A los 83 años, Pistoletto rompe grandes espejos y habla del Tercer Paraíso

Provisto de un enorme combo de madera y vestido elegantemente de negro y con sombrero, a sus 83 años Michelangelo Pistoletto ingresó ceremonioso al salón dispuesto en el Kunsten Museum of Modern Art Aalborg de la ciudad de Aalborg, Dinamarca, y, ante la espectación del público que se agolpaba en la cuarta pared de la sala, comenzó a desarrollar el ritual que todos esperaban. De manera aleatoria, el activo referente del arte povera empezó a romper los once espejos que, correctamente enmarcados, conformaban una serie en la que se reflejaban al infinito todos los presentes en el lugar.

La acción se tituló «Once menos uno» y, a diferencia de anteriores versiones de la performance, a medida que los vidrios se fragmentaban, figuras de distintos colores se fueron dibujando con el impacto del martillo y tono del soporte del vidrio que iba apareciendo tras cada impacto. «El color estaba oculto», dijo con humor Pistoletto, quien terminó celebrando con el puño en alto al centro de la sala junto a su equipo y los curadores, mientras la imagen era seguida en pantallas gigantes por el resto de público en el hall del museo.

«He adoptado el recurso del espejo porque uno debe asumir la responsabilidad de conocerse», dijo hace un tiempo Pistoletto, quien sostiene que una de sus mayores contribuciones «fenomenológicas» al arte es el desarrollo de su cuadros-espejo, un concepto que surgió a principios de los años 60 con la realización de una serie de pinturas y autorretratos a tamaño natural en los que descubrió que, producto del uso abundante de barniz sobre la tela, el público podía reflejarse en la obra, y que luego constituyó toda una matriz de investigación que lo condujo sucesivamente a trabajar con emulsiones fotográficas o tintas serigráficas en diversos soportes, que luego derivaron en impresiones sobre planchas metálicas pulidas y que, finalmente, lo han llevado a la utilización del vidrio reflectante propiamente tal, el mismo que utilizó en 1977 cuando dispuso en la iglesia del pequeño pueblo de San Sicario un espejo en lugar del cuadro que presidía el altar.

«Estamos en un momento realmente dramático para la evolución humana. A través de los espejos se dicen cosas. Los espejos guardan cosas y algunas de ellas tienen que ver con la realidad de lo que está pasando pero no de un modo premeditado. Es preciso analizar nuestro tiempo pasado para situarnos en el presente y poder imaginarnos o vislumbrar nuestro futuro», dijo Pistoletto en una entrevista de 2012. «En el espejo, la humanidad se mira a sí misma con la perspectiva de un retrovisor, como si estuviera examinando todo lo que ha hecho a lo largo del tiempo y de la historia. Alguien ha escrito que el espejo es en mi obra una metáfora de la historia que nos enseña todo lo que está detrás de nosotros y nos obliga a considerar el espacio y el tiempo que se extiende a nuestras espaldas”, agregó.

El artista aprovechó su estancia en Dinamarca para realizar una serie de charlas sobre el tema que le ocupa, apasiona y constituye el eje de su discurso en el último tiempo: el Tercer Paraíso, el cual ha graficado en diversas latitudes, encuentros y exposiciones con el signo del infinito más un tercer círculo en el centro. «Los dos círculos opuestos simbolizan a la naturaleza y el artificio (la política, la cultura, el comercio, la tecnología); en tanto que el de en medio es la conjunción de los dos y representa la matriz generativa de una nueva humanidad, del renacimiento», dice Pistoletto.

Fotografías: Facebook Kunsten Museum of Modern Art Aalborg