Anécdotas de un bricoleur: cita con los exóticos dealers chilenos de París

Por Gustavo Grillo Mujica

En el Barrio Latino de París, el Piticlín me invitó para presentarme al Drácula. Me advirtió que era escritor. Llegamos a un señorial edificio, al ladito del Parque Luxemburgo, nada menos que en la esquina del Boulevar Saint Michel con la rue de Vaugirard.

Entramos por una tremenda y bella puerta tallada en alguna madera noble. Se me ocurrió que esta puertaza parisina tenía historia. Piticlín solo la empujó. No tuvimos necesidad de tocar algún timbre. No había electricidad. El suelo de ese umbral interior estaba saturado de papelerío tirado por debajo de la puerta de correos con cuentas, publicidades y algunas hojas otoñales que se colaron. Nadie hacía el aseo aquí, este edificio estaba abandonado. No recuerdo que tuviese ascensor. No más de cuatro pisos. Las ventanas de la escalera por donde subimos daban a Saint Michel, al costado del Parque Luxemburgo, pulmón parisino, preexistencia muy bien mantenida de jardín aristócrata francés.

Cuando vivía cerca de allí, llevaba a mi hija a los títeres de los domingos, o a los juegos infantiles cualquier día, juegos que están protegidos por una rejilla de alambre. Los padres podían leer tranquilos algún diario, pues los niñitos estaban enjaulados como monos.

Subimos por una amplia escalera muy cochina. Se notaba el mármol solo porque unas huellas lo despejaron. Por esa escalera señorial entraba la luz ambigua del atardecer por un vidrio roto de una ventana muy cochina con polución.

Piticlín golpeó fuerte la única puerta del segundo piso.

Estaba yo informado que el Drácula, habitante de allí, era competidor del Piticlín en el dilerío del Barrio Latino. Tenían una suerte de fair play en sus tráficos de cannabis, pues ambos chilenos peleaban el territorio del micro narcotráfico a otros sudacas y a los griegos. Doy luces, para decir con la chichita que nos estamos curando. En tout cas, cualquier movida de mi amigo era previsible. Pues mi amigote, muy dealer y cafiche exitoso sería, pero transparente, no maleado, un jipi exótico esotérico. Yo le envidiaba su éxito con las mujeres. A posteriori, traté de entender dicho éxito. Físicamente flaco, alto y moreno, con pinta de alta casta india, eléctrico, achinado, mas con un cuento chamullero imparable para las minas new age en su mira. Estoy seguro que se culió a casi toditas las minas que este pecho les echó el ojo.

Entramos a un departamento en penumbras. Me parecía increíble que este edificio de elegante apariencia exterior, en un lugar privilegiado de París, estuviera okupado por el Drácula. Pensándolo bien, alguien como él, era el habitante exacto para el dep. Este pseudo dandi, dealer de droga dulce, y cuasi gurú del Barrio Latino vivía allí. No pagaba ni uno. Escarbaba entre la costra de basura del departamento para descubrir platerías, bibelots antiguos y hasta encontró un jarrón chino Ming en buen estado, en un placard. Los vendía en el Mercado de las Pulgas de Saint-Ouen-Porte de Clignancourt. Todo esto lo supe por el copuchento Piticlín, quien le tenía un respeto parido. Me dijo en un momento: «Cáchate las manos de asesino que tiene».

A posteriori supe que el Drácula le sacó la chucha a un campeón de boxeo en El Bosco, histórico antro bohemio de Santiago-Shile. Para más recacha, algunos lo creían agente del CIA, hasta mi padre, que fue su psiquiatra, lo supe por cazuela. Una fuente más impajaritable, un cumpa periodista y escritor, ex guerrillero chileno en Nicaragua, ex guardaespalda de Allende, me afirmó que fue agente de la inteligencia cubana. Le creo, pues estuvieron a punto de emprender un negocio juntos: sánguches de cochayuyo con queso. Ante mi duda de cómo alguien de la inteligencia cubana, tan jevi como el Mosad, podría interesarse o emprender con sánguches o drogas, mi cumpa ex guerrillero me afirmó que esas coberturas daban más info que las coberturas diplomáticas. Me asusté.

El asunto es que fuimos recibidos personalmente por el Drácula. A estas alturas de recuerdos puedo equivocarme, pero supongo que mi amigote Piticlín estaba haciendo un enlace entre lo que posiblemente él consideraba dos intelos. O la otra posibilidad que se me ocurrió: quizás me utilizaba para dilucidar, con la chiva del encuentro de dos escritores, o sacarle la pepa a su competidor, sobre quién era el proveedor de la excelente cannabis sativa holandesa, con la cual nuestro Drácula estaba triunfando en el Barrio Latino. En fin, todo esto son rellenos atmosféricos para lo que viene. En resumen, reitero, estaba en un dep penumbroso, con dos narcos (y no solo eso) chilenos en París.

Ni me sorprendió que el Drácula me vendiera pomada. Sabe dire, el dandi escritor y dealer sabía que me acusaban de poeta, entonces, carente de feedback para sus chamullos escriturales o por natural seducción, por siaca, el Drácula se pasó soltándose las trenzas con su onda literaria. Me contó un proyecto alucinante de su novela mayor. Además me tiró por la cabeza, narrando histriónicamente, en compañía de su excelente hierba, al menos dos cuentos notables. Recuerdo uno, que por lo demás creo que está publicado en uno de los millones de libros desapercibidos, que como toda sorpresa en los links literarios te llegan por casualidad.

Uno de los cuentos, que no recuerdo como se intitulaba, lo encontré estupendamente delirante. Trataré de sintetizarlo:

En un territorio de los Andes de Bolivia, la gente de un ayllu, al ladito del pueblo, puso atención a un hilo que salía de unas rocas infiltradas en una de las terrazas de cultivo, donde los niños jugaban con sus huamanis. Esta cuerda se perdía entre las nubes y el cielo. La gente de la aldea notó a los niños sumamente ocupados jugando con esa cuerda misteriosa. Trataban de achuntarle con piedras, lo adornaban con flores andinas, le amarraban volantines. Este asunto de la presencia de una cuerda o hilo extrañísimo en un ayllu andino, primero apareció en los medias locales como noticia curiosa. Mas luego se produjo un interés internacional, mundial, globalizado, científico, mediático, etc., con el mentado hilo, una suerte de cuerda de algún metal misterioso. El asunto es que, lo que recuerdo del cuento del Drácula, los científicos mundiales decidieron roer, cortar el hilo, bombardeándolo con rayos láser concentradísimos, esos que cortan barras de acero. Apenas lograban corroerlo un poquito. Un científico pakistaní, experto en láser, en complejos cálculos con un computador IBM poderosísimo, que se lo cedieron cagados de la risa en Harvard, corrió el riesgo de vaticinar que, tal como iban, lograrían cortar el hilo misterioso, digamos un 23 de julio. Evidentemente, por si acaso y porque seguramente no había noticias interesantes en el mundo, la prensa mundial se instaló para ese 23 de junio en el ayllu (como en el caso de los 33 mineros chilenos, me imagino) con todas las cadenas televisivas y otros media reporteando el final del corte del Hilo ET Pachamama. Así le llamaron, así pasó al estrellato mundial. Aquí tendría que ponerle color, describir el estrellato global que logra el humilde Ayllu de Punkará, en Bolivia, porque tuvo la mala o buena circunstancia de ser el epicentro global de una rareza. El asunto es que el cuento del Drácula termina cuando los científicos internacionales, con trajes, anteojos especiales y mucha parafernalia patrocinada, accionando con un aparato poderosísimo de rayos láser, especialmente diseñado y fabricado, con la copuchenta prensa mundial filmándolo todo, logran cortar el filamento de metal desconocido. El final del cuento, ya utilizado en textos de ciencia ficción o de mitología esotérica, es que el mundo, el planeta tierra, se cae. Es decir, pierde, en cuestión de segundos, su dependencia de las leyes de la física imperantes. El mundo se dispara para cualquier lado o dimensión.

En eso, en plena narrativa del Drácula, en una suerte de comedor de ese departamento tenebroso, aparece una anciana dama blanca, con el pelo blanco, su rostro blanco, su vestimenta sedosa blanca, como una aparición de una bella parca. No alcancé a asustarme y no sé si el Piticlín tampoco. Entonces el Drácula interrumpe su chicharra, se para de la «mesa de las mil patas», como le llamaba a la mesa en que estábamos instalados (título de una novela inédita que también algo me contó), se dirige hacia la aparición de la dama blanca y, delicadamente, tomándola de algún brazo, la sienta con nosotros. La anciana, a la luz de las velas, tenía una mirada al infinito. Me paré y la saludé, Piticlín también, pero sin decir nada. El Drácula nos miró divertido. La anciana blanca no nos dio boleto, ni siquiera fijó sus ojos celestes en nadie. Estuvo unos cinco minutos sentada con su mirada perdida, y se para y se va como llegó, etérea.

El Drácula ya preparaba otro petardo. En París de entonces, no sé si ahora, la marihuana era un lujo oriental. Solo se encontraba hachís marroquí, kif medio amarillento, muy ordinario. Cuando más, te bajaba la presión un poquito y te ponías más parlanchín. El pito de nuestro anfitrión era muy activo, hasta me angustió. Piticlín cachó mi paranoia, pues hasta donde recuerdo, otra de sus gracias era ser inteligente emocional, que le llaman. Entonces, estimula al Drácula para que me cuente otro de sus proyectos literario. Se va de hocico y le informa que soy editor. El Grillo tiene una imprentita, le dice. Con este dato el Drácula no paró, seduciéndome con su proyecto estrella: recopilar, fotografiar todas las cochinadas manuscritas de los baños públicos parisinos, newyorkinos, berlineses, romanos o de cualquier ciudad jevimetal. Me dio ejemplos como: «Mencanta chuparlo, teléfono tanto» (de París); «Aquí estuvo el picoeoro, rey de los choros» (del baño de La Carlina, Recoleta, Santiago, Chile); «Si lo tienes chico, yo te lo agrando» (en un tugurio chicano de Nueva York). Creo que reí y efectivamente se me pasó la presión baja.

El Drácula propuso un tour inmediato por el Barrio Latino para recopilar este patrimonio escritural de retretes. El Piticlín, viéndome pálido, salva la situación proponiéndonos que saliéramos a comernos un kebab, donde unos tunecinos cumpas de él. El Drácula aceptó siempre y cuando nosotros financiáramos un sánguche para llevarle a su Dama Blanca.

Después supe que esa anciana (¿esquizofrénica?) era una aristócrata, marquesa, algo así, heredera, dueña del edificio, absolutamente abandonada por su familia, por rallada. Recuerdo una info de mi padre psiquiatra, o quizás de mi madre, asistente social de locos toda su vida: las familias (multiclases) prefieren asumir a sus muertos, más que a sus locos aún vivos.

Simplemente el Drácula la cuidaba, cobrándose el habitar en el centro de París, piola y manteniéndose con micronarcotráfico.

Pienso que este señor shileno, el Drácula, con onda literaria, muy olvidado, que formó parte de la inteligencia cubana (que, reitero, le llegan a los talones al Mosad, inteligencia israelí), ese que le sacó la chucha a un campeón de boxeo, es un histórico bricoleur. Constaté esos antecedentes. Si no, ¿cómo chuchas vivía de la preexistencia del lugar que les dije: antigüedades, bibelots y toda decadencia vendible de la anciana blanca?

No recuerdo si fue el Piticlín u otro diler el que me informó que el Drácula fue asesinado en Caracas. Me tinca que Drácula tenía tanta info, que se lo echaron por siaca. Solo quiero reivindicarlo literaria mente.

Fotografías: Katherine Vergara

Anécdotas de un bricoleur