que fueron desarrolladas en conjunto por el Centro Experimental Perrera Arte y el Jardín Infantil y Sala Cuna Parque de los Reyes como una forma de producir una estimulación estética temprana en los 182 niños y niñas que reciben su primera formación en este establecimiento preescolar del Barrio Yungay.

-¿En qué consistió la acción en el Jardín Infantil Parque de los Reyes?

-Consistió en pintar en vivo sobre un bastidor blanco inmaculado. No tenía un boceto o una temática definida. No tenía conclusiones precisas; era más bien espontáneo, con un trazo suelto, ligero. Fue gestual. La performance contemplaba la invitación para que los niños también intervinieran con pinceles untados en pigmentos que iban del negro a la escala de grises. Fue una acción de arte que se convertió en ejercicio de obra compartida.

-¿Qué esperabas lograr en este trabajo con los niños?

-Me interesaba trabajar para la primera imagen como recurso de retención en la memoria de los niños. Es decir, que el niño salga del todo, del garabato, por así decirlo, y entre en el dibujo a partir de su propio trazo, que entre en el contorno como aura de definición del yo en este mundo. Me importaba como experimento pedagógico no sólo para los niños sino también para mí.

-¿Cómo viste el conjunto de presentaciones de los artistas en el jardín infantil?

-Es interesante y conmovedor saber que uno fue así, de ese tamaño, con esa inocencia y distracción. Los niños son alienígenas asombrados. Y estos encuentros con el arte son extraordinarios en tanto a la liberación y la existencia de un lenguaje en común, donde los artistas, las parvularias y los niños se comunican creando.

-De algún modo, este trabajo marcaba tu regreso a la pintura, porque hace varios años que no enfrentabas una tela.

-Sí, siempre es un ritual de iniciación, aunque pintes todos los días. Igual estar frente a una tela en blanco es como un ring, como un funeral, es como hacer el amor. Siempre tienes que arreglártelas con lo que tienes o no tienes a mano. La pintura es la madre suprema en las artes y yo provengo de ahí. Ahora me dedico más a la dirección de arte, pero uno nunca deja de pintar. La instancia de ordenación de una instalación es pintar, la disposición de los elementos de una puesta en escena es pintar, la paleta de colores en el arte de una realización para video y fotografía es pintar. Cuando hice obras de taxidermia, cambie los pinceles por el bisturí, el pigmento por la sangre y los fluidos del cuerpo y la paleta por el pabellón quirúrgico. Pero, en concreto, a estas alturas la pintura como concepto clásico de obra sólo me interesa como experiencia personal del conocimiento, incluso como autoterapia.

-En lo que respecta a tu propia infancia, ¿cuáles fueron las primeras imágenes de tu acercamiento con la pintura?

-Sin ninguna duda, el diseño de la naturaleza y el asombro de ser y no ser parte de una masa extravagante. Lo que se entiende como experiencia orgánica de estar vivo. No sólo me llamaba la atención lo evidente de la belleza, sus texturas y sus colores, sino el detalle, lo abstracto, las entrañas, el funcionamiento mágico de la naturaleza. Cuando niño siempre me sentí como parte de una pintura en movimiento. Ahora sigo pensando lo mismo. Creo que la vida no tiene sentido si no es por la naturaleza cambiante de las cosas que, al parecer, es sólo un capricho estético. Todo esto se vino a confirmar en la enseñadaza básica, cuando un profesor destacó mi habilidad para copiar pintando. Tanto así, que me pedían de otros cursos para dibujar a gran escala en el pizarrón pequeñas láminas en las que se apreciaba la geografía del globo terráqueo, el paisaje, los animales, etc. Todo esto con tizas a color. De modo que mis primeras pinturas fueron en un pizarrón y, como se borraron, no hay rastros de ellas.

Fotos: Marianela Martínez