Beatriz Alcalde: “Ahora creo que lo único que salvará este mundo es el arte”
Por Héctor Muñoz
El Parque de los Reyes era un caos en verano porque, a escasos metros, el ahora llamado Parque Fluvial de la Familia estaba presentando Fesiluz y los asistentes a dicho espectáculo chino, sin delicadeza alguna, habían transformado en una calamidad esta hermosa área verde con sus poderosas 4×4 estacionadas arriba del césped, las flores o donde pudieran. En medio de la congestión vehicular, humana y espiritual de esas noches, las integrantes y el único bailarín de la Compañía I.D.E.a nunca imaginaron que el sábado 18 de enero sería la última vez que podrían bailar juntos, tocándose, contorsionándose, desplazándose en la nave central del Centro Experimental Perrera Arte.
Tras esa última función, la coreógrafa Beatriz Alcalde y sus intérpretes iniciaron su habitual receso de vacaciones sin saber que ese distanciamiento se volvería interminable con la aparición del coronavirus y sus sucesivas cuarentenas.
“Me pasé taimada todo un mes, sin poder dar ni clases. No me imaginaba dando clases frente a un PC, con un Zoom dictatorial frente a mí que me hace depender de él como un marido del siglo pasado. Menos podía crear, imposible crear frente a él”, dice Beatriz Alcalde, que tuvo que cerrar la academia de danza que dirige en Vitacura y empezar a reemplazar sus lecciones presenciales por contactos tecnológicos a distancia.
“Ahora ni siquiera nos podemos tocar, imagínate lo que significa eso para la danza”, dice la coreógrafa, quien siempre privilegió el trabajo con grandes compañías, en “choclón”, como ha dicho en más de una oportunidad. “Yo nunca quise crear solos, no concibo la danza de a una”, se lamenta.
-¿Por qué te resultaban tan lejanos los solos?
-El vértice principal de mi obra está basado en el ritmo, entendiendo ritmo como la relación intensa entre dos universos, dos notas, dos personas, dos células, etcétera, etcétera. Por lo tanto, al danzar sola, no veo la relación, no veo el ritmo, no veo el conflicto entre dos. El crear no es un talento ni un milagro que baja desde los cielos, me invade y me envía, como una voz divina, ese mensaje creativo. El crear es un trabajo de artesanía, es sentarse a componer, a escucharse hacia adentro y llevar al cuerpo todo lo que mi piel y sentidos están absorviendo de la vida diaria.
-¿Y eso es necesariamente colectivo a tu juicio?
-Claro, porque al llevar a escena una propuesta coreográfica, está la complejidad de relacionarse con ese otro. Cómo transmito, cómo recibe el otro, cómo vamos juntos, al mismo tiempo, al mismo lado, con un mismo hilo conductor. Es ponerse de acuerdo, compartir con amor y trabajo una obra. Entonces, bailar solo y crear solo es enfrentarse a un muro sin resonancia, sin ritmo, sin eco.
-¿Pero finalmente terminaste haciendo un breve solo para el último video de tu compañía?
-Sí, mi rigurosidad artística (ríe a carcajadas) y más aún el amor y pasión por la danza me obligaron a salir de la pataleta creativa y del oficio. Junto a las intérpretes de la compañía empezamos a mandarnos fotos, luego nos pusimos de acuerdo en algunas palabras con contenido cotidiano, hasta que una de ellas, Catalina del Valle, nos obligó a hacer algo más armado. Luego, para el Día de la Danza decidimos que este no movimiento de una foto se vaciara en una frase de diez segundos y así surgió la pequeña obrita “La canción de la Tierra”, con música de Mikis Theodorakis, que esta vez organizó Dominique Patri desde Villarrica. Finalmente me encontré bailando sola en una silla en mi casa ante la cámara del celular.
-¿Y cómo fue bailar sola?
-En silencio, sin espectadores, sin coreógrafo al frente, sin bailarines al lado, decidí recurrir a los sentidos, transformé los sentidos en espectadores: oír, tocar, oler, observar. Hasta he encontrado espacios en mi hogar que no conocía, telas de araña que persisten e insisten en compartir mi danza diariamente. La pregunta era cómo se podía compartir con uno mismo, con tu sangre, con el palpitar de tu corazón, con tu piel. Era casi como salir bailando fuera de ti, estando, curiosamente, muy adentro de uno misma. Luego logramos congeniar a través de un celular, por medio de Instagram, con un pequeñísimo público que sigue y busca semana a semana nuestros Fotolock I.D.E.a, donde trabajamos a partir de conceptos como encierro, miedo, ocio, hogar.
-Te venció la tecnología.
-(Ríe) Bueno, no nos tocamos ni nos vemos pero hay algo mágico que persiste en nuestra creación. La danza no tiene límites, no hay fronteras, no hay muros, no hay cuarentena ni encierro cuando se trata de bailar, porque los cables de la energía circulan en el aire y los espacios junto al Covid. Lo pasé muy mal las primeras semanas de encierro, creí que no haríamos más danza ni arte, pero ahora creo que lo único que salvará a este mundo es el arte. Al fin el dinero se acabó y las guerras por el poder también. Siento que ahora sí nuestra vida cambia y la danza también.