Becerro: “Las fachadas de zinc y acero marcan el ocaso de la estética mall”

Texto: Josefina Márquez / fotografías: Álvaro Vidal y redes sociales / modelo: Enzo Fabián

Tarde el domingo, acompañé a Antonio Becerro y su equipo a realizar algunas fotografías callejeras de Santiago junto al corresponsal extranjero Álvaro Vidal. La capital huele a humo, al polvo impregnado de las bombas lacrimógenas y la ciudad se descubre silenciosa en su aparente calma. Becerro carga una escultura canina que alude a Negro Matapacos, el fallecido quiltro que se hizo conocido en anteriores revueltas estudiantiles y que ahora diversos artistas urbanos dibujan en los muros como símbolo de la desobediencia.

“A este famoso perro negro lo conocí en 2011, lo vi muchas veces en el barrio República o tendido a pata suelta en los patios de la Universidad de Santiago con su pañuelo rojo al cuello”, cuenta Becerro mientras dispone una de sus esculturas frente a las planchas de acero que han instalado los bancos, las grandes cadenas de farmacias y otros negocios en sus fachadas.

-¿Por qué crees que este quiltro se transformó es uno de los íconos del actual estallido social?

-Porque era la encarnación de la bravura, la ternura y la lealtad. Tenía una mirada ida y una postura de triunfador. Ojos de fuego. Tú sabes que yo me apropié del ícono quiltro y su imaginario como símbolo de identidad nacional en torno a 1995. Toda mi obra está cruzada por este frágil y potente animal y, desde esa experiencia, te puedo asegurar que el honor de ser aperrado no lo tiene cualquiera, porque es extravagancia y sinergia pura.

-Ahora hemos visto muchas versiones de este quiltro, incluso llegó al Metro de Nueva York.

-Sí, y yo estoy feliz con eso: mientras más obras surjan, el perro se consagra en el imaginario de Chile y se le respetará como animal urbano. Además el quiltro chileno es una raza brava que protege a los suyos. Por eso digo: “Pon un quiltro en tu vida y traerá alegría y seguridad a tu hogar”.

-¿Cómo describirías la actual jauría chilena? ¿Qué la diferencia de otros momentos de la historia reciente?

-La nueva jauría chilena es pura rabia y anhelo de justicia social sin partidos políticos, como lo fue antes. No hay banderas ni líderes visibles. El anonimato, el mestizaje, el híbrido funda su fuerza en lo colectivo. La protesta es la única lengua real y directa de la jauría. La calle y el conocimiento de ella no es una ilusión, no es una especulación, no es efímera y tampoco fugaz. Los abusados por décadas, los sometidos, saben que, hasta aquí, no se ha ganado nada, y entienden que, a diferencia de otras épocas, como en los inicios de la llamada transición, cuando se desarticuló quirúrgicamente el tejido social construido en los años 80, no se deben deponer las movilizaciones. Es la única carta de esta jauría, es la única manera de hacerse escuchar y construir un nuevo estado de cosas.

-Este nuevo orden también debiera expresarse en el arte, me imagino.

-Por cierto, y así lo hemos visto en la rica expresión gráfica que se observa en las ciudades. Es muy importante aprovechar esta oportunidad y aclarar que queremos un nuevo pacto en la cultura, es el momento de entender que no es un privilegio de las elites y las gestoras de la cultura del espectáculo. Hay que superar ese proyecto de Ministerio de la Cultura asociado a la ganancia económica del modelo y tutelado por burócratas mediocres. Es la hora de la democracia directa y la cultura participativa para todos.

-Balines, gases tóxicos y ciudades acorazadas con planchas de acero, ¿crees que entramos definitivamente a otra etapa de la urbe?

-De todos modos. Entramos a la arquitectura del lenguaje, a las recetas urbanas contingentes para una habitabilidad del caos, donde conviven la arquitectura de la resistencia, la arquitectura de la desobediencia, la arquitectura industrial, la arquitectura del apocalipsis, la arquitectura del cuerpo dolido. Esta nueva arquitectura modifica claramente la ciudad Marmicoc: asistimos al ocaso de la estética mall, a la ciudad de los espejos y la falsa transparencia. El latón de fierro soldado a la vista es la nueva estética de Chile, un país donde se perdió, ante todo, la confianza. Nosotros en la Perrera Arte trabajamos desde hace un cuarto de siglo con esa estética industrial, así que vamos a cobrar derecho de autor (ríe).

-Tú estabas en Europa durante esta rebelión ciudadana, ¿qué fue lo que más te llamó la atención a tu regreso a Chile?

-Es curioso todo esto. Siempre me pregunté qué habría pasado, como habría respondido si hubiese sido adulto para el golpe militar, y ahora estaba afuera para este momento histórico de Chile. También me lo perdí, pero ni modo me voy a quedar con la duda de mi reacción frente a los atropellos que se han visto después. No soporto que me impongan nada, siempre me violentó el sistema y en mi Facebook personal puse el año pasado: “No se puede estar de acuerdo con esta violencia impuesta en el diario vivir, es un choque constante con tu dignidad y la libertad”. Estaba tan chato de la “normalidad” que seguramente hubiese salido a encarar a los militares y no habría pescado el toque de queda, peor aún si hubiesen tocado a uno de los míos. Soy muy sensible a la brutalidad y, además, estoy pasando por un momento muy crítico en lo personal, en lo emocional. Mis errores los pagué muy caro. De modo que estoy confundido, alterado, con sentimientos de choque y contradicciones vitales que se mezclan con la emoción colectiva de lo que estamos viviendo.

-Un 2019 duro.

-Sí, este año sumé puros desaciertos, no tuve señales claras, de modo que me equivoqué con un montón de gente, incluso cercanos. Eso sin contar a los chantas de siempre. Como dice el poeta Gustavo Grillo Mujica: “Ando inexacto”. El otro día, paseando en bicicleta por una calle del barrio, un carabinero me llamó y me echó la bronca porque iba sin casco. Habiendo tantos problemas graves en una ciudad sin semáforos y tacos, se estaba preocupando de una tontera. No lo tomé en cuenta y me fui contra el tránsito, por donde siempre está la salida. Pero el tipo se picó y trató de tirarme el furgón encima. Cero criterio tratándose de un funcionario público. En fin, veo también mucha impotencia de todos lados, confusiones que te llevan a la histeria. Creo hay que poner los pies bien en la tierra y leer correctamente el presente. Desde fuera de Chile, me impactó la imagen de los militares en las calles de Santiago, pero luego me ha impactado más todavía la respuesta de la gente. Se despertó la creatividad. De pronto se descubrieron oradores espontáneos, mujeres y hombres con un discurso muy sólido dictando cátedra a viva voz de política y democracia activa, invitando a la gente más sometida a rebelarse. Señoras, vecinos y estudiantes hablando de corrido sobre las injusticias en las micros y coches colectivos. En los jóvenes se han descubierto verdaderos atletas y gladiadores, como en una película de ciencia ficción. Hay mucha gente auténtica apoyando, incluso despertó en buena hora la pequeña burguesía que, con su vocación de asistente social, también trata de ayudar en medio del conflicto.

-Desde el punto de vista de la cultura visual callejera, ¿qué es a tu juicio lo más interesante que deja esta revuelta social?

-Los textos, las consignas, la poesía visual, las nuevas graficas, la creatividad como respuesta a la represión. La performance colectiva en pos de un arte espontáneo, entusiasta, pero con recursos estéticos cuidados y a la mano de todos. Los rastros de los escombros visuales, los grafitis, rayados y paste up. Las fotografías también son impactante y conmovedoras. Los papelógrafos, los escudos de los capucha de la primera fila son un dispositivo que, en su conjunto, tienen efectos ricos en información liberadora. Del mismo modo, los registros audiovisuales documentan un caos, un futuro presente, donde el láser es el señor Jedi del fuego y la barricada. Toda esa mezcla es como el cuaderno de un alumno problema que dibuja sin parar monos, versos, garabatos y achurados. La calle es ahora una verdadera galería de arte, lo que me hace recordar la vieja discusión del encierro de los museos-mausoleos. Los jóvenes jamás olvidarán este momento y eso le hará muy bien al Chile del futuro.

-Hoy se habla de convención constituyente, ¿estamos frente a una nueva trampa de la clase política? ¿Quiénes deberían integrar esa convención?

-En primer lugar los familiares de las víctimas y los que perdieron sus ojos en una contienda desigual condenada por todos los organismos internacionales de derechos humanos. Podríamos partir por escucharlos a ellos y comenzar una asamblea junto a los líderes naturales de los barrios para ver qué se ha sacado en concreto de este proceso. Ese acuerdo que tanto festejan los políticos no tiene ninguna validez, puesto que lo primero que hay que cambiar es a ellos y sus estructuras corruptas y endogámicas. Esos señores se quieren pasar de listos otra vez. Engañaron al pueblo con su falsa transición, bebieron en el cacho del dictador, lo llevaron al Congreso y luego lo fueron a buscar a Londres para seguir haciendo negocios conjuntos al amparo de su Constitución. Por eso la gente está en alerta y desconfía, porque la traición, la vuelta de chaqueta, está en el ADN de la política chilena. ¿No te parece sorprendente que, en 48 horas, quieran realizar todo lo que dejaron de hacer en tres décadas?

-Sí, bien sospechoso todo.

-Lo importante es que la sociedad civil no pierda el rumbo, su brújula intuitiva y su memoria golpeada. Más allá de los pactos de los aprovechadores de siempre, hay que refundar todo, todo, integrando el respeto a los animales y a la naturaleza como un ser vivo sujeto de derechos, como bien plantea la artista visual Natascha de Cortillas. También hay que aplicar justicia a los violadores y a la corrupción asociada a la burocracia, que está podrida. Hay que hacer cambios profundos y radicales, pero siempre hay que tener en consideración que los chilenos se resisten a esos cambios porque, desde su fundación territorial e histórica como simple capitanía general, su ethos está asociado a la obediencia del fundamentalismo militar de la conquista y al servicio del patriarcado impuesto por las oligarquías criollas y sus nudos transnacionales. Los patrones que se resisten a ver más allá del cerco de sus mansiones, sin percatarse de que, como lo dije en una entrevista en el The Clinic previo a este estallido, Chile es una empresa quebrada.